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En enero de 1982, a casi seis años de iniciada la dictadura genocida de Videla, Agosti y Massera, y en el marco de fuertes cuestionamientos por parte de sectores...
cada vez más amplios de la población, el gobierno de Galtieri presentó un fuero internacional en reclamo de la soberanía de las islas Malvinas. El gobierno de facto creía que frente a este reclamo los fueros internacionales se iban a declarar a favor. Sin embargo, la vía diplomática fracasó y el 2 abril de 1982 los militares ocuparon las islas.
¿Motivos antiimperialistas?
Pese a la utilización de una enardecida propaganda nacionalista y de reiterados llamados a la “unión nacional”, la recuperación de las islas bajo la dictadura tenía el claro objetivo de relegitimar al gobierno militar, cada vez más desgastado por la crisis económica. La fuga de capitales a través de la compra compulsiva de moneda extranjera —sobre todo de dólares—, la estatización de la deuda privada, la recepción de créditos del exterior y la especulación económica habían provocado la caída de circulante en el país, la recesión y el aumento de los despidos. Bajo este panorama, la dictadura fue perdiendo base de apoyo y aumentó el descontento de sectores de trabajadores, que comenzaron a protagonizar masivos paros contra los cierres de empresas y la dictadura. La huelga general del 30 de marzo de 1982 convocada por la CGT fue el detonante. Tres días después el gobierno militar tomaba en sus manos y “concretaba” una genuina aspiración antiimperialista.
Una política para no ganar
Sin embargo, el gobierno de Galtieri no tenía la intención de derrotar al imperialismo inglés sino ocupar Puerto Argentino mediante una acción sorpresiva para luego negociar con el gobierno de Thatcher bajo el auspicio de los Estados Unidos, en el marco de una importante solidaridad internacional con la causa argentina. Durante la guerra el gobierno de Galtieri no afectó ningún interés económico de los ingleses en el país —en aquel momento hubiera sido clave la expropiación de la petrolera Shell—. Ni siquiera suspendió el pago de la deuda con los países que apoyaban y financiaban la agresión militar. En las islas desembarcó un ejército con poca preparación para la guerra, con armas de escaso poder de fuego y sin recursos para sobrevivir en tierras tan frías. Esta situación contrastaba con la enorme predisposición y solidaridad de la población con los heroicos soldados, que en su mayoría eran jóvenes de entre 18 y 20 años. El imperialismo británico, por el contrario, lanzó un ataque militar con el claro objetivo de mantener el dominio colonial en las islas. La contienda militar ganó las simpatías de la mayoría de la población y de los partidos del régimen, incluyendo el laborista. A las islas arribaron 120 buques de guerra y unos 17.000 soldados. Los británicos contaban con el apoyo de los Estados Unidos y la Comunidad Europea, especialmente de la Francia del “socialista” Miterrand.
Finalmente el ejército argentino se rindió en junio de 1982. Pese a los esfuerzos que se hicieron por conseguir la “aceptación popular” de la derrota —incluso el gobierno militar contó con la ayuda del papa Karol Wojtyla que visitó la Argentina un día antes de la caída de Puerto Argentino para negociar la capitulación de los militares— en Buenos Aires se llevó a cabo una manifestación en rechazo a la rendición, donde hubo enfrentamientos y la represión dejó un saldo de varios muertos. Galtieri renunció en julio de ese año tras dejar una población abiertamente en contra de los militares. Sin embargo, a fin de evitar la caída revolucionaria de la dictadura, el PJ y la UCR (con la complicidad del stalinista PC en la Multipartidaria) acordaron el llamado a elecciones.
Nuestra posición frente a la guerra
Desde el regreso de la democracia, intelectuales ligados a estos partidos instalaron la idea de que se trató de una aventura perdida de antemano —imponiendo como sentido común la imposibilidad de enfrentar al imperialismo— o condenaron la guerra debido al carácter dictatorial de su dirección militar y política —quedando, objetivamente, del lado imperialista—. De ambas posturas se desprende que la Argentina debería esperar que los organismos internacionales emitan resoluciones favorables.
