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Por casi unánime determinación (236 votos a favor contra uno en contra y dos abstenciones), la Cámara de Diputados dio media sanción al proyecto de prevención de salideras bancarias.
No obstante esa convalidación, la medida que aún debe ser discutida en el Senado fue duramente objetada por el jefe del Gabinete de ministros, Aníbal Fernández.
El proyecto promueve que todos los bancos, sin excepciones, instalen sistemas de protección visual para impedir la observación de terceros en sus líneas de cajas y cajeros automáticos. También dispone reforzar el blindaje de todos los tesoros bancarios y la colocación de inhibidores o bloqueadores de señal que impidan la utilización de teléfonos celulares en los recintos bancarios de atención al público.
Esa iniciativa, elaborada y sólidamente fundamentada por el diputado Gerardo Milman, puede tener puntos débiles, es cierto, y también puede ser ampliada y mejorada. De hecho, 24 horas más tarde, el Banco Central dispuso, por su cuenta, medidas similares, en evidente interpretación de que tiene facultades suficientes como para prescindir de la intervención del Congreso. Pero en modo alguno merece ser descartada, ignorada o, lisa y llanamente despreciada, como lo hizo mediante declaraciones radiales el ministro Fernández.
Se cae de maduro que con sus más y sus menos, la intervención parlamentaria apunta a proponer y poner en movimiento acciones tendientes a comenzar a solucionar, de una vez por todas, el estado de inseguridad frente al delito que abruma y tiene amedrentada a la mayor parte de la sociedad. Es un punto de partida positivo porque, por lo menos, pone en relieve que en esta oportunidad los legisladores le han prestado infrecuente atención a un clamoroso reclamo social hasta ahora ignorado por el gobierno nacional.
Las salideras bancarias se han convertido en lamentable y cotidiano azote para quienes tienen que operar en los bancos. De hecho, las estadísticas revelan que cada día hábil son denunciados alrededor de dos docenas de esos impiadosos asaltos que en su mayoría culminan con el alevoso despojo de las víctimas, cuando no lo hacen en horrendas agresiones criminales. Precisamente, la salidera en perjuicio de Carolina Piparo, llevado a cabo por delincuentes que ni siquiera se compadecieron del avanzado embarazo de la joven, provocando la muerte de la criatura que llevaba en su seno, incentivó en grado sumo la preocupación por ese perverso delito.
Es comprobable a simple vista que en la ciudad de Buenos Aires y en su conurbano hay poca presencia policial en la vía pública, cuando esto constituye una irreemplazable herramienta de disuasión y prevención de la criminalidad. Entre tanto, recientes estadísticas revelan que las fuerzas policiales tienen un bajo nivel de esclarecimiento de los actos delictivos.
Mientras el ensoberbecimiento delictivo está imponiendo una política de Estado que le haga frente -no intervenciones espasmódicas ni personales, por el estilo de la del diputado Néstor Kirchner retando en público al gobernador Daniel Scioli-, los representantes del gobierno nacional dieron el negativo ejemplo de contradecirse al salir a juzgar la media sanción del proyecto de ley. El propio Kirchner pretende ahora endilgarles la culpa de todo a los jueces
Scioli manifestó su apoyo a la medida que ya ha sido remitida al Senado. Para el ministro del Interior, Florencio Randazzo, el proyecto debe ser "bienvenido" si "contribuye a entorpecer el propósito de aquellos que intentan delinquir en los bancos".
Fernández, en cambio, no atemperó ni un ápice su habitual estilo confrontativo. Según él, el proyecto "es horrible (?), la oposición sólo tiene la vocación politiquera de creer que la sociedad es tonta y que puede venderle bolitas de colores?". Las críticas destructivas no benefician a nadie y mucho menos cuando se trata de una cuestión tan delicada y apremiante como la presente.
Son todos síntomas de que el oficialismo se ha acordado demasiado tarde de una cuestión que ocupa un lugar preponderante en las preocupaciones de la población y ahora sus funcionarios no parecen saber qué hacer, al punto de contradecirse entre ellos gravemente.
Por fortuna, el jefe de Gabinete no se equivocó en su diagnóstico de que la sociedad no es tonta. Efectivamente, la ciudadanía ha aprendido a diferenciar sin margen de error los aportes constructivos de las declaraciones meramente verborrágicas movilizadas por el rencor, la animadversión política y la permanente falta de disposición para admitir que las determinaciones ajenas también pueden ser acertadas.
Fuente: lanacion.com.ar
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