Por Claudia Peiró
La inclusión de esa práctica como tema de la materia Política y Ciudadanía no sólo escandaliza por la intención de legitimar la cobardía sino que también revela hasta qué punto se han devaluado los programas educativos.
Impacta el hecho de que autoridades y expertos en educación consideren apropiado hablarles a los alumnos de la metodología del escrache como de una forma más de participación política. Se trata en concreto de educar en la cobardía. ¿Qué es el escrache sino una “patoteada”, en la cual se expone al escarnio público a un “enemigo” imposibilitado de reaccionar por encontrarse en absoluta inferioridad numérica?
Pero lo que esta noticia revela también es que, al abandono de la disciplina y de la jerarquía, a la constante desautorización del maestro, a la nivelación hacia abajo, a la proscripción de la competencia, se suma la dilución de los contenidos programáticos. Desde hace varios años, asistimos, sin prisa y sin pausa, al agregado de nuevas temáticas que poco y nada tiene que ver con la enseñanza a la cual estaba originalmente destinada la escuela; y siempre en detrimento del rigor y a costa del tiempo dedicado a las materias básicas, troncales, como la lengua y la matemática.
No hay que sorprenderse después con los resultados: los chicos pueden terminar la escuela primaria sin saber leer con fluidez ni escribir con la mínima corrección.
El maestro y ensayista francés Jean-Paul Brighelli explica en su libro La fábrica de cretinos: la muerte programada de la escuela, esta tendencia destructiva de la nueva pedagogía. En el capítulo, “Desaprender, manual de uso”, ironiza: “A ustedes que creen, almas cándidas, que un establecimiento escolar es un lugar de saber y de cultura, el neopedagogo, orgulloso de su importancia y de su impotencia, les responderá en voz alta y fuerte que, desde hace casi tres decenios, la escuela es antes nada un LUGAR DE VIDA”, es decir, no el ámbito en el que debe aprender sino desarrollar otra clase de habilidades y adquirir otro tipo de información.
“Liceos y colegios –escribe Brighelli– se han convertido en LUGARES DE VIDA. Habrá que creer que hasta ahora no eran sino lugares de muerte, a tal punto la palabra ‘cultura’ para el pedagogo arrogante se asocia a la obsolescencia, vagamente polvorienta, de las cosas del pasado. (…) Bajo el impulso de los psico-socio-pedagogos, (…) se ha organizado “actividades diversificadas” –como si instruir no fuese en sí mismo una actividad suficiente– y se ha puesto en marcha toda clase de procedimientos de información, ya que la información debe reemplazar al saber, a fin de transformar al alumno en “ciudadano”.
El autor cita a continuación algunos ejemplos de estas variaciones, tomadas de la escuela francesa: “Educación vial, educación para la salud, sensibilización a la ecología, info SIDA, peligros del tabaco, del alcohol, de los dulces, coman manzanas, díganle no a las drogas y papen moscas: todas iniciativas supuestamente destinadas a educar al alumno en el sentido de la conciencia colectiva sin por ello, por supuesto, quitarle su individualidad. Y esto, por supuesto, en mayor medida, durante las horas de curso”.
Basta leer esto para pensar en la gran cantidad de tiempo que los estudiantes argentinos dedican a temas que no tienen que ver con la educación básica, para entender además las grandes lagunas de formación con la cual egresan. En la provincia de Buenos Aires, no faltó quien propusiese la inclusión de la materia “Adolescencia” (¡!) en el secundario, como si chicos de 14 a 15 años estuviesen en condiciones de analizarse a sí mismos…
Lo que este tipo de “reformas” de contenidos trasunta es, en el fondo, el cuestionamiento a la misma función primaria de la escuela, que es transmitir conocimientos. Así lo explica Brighelli: “‘Enseñar, no es sólo dar clase’, dicen los profesantes de este nuevo evangelio. Corolario: no es en clase donde se aprende. Y, de hecho, el contenido real de los programas se empobrece a medida que prosperan las ineludibles ‘actividades’, supuestamente destinadas a suplantar de forma progresiva la entrega ex cathedra de ‘saberes serviles’ ya superados”.
Fuente: infobae.com
Pero lo que esta noticia revela también es que, al abandono de la disciplina y de la jerarquía, a la constante desautorización del maestro, a la nivelación hacia abajo, a la proscripción de la competencia, se suma la dilución de los contenidos programáticos. Desde hace varios años, asistimos, sin prisa y sin pausa, al agregado de nuevas temáticas que poco y nada tiene que ver con la enseñanza a la cual estaba originalmente destinada la escuela; y siempre en detrimento del rigor y a costa del tiempo dedicado a las materias básicas, troncales, como la lengua y la matemática.
No hay que sorprenderse después con los resultados: los chicos pueden terminar la escuela primaria sin saber leer con fluidez ni escribir con la mínima corrección.
El maestro y ensayista francés Jean-Paul Brighelli explica en su libro La fábrica de cretinos: la muerte programada de la escuela, esta tendencia destructiva de la nueva pedagogía. En el capítulo, “Desaprender, manual de uso”, ironiza: “A ustedes que creen, almas cándidas, que un establecimiento escolar es un lugar de saber y de cultura, el neopedagogo, orgulloso de su importancia y de su impotencia, les responderá en voz alta y fuerte que, desde hace casi tres decenios, la escuela es antes nada un LUGAR DE VIDA”, es decir, no el ámbito en el que debe aprender sino desarrollar otra clase de habilidades y adquirir otro tipo de información.
“Liceos y colegios –escribe Brighelli– se han convertido en LUGARES DE VIDA. Habrá que creer que hasta ahora no eran sino lugares de muerte, a tal punto la palabra ‘cultura’ para el pedagogo arrogante se asocia a la obsolescencia, vagamente polvorienta, de las cosas del pasado. (…) Bajo el impulso de los psico-socio-pedagogos, (…) se ha organizado “actividades diversificadas” –como si instruir no fuese en sí mismo una actividad suficiente– y se ha puesto en marcha toda clase de procedimientos de información, ya que la información debe reemplazar al saber, a fin de transformar al alumno en “ciudadano”.
El autor cita a continuación algunos ejemplos de estas variaciones, tomadas de la escuela francesa: “Educación vial, educación para la salud, sensibilización a la ecología, info SIDA, peligros del tabaco, del alcohol, de los dulces, coman manzanas, díganle no a las drogas y papen moscas: todas iniciativas supuestamente destinadas a educar al alumno en el sentido de la conciencia colectiva sin por ello, por supuesto, quitarle su individualidad. Y esto, por supuesto, en mayor medida, durante las horas de curso”.
Basta leer esto para pensar en la gran cantidad de tiempo que los estudiantes argentinos dedican a temas que no tienen que ver con la educación básica, para entender además las grandes lagunas de formación con la cual egresan. En la provincia de Buenos Aires, no faltó quien propusiese la inclusión de la materia “Adolescencia” (¡!) en el secundario, como si chicos de 14 a 15 años estuviesen en condiciones de analizarse a sí mismos…
Lo que este tipo de “reformas” de contenidos trasunta es, en el fondo, el cuestionamiento a la misma función primaria de la escuela, que es transmitir conocimientos. Así lo explica Brighelli: “‘Enseñar, no es sólo dar clase’, dicen los profesantes de este nuevo evangelio. Corolario: no es en clase donde se aprende. Y, de hecho, el contenido real de los programas se empobrece a medida que prosperan las ineludibles ‘actividades’, supuestamente destinadas a suplantar de forma progresiva la entrega ex cathedra de ‘saberes serviles’ ya superados”.
Fuente: infobae.com
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