Los socialistas revolucionarios, en cambio, nos pronunciamos a favor de la expulsión de los ingleses de las islas y por la disolución de todos los pactos y acuerdos que atan al país al imperialismo. Frente a la guerra de Malvinas, como ante cualquier conflicto de las mismas características, nos ubicamos en el bando de la nación oprimida contra la ocupación, al mismo tiempo que levantamos una política obrera independiente del gobierno que facilite la disputa de los trabajadores por la conducción política y militar del conflicto —en el caso de Malvinas, luchando al mismo tiempo por conquistar las libertades democráticas—. En manos de los militares y la burguesía nacional —socia menor del imperialismo— la guerra de Malvinas estaba condenada al fracaso. Por otra parte, como planteó Trotsky para el hipotético caso de una guerra entre el Brasil fascista de Gétulio Vargas y el imperialismo en los años ‘30, la derrota del imperialismo hubiera facilitado la caída revolucionaria de la dictadura. Trotsky señalaba al respecto: “Si Inglaterra ganara, pondría a otro fascista en Río de Janeiro y ataría al Brasil con dobles cadenas. Si por el contrario saliera triunfante Brasil, la conciencia nacional y democrática de este país cobraría un poderoso impulso que llevaría al derrocamiento de la dictadura de Vargas. Al mismo tiempo, la derrota de Inglaterra asestaría un buen golpe al imperialismo británico y daría un impulso al movimiento revolucionario del proletariado inglés”.
El triunfo imperialista en Malvinas, aunque marcó el fin de la dictadura argentina, permitió que se concretara la salida reaccionaria de la Multipartidaria. El triunfo del imperialismo consolidó, además, al gobierno de Margaret Thatcher, que atacó ferozmente a su propia clase obrera y promovió la expansión del neoliberalismo en todo el mundo.
A 29 años: dichos y hechos
Como en otros años, el gobierno de Cristina Kirchner aprovecha la conmemoración de los 29 años de la guerra de Malvinas para salir a relucir cierto perfil “antiimperialista” y señalar que la recuperación de las islas es una “causa nacional”, aunque, eso sí, aclara que “Argentina detenta una voluntad pacífica” (mención aparte merece la reivindicación que hiciera Cristina de la intervención argentina en las misiones de la imperialista ONU). Sin embargo, a pesar de cierta “retórica malvinera” —Cristina los llamó “piratas”— y de las controversias diplomáticas del año 2010 a raíz de la instalación de una plataforma de la petrolera Ocean Guardian en aguas argentinas, y del lanzamiento de misiles desde la costa malvinense, el gobierno no tomó ninguna medida efectiva en defensa de los intereses nacionales. Por el contrario, se mantienen vigentes los acuerdos que desde 1990 le garantizan a Inglaterra derechos comerciales y seguridad para sus propiedades. Estos pactos permiten que el imperialismo continúe expoliando las riquezas de nuestro país. Tampoco ha exigido que retiren de las islas las bases de la OTAN y Gran Bretaña. David Cameron acaba de anunciar que el plan de recortes en Defensa no incluye la base aérea de Malvinas. La base de Mount Pleasant, en funciones desde 1986, representa un punto de vigilancia estratégico en la zona y los ingleses no pretenden desactivarlo. Las declaraciones del premier británico demuestran a las claras que a pesar de los dichos de Cristina, los ingleses no están dispuestos a reconocer la soberanía argentina sino, por el contrario, planean mantener y reforzar su control en el Atlántico Sur. La guerra de Malvinas, como las políticas tomadas por los gobiernos democráticos, deja en claro que sólo los trabajadores pueden enfrentar consecuentemente al imperialismo.
Fuente: pts.org.ar
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