Por Jorge Fontevecchia
MIENTRAS LA PRESIDENTA realizaba su acto por el Día Internacional de los Derechos Humanos, en Villa Soldati se desataba otra batalla campal.
Algo terminó ayer. Como sucede con aquellas sobreactuaciones que cruzan su propia barrera y recorren el pequeño paso que va de lo sublime a lo ridículo, la Presidenta siguió como si nada estuviera sucediendo con su discurso, que unifica la causa de las Madres de Plaza de Mayo con la seguridad pública actual, mientras en Villa Soldati se mataban entre vecinos.
Cuando alguien pretende ubicarse en el plano de lo ideal, queda desnudo y se descubre su juego. No hay máscara que esté a la altura del ideal ni de la perfección. Cuando la audiencia percibe lo patético de la parada, entra en la escena la vergüenza ajena. Es difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después.
Lo de Villa Soldati es el paroxismo de la ocupación del espacio público. Pero era esperable que una política de no defensa del espacio público –útil hace siete años, menos eficaz hoy– generara algún hecho incontrolable. Es obvio que la represión ante la toma del espacio público en casos graves no guarda ninguna relación con la represión de la dictadura. Que aquella es legítima y ésta, criminal. Que no tienen nada que ver una con la otra. El abuso de la utilización en el presente de aquella memoria queda expuesto cuando se decide anunciar el Ministerio de Seguridad en medio de la crisis de Villa Soldati y dedicándole al tema la mayor parte del discurso presidencial, usando como escudo a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que representan una problemática distinta del país, no menor pero diferente a la de la seguridad pública actual.
Resulta paradójico que la consecuencia de querer preservar la vida de las personas sea la muerte de ellas. Ojalá la situación se descomprima con el avance de las horas porque, de no ser así, el Gobierno nacional corre el riesgo de encontrarse frente a un límite que coloque en discusión toda su política de seguridad.
Por momentos, ayer la Presidenta lució autista frente a sus ciudadanos, sorda frente a la gravedad, que sucedía como, salvado las distancias, en algunos momentos durante la crisis producida por el conflicto con el campo en 2008.
Faltó sensibilidad política para percibir que los muertos que ya se habían cobrado los enfrentamientos en el Parque Indoamericano, más las previsiones de aumento de tensión frente a cada caída del sol, obligaban a un cambio de estrategia en la comunicación del acto por los derechos humanos.
El uso de la cadena oficial al anochecer mientras se pronosticaba que pudieran recrudecer los enfrentamientos volvió a generar la imagen de pantalla partida, de dos mundos disociados y de un país esquizofrénico.
Tampoco Macri sale bien parado de este conflicto, donde no evidenció dotes de estadista capaz de aportar soluciones ante crisis de magnitud.
El vacío volvió a ser el protagonista de la política. Y otro vacío, el policial, el de la calle sin ley, trajo a la memoria imágenes de 2001 que quedaron grabadas en el inconsciente colectivo para siempre.
Fuente: perfil.com
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