En las últimas décadas se ha discutido bastante sobre el lugar que han asumido las ciudades como escenarios de diversas experiencias de involucramiento de sus habitantes en los procesos de toma de decisiones públicas, es decir acerca de las cuestiones urbanas y sociales en común.
No obstante, lejos de aparecer como un tema signado por el consenso teórico-metodológico, emerge como un campo de fuertes debates en torno a los sentidos, alcances y encuadres ideológicos que se ponen en juego. Muchos actores han acudido a la idea de participación para referirse a una “herramienta” que aparentemente permite mejorar las condiciones de vida y ciudadanía de la población. Sin embargo, muchos de los que vienen planteando esta problemática en los últimos años le han otorgado un sesgo técnico y supuestamente neutral que la vincula casi exclusivamente al ámbito de la gestión, sin atender, así, a la relación que indudablemente la participación tiene con la política.
De esta manera, para este nuevo debate nos interesa discutir la relación entre participación y política. En algunos casos los procesos participativos pueden ser promovidos por el Estado y, en otros, por distintos sectores sociales, pero siempre se está definiendo en ellos una cuestión socialmente problematizada. Proponemos una mirada procesual de la participación en donde, en ocasiones, aquellos grupos que la protagonizan transitan por diferentes momentos de conflictividad, relaciones de poder, disputas simbólicas y luchas materiales que hacen que estos procesos no puedan escindirse de su condición política.
A pesar de que los conceptos de participación y política son indisociables en especial considerados en términos de prácticas, en las últimas décadas del siglo XX la operación ideológica de la hegemonía neoliberal consiguió desarticularlos hasta el punto de casi lograr su contraposición. De ese modo, en los años noventa asistimos a una disputa semántica en torno a la polisémica noción de participación: por una parte, se la propone como una modalidad de la acción social desvinculada de la política y orientada principalmente a hacer más eficiente la gestión de las políticas sociales focalizadas. Por otra parte, comienzan a surgir nuevos actores y nuevos repertorios de la acción colectiva cuyas prácticas expresan formas de resistencia al neoliberalismo hegemónico. En ese marco, también se asiste a una complejización de los escenarios participativos ya que muchas de las organizaciones sociales utilizadas por los gobiernos neoliberales para gestionar las políticas focalizadas, en su desarrollo y sus disputas por el espacio y la agenda pública, sufren cambios que en algunos casos las llevan a interpelar al Estado con sus prácticas.
En el centro de la cuestión están los procesos de toma de decisión en torno a los temas inherentes a las transformaciones de las ciudades y los diferentes modos de apropiación social de los mismos. Es decir, se trata de una disputa por la definición de lo público. En especial, los gobiernos locales latinoamericanos ensayaron diversas fórmulas de decisión de lo público o implementaron formas de gestión de programas y proyectos con una intencionalidad participativa, aunque con distinta suerte. Esto hace que la escala de la ciudad y los procesos participativos aparezcan muy asociados. Nuestro punto de partida es, entonces, entender a la participación como una postura activa de involucramiento de los habitantes en los asuntos comunes, configurando escenarios de espacios públicos no estatales o de co-gestión con el Estado.
Consideramos que hoy se impone una rediscusión sobre el Estado y sobre la rearticulación entre participación y política desde nuevas perspectivas, poniendo en cuestión la separación entre ambos términos operada en las dos décadas previas. En esta línea, nos interesa volver a repolitizar el debate sobre la participación, reinscribiéndolo en la preocupación más amplia en torno a las formas de la democracia en nuestra región, problematizando así, a su vez, qué tipo de sociedad se construye, y qué relación se establece con el Estado, las políticas públicas y la propia noción de política.
