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Por Ricardo Kircschbaum
Los textos clásicos sobre la violencia dicen que ésta suspende las reglas del orden social vigente.
Los hombres que la emplean destrozan la ley y se convierten ellos mismos simbólicamente en legisladores. Los autores se refieren precisamente a un orden constituido, con normas, usos y costumbres acatadas. ¿Qué decir cuando esas pautas han desaparecido y la violencia es un lenguaje incorporado a la vida cotidiana y aceptado como algo natural?
Lo que ocurrió en Palermo en los festejos de la llegada de la Primavera mostró, otra vez, el rostro feroz de una sociedad desarticulada en la que la violencia en banda se enseñoreó de la fiesta, ante la ineficiencia o impavidez de quienes debían cuidar y proteger a la gente.
Como síntoma, los hechos de Palermo son muy preocupantes. Pero no están aislados sino que encajan perfectamente en un cuadro general en el que la violencia está presente.
El acostumbramiento a esa realidad, la reducción del hecho por su asiduidad, la subestimación o, peor aún, su justificación, convierten a la violencia en un hecho endémico.
Su irrupción sistemática en cualquier grado altera el herido tejido social y crea las condiciones para que se respire ese clima tenso y denso.
Por razones políticas o por ineficiencia o desidia nadie evitó que en Palermo durante horas se robara en banda con extrema violencia o que las patotas se atacaran con botellas, piedras o facas.
La intervención policial fue tardía. Hubo 75 heridos y 30 detenidos. Sólo dos quedaron presos. El director del SAME quedó sorprendido por la gravedad de las heridas.
Como dijo ayer una especialista en Clarín: “Los jóvenes deberían ser lo que una sociedad proyecta ser”. ¿Es esto lo que queremos ser?
Fuente: clarin.com
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