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sábado, 14 de agosto de 2010

Pobreza, sistemas económicos y desigualdad de ingresos

Aleardo F. Laría - Abogado y periodista

Sebastián Edwards es profesor de la Universidad de California en Los Ángeles y autor de más de una docena de libros sobre economía latinoamericana. Hace algunos años (1991) publicó, junto con el malogrado Rudi Dornsbusch, "Macroeconomía del populismo" y recientemente, abundando en el mismo tema, "Populismo o mercados" (Editorial Norma).
Sus tesis van en dirección contraria a la opinión extendida que atribuye el fracaso económico de los países latinoamericanos al neoliberalismo y a las políticas diseñadas desde el FMI. Por ser fruto de un pensador iconoclasta, sus tesis merecen ser conocidas y debatidas.
Edwards reconoce que después del colapso financiero global del 2008 han crecido notablemente las críticas a la globalización y a los sistemas económicos basados en la competencia y el mercado. El derrumbe de los mercados financieros en los países avanzados es visto como fruto de los excesos de un capitalismo arrogante y no regulado que ha permitido la expansión desproporcionada del área financiera en desmedro de la economía productiva. Pero esa visión que en líneas generales puede ser aceptada, no debe impedir una visión crítica del desempeño de las economías latinoamericanas, lastradas todavía por lo que define como políticas populistas.

La tesis central de Edwards es que, contrariamente a la opinión generalizada, durante las décadas de 1990 y 2000, la mayoría de los países latinoamericanos avanzó en forma muy tímida y limitada en la modernización de sus economías. Las reformas económicas iniciadas han sido incompletas y no han permitido que América Latina se convierta en una región competitiva de alto crecimiento económico. Por consiguiente, las reformas del Consenso de Washington "no hicieron más que arañar la superficie de las ineficiencias legendarias de América Latina".
El mediocre desempeño de la región durante las décadas pasadas poco o nada tiene que ver –afirma Edwards– con el neoliberalismo, la apertura comercial o la globalización y es más bien el resultado de no haber adoptado las políticas e instituciones de un capitalismo innovador y moderno. Si bien es cierto que entre 1990 y el 2005 una sucesión de crisis cambiarias tuvo efectos devastadores sobre las economías latinoamericanas, la causa principal de estas crisis fueron políticas que fijaron rígidamente el valor de las monedas nacionales al del dólar de Estados Unidos a niveles artificialmente altos. Sin embargo, esta política de tasa de cambio fijo no era un componente central de las reformas modernizadoras que, como consecuencia de la crisis, quedaron nuevamente aplazadas.
La otra afirmación de Edwards es que, al contrario de lo que afirman los críticos de la globalización y los neopopulistas, las desigualdades de América Latina no son producto del Consenso de Washington ni de las reformas incompletas de la década del 90. La causa principal de la desigualdad es el sistema educativo desastroso y de pésima calidad prevaleciente en prácticamente todos los países de la región. Los niños latinoamericanos no reciben una educación sólida que los prepare para los desafíos tecnológicos del siglo XXI y lo preocupante es que nada se hace para subsanar esta grave anomalía.
Edwards es muy crítico con los sindicatos docentes y los partidos de izquierda que han resistido sistemáticamente los esfuerzos realizados por reformar y modernizar los sistemas educativos en la mayoría de los países latinoamericanos. Profesores mal preparados, currículos inadecuados, negativas sistemáticas a rendir cuentas y medir resultados, elevado grado de ausentismo y desconexión entre remuneración y el desempeño son algunos de los factores que impiden mejorar la calidad de los sistemas educativos.
La calidad del sistema educativo argentino ha venido empeorando en forma notoria en los últimos años, a la luz que arroja la evaluación efectuada en el Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA). En el 2006, año en que intervinieron seis países latinoamericanos en la evaluación de ciencias, sobre 57 países obtuvieron los siguientes resultados: Chile el puesto 40, Uruguay el 42, México el 48, Argentina el 50, Brasil el 51 y Colombia el 52. Por el contrario, los países que son exportadores avanzados de materias primas obtuvieron mejores resultados: Canadá puesto 7, Nueva Zelanda 11 y Australia 13.
Edwards afirma que los políticos populistas latinoamericanos nunca han encarado de forma efectiva el reto educativo. Todos hablan de mejorar la educación, pero nadie ha estado dispuesto a confrontar con los sindicatos docentes para introducir pagos por méritos, rendición de cuentas y mayor competencia. Los líderes populistas han confiado en aumentar el gasto educativo, pero esto es insuficiente si no va acompañado de reformas sustantivas en los sistemas de enseñanza.
El drama es que la deplorable calidad del sistema educativo es una de las causas principales que contribuyen a la pobreza y la desigualdad de ingresos en la región. Al descuidar el sistema educativo, los países latinoamericanos no han podido aumentar el nivel de destreza de su fuerza laboral y se han quedado rezagados en relación con otras regiones del planeta. No hay modo de salir de la trampa de la pobreza si no es mediante el aumento de la productividad general de la economía a través de mejorar la capacidad de aprendizaje de los jóvenes. Hay que tomar conciencia, más pronto que tarde, de la estrecha relación que vincula nuestra pobreza con la falta de calidad de los sistemas educativos.
Fuente: periodicotribuna.com.ar

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