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por Enrique Guillermo Avogadro - Abogado
“Es peligroso tener razón cuando el Gobierno está equivocado” (Voltaire)
En los últimos días, la Argentina entera ha contemplado, con enorme estupor, la degradación de los pocos marcos institucionales que quedan en el país, y el consecuente avasallamiento de todos los derechos y garantías constitucionales.
Así, don Hugo Moyano atropelló sediciosamente a la República exigiendo no ser objeto de una investigación suiza sobre su injustificable patrimonio personal y familiar, un extorsionador Siri –acompañado por uno de los hijitos de “Camión”- impidió que un millón de lectores pudieran leer el diario, don “Anímal” Fernández nos dijo que los radares fronterizos son una zoncera, doña Nilda Garré ignoró a la Justicia y al Congreso, y la inefable doña Cristina otra vez abortó una discusión parlamentaria para poder concretar, por decreto, una iniciativa de la oposición e intentar adueñarse de sus beneficios políticos.
Los ciudadanos, en general, parecemos no haber tomado conciencia, aún, que estamos perdiendo la República. Las encuestas, al menos por ahora, nos informan que seguimos privilegiando el auto, las vacaciones y el televisor a la libertad y a la democracia.
No reaccionamos cuando se nos roban nuestros ahorros en bancos o en AFJP’s, cuando se nos pagan jubilaciones de hambre, cuando carecemos de salud y de educación públicas, cuando nos matan o roban diariamente, cuando nos enteramos de cómo se transforman en increíblemente ricos los funcionarios de todo nivel, cuando se nos expolia con impuestos, cuando se violan la Constitución y las leyes en nombre de una democracia meramente formal.
La más curiosa de las características que nos diferencia del resto de las sociedades es nuestra falta de memoria. Así, olvidamos cuánto padecimos en 2001, y en 1989.
Por sobre todo, seguimos privilegiando la semana que viene a los próximos treinta años. Total, creemos que Dios es argentino y que, como tal, descubrirá la solución a los innumerables problemas que el “modelo” está escondiendo debajo de la alfombra del consumo impulsado por el gasto público y que explotarán en 2012, cualquiera sea el signo político –inclusive el K- de quien se siente en el sillón de Rivadavia.
Mientras tanto, el Gobierno y sus coyunturales y extremos aliados (por ahora) siguen haciendo de las suyas. Las “suyas” son ahora nuestras libertades, y la pregunta es si también lo soportaremos porque, algunos, estamos mejor del bolsillo. Falta muy poco, realmente, para que vengan por nosotros, los que opinamos diferente, los que no estamos dispuestos a cejar en nuestra lucha diaria contra el pensamiento único y la tiranía y a favor de la República.
No somos capaces, siquiera, de percibir que, tuviéramos buenos gobernantes (los Kirchner hubieran podido serlo, de ser buenas personas), nos iría muchísimo mejor.
Tendríamos menos desigualdades, porque habría más inversiones y más empleo. Tendríamos mejor presupuesto nacional, porque no se podría subvalorar el crecimiento para manejar, arbitrariamente, la diferencia con la realidad. Tendríamos más reservas, porque el Poder Ejecutivo no podría disponer de ella para dilapidarlas a su antojo. Tendríamos más crédito internacional, porque resultaríamos creíbles y confiables.
Tendríamos mejor infraestructura, porque se dejarían de sobrefacturar las obras. Tendríamos mejores hospitales y escuelas, porque se terminaría la corrupción. Tendríamos nula mortalidad infantil causada por la desnutrición, porque los gobiernos se preocuparían por la gente. Tendríamos poquísima inflación, porque habría más oferta de bienes. Tendríamos el 82% móvil, porque no se saquearía a la ANSES.
Tendríamos mejor sindicalismo, porque se democratizaría la vida sindical. Tendríamos mejor Administración, porque los organismos de control recuperarían sus facultades y competencias. Tendríamos mejor política, porque se terminarían las cajas negras que sostienen esta forma de hacerla.
Tendríamos mejores transportes, porque se terminaría con el escándalo de los subsidios robados. Tendríamos seguridad cotidiana, porque impartiríamos educación y daríamos empleo a los jóvenes, y no planes clientelistas. Tendríamos menos narcotráfico, porque se radarizarían las fronteras y se sancionaría la “ley de derribo”. Tendríamos un mejor Congreso, porque sería el foro en el cual se discutirían los verdaderos problemas de la gente.
Tendríamos mejor policía, porque le pagaríamos mejor y la obligaríamos a actuar dentro de la ley. Tendríamos mejor Justicia, porque la permanencia de los jueces en sus cargos dependería de su independencia y de su idoneidad, y no del favor oficial. Tendríamos mejores fuerzas armadas, ya que las profesionalizaríamos para la estricta defensa nacional. Tendríamos mejores jefes de gabinete y ministros, porque deberían rendir examen periódico ante el Congreso.
Hasta tendríamos menos basura en nuestras calles y conduciríamos mejor, porque enseñaríamos a la población y castigaríamos las infracciones.
A ese pequeño inventario de posibilidades se puede llegar muy fácilmente. Sólo es necesario respetar y hacer respetar la ley. Para ello, resulta esencial contar con una Justicia independiente, seria y sabia.
Como dije recientemente en la nota “La cortedad de la Corte”, gran parte de la responsabilidad recae, también, en quienes ejercen hoy la primera magistratura del Poder Judicial. Si los ministros que la integran no reaccionan, cuando comiencen a venir por todos será tarde.
Basta mirar qué sucede en la Venezuela de Chávez, donde se ha pisoteado la libertad de prensa, el derecho de propiedad y, ahora, se arman milicias para respaldar el proyecto mesiánico del papagayo caribeño y su corte de rufianes. Hasta Correa, en Ecuador, y Evo Morales, en Bolivia, parecen niños de pecho comparados con el tirano rojillo-rojillo.
Que Caracas, con opositores y periodistas presos, con instituciones vapuleadas y vaciadas, con poder omnímodo de un tirano, se haya transformado en el nuevo ideal de quienes nos gobiernan, nos debería dar una clara idea de qué nos espera a los argentinos.
Porque no se trata, solamente, de la enorme vocación para mantener intactos los canales de corrupción por los cuales han circulado tantas valijas y tantas toneladas de gasoil lo que nuestros mandatarios pretenden; quieren implantar aquí el modo tiránico de don Hugo de sojuzgar a su sociedad y apoderarse de todo.
Queda por definir, y será pronto, qué harán quienes hoy integran el Gobierno para evitar que un cambio los conduzca a la cárcel, al oprobio y a la pobreza. Mucho me temo que veremos, al respecto, nuevos días aciagos para la paz, la justicia y la concordia.
Fuente: periodismodeverdad.com.ar
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