La separación entre el espacio de “lo social” y de “lo político” que termina de consolidarse de manera hegemónica en tiempos del auge neoliberal, condicionó fuertemente el modo en que fue promovida la participación desde los organismos multilaterales y algunas ONGs, pero también pensada desde las ciencias sociales. De alguna manera, podríamos pensar que esta división que profundiza la concepción liberal de la práctica democrática, generó las condiciones para que sea posible la separación entre una participación social no política, a veces también llamada comunitaria, y una participación política, reducida estrictamente a la cuestión electoral y partidaria. La necesidad que hoy se observa, entonces, de encontrar alguna clasificación de las formas de participación aparece para nosotros, como el resultado y la expresión de esta disputa por asignarle un sentido a lo que se entiende por participación.
Es fundamental, para nosotros, que a la hora de analizar procesos de participación precisemos el tipo de sociedad (o por lo menos de sociabilidad) que se pretende construir al impulsar dicha participación, ya que ésta ha sido promovida por posiciones político-ideológicas no sólo diferentes, sino a veces incluso antagónicas. Esta dinámica política de construcción y redefinición de los sentidos de la participación atraviesa tanto a los sujetos sociales como a los actores estatales que se involucran en los procesos participativos.
Consideramos, finalmente, que lo importante no es calificar valorativamente el mecanismo de la participación sino identificar, visibilizar y echar luz sobre los sentidos políticos que subyacen, se construyen y se (re)definen en cada proceso de participación. Esto es, volver a articular participación y política.
La separación entre el espacio de “lo social” y de “lo político” que termina de consolidarse de manera hegemónica en tiempos del auge neoliberal, condicionó fuertemente el modo en que fue promovida la participación desde los organismos multilaterales y algunas ONGs, pero también pensada desde las ciencias sociales. De alguna manera, podríamos pensar que esta división que profundiza la concepción liberal de la práctica democrática, generó las condiciones para que sea posible la separación entre una participación social no política, a veces también llamada comunitaria, y una participación política, reducida estrictamente a la cuestión electoral y partidaria. La necesidad que hoy se observa, entonces, de encontrar alguna clasificación de las formas de participación aparece para nosotros, como el resultado y la expresión de esta disputa por asignarle un sentido a lo que se entiende por participación.
Es fundamental, para nosotros, que a la hora de analizar procesos de participación precisemos el tipo de sociedad (o por lo menos de sociabilidad) que se pretende construir al impulsar dicha participación, ya que ésta ha sido promovida por posiciones político-ideológicas no sólo diferentes, sino a veces incluso antagónicas. Esta dinámica política de construcción y redefinición de los sentidos de la participación atraviesa tanto a los sujetos sociales como a los actores estatales que se involucran en los procesos participativos.
Consideramos, finalmente, que lo importante no es calificar valorativamente el mecanismo de la participación sino identificar, visibilizar y echar luz sobre los sentidos políticos que subyacen, se construyen y se (re)definen en cada proceso de participación. Esto es, volver a articular participación y política.
A la luz de esta invitación a la discusión, surge un conjunto de interrogantes que aportan a la problematización de la cuestión de la participación…
¿Cuales son los campos de la participación ciudadana? ¿A qué tipo de interacciones refiere? ¿Cuáles son los diferentes tipos de clasificación respecto de las formas de participación (ciudadana, política, comunitaria, etc.)? ¿Qué implican estas distinciones?
¿Cuáles son los sentidos de la participación ciudadana? ¿Dónde radica su valor para cada uno de los actores involucrados en estos procesos (ampliación de la democracia, potencial de transformación social, reaseguro de mayor transparencia, etc.)
La participación, ¿se visibiliza como cuestión sólo cuando involucra una intención de cambio en la distribución del poder? ¿Quién orienta el sentido de la participación en el marco de entramados de intereses complejos? ¿En qué medida estas disputas por el sentido y los usos de la participación se vuelven visibles por los mismos actores protagonistas de los procesos?
¿Qué posibilidades muestra la participación ciudadana en términos de incidencia en las políticas públicas en las distintas escalas territoriales (a nivel global, nacional o local)? ¿Cómo juega la articulación público-privado en las nuevas modalidades de participación? ¿Cómo aparece (re)definido “lo público” en estas formas de articulación?
Fuente: urbared.ungs.edu.ar
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