Soy del 63. Soy hijo de la dictadura y de su pedagogía de la opresión. Compañeros del 63 fueron a las Islas Malvinas, junto a los de la clase 62 y 61, los que soportaron el mayor peso de la guerra. Yo no fui, estaba estudiando y por mucho tiempo sentí una rabiosa culpa por eso. Luego de junio del 82, se nos empezó a llamar a los que por aquel entonces éramos veinteañeros “Generación Malvinas”. Escribo entonces desde ahí, desde esa memoria del corazón. Me pregunto entonces cómo debiera comprenderse hoy esta Historia para recuperar su sentido más profundo y su vigencia porque sus causas, heridas y consecuencias nos siguen interpelando.
En su trama previa, puedo reconocerme y reconocer mi adolescencia y los barrotes y mentiras de la Argentina que nos analfabetizó cultural y políticamente. Eso éramos la gran mayoría de los adolescentes y adultos, no ciudadanos a la fuerza, o idiotas, como llamaban los griegos a los “apolíticos”, los que vivían al margen de los problemas comunitarios. Porque la dictadura fue la instauración de la más feroz opresión y para imponerse a nuestra sociedad fue también –y sobre todo– la colonización de la conciencia de la opresión y la represión y extermino de los sujetos sociales y políticos cuyos discursos y prácticas bregaban por la construcción de un proyecto de liberación nacional y social. Esa es la versión criminal de la realidad, la ficción que enmascara, a través de los grandes medios de comunicación, la censura total, el terrorismo de Estado y la cultura del miedo, lo que verdaderamente pasa, lo que está haciendo de y con la Argentina y la mayoría de sus habitantes el proyecto de “la miseria planificada” como describiera Rodolfo Walsh, en su ejemplar “Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar”, al objetivo fundamental del golpe del 76: la brutal redistribución de la riqueza para terminar con el país que fuera la sociedad más igualitaria de América Latina, en la que sus trabajadores participaban del 50 por ciento de la distribución de la riqueza. Su resultado: al término de la dictadura, esa participación había bajado al 20 %.
La escuela durante la dictadura nos domesticó para que no hiciéramos preguntas, nos impuso la obediencia debida y el culto al egoísmo; nos enseñó a no pensar, a repetir su batería de groseras falacias y frases hechas. Nos inculcó la no participación.
Hasta que llegó la Guerra de Malvinas y entonces sí se convocó a la participación de los adolescentes para poner el cuerpo –el 80 por ciento provenían de Corrientes y Chaco– y se invocó que tenían que defender a una patria que no nos habían enseñado a amar porque nos habían cancelado su historia y su cultura.
La Guerra de Malvinas es el hecho histórico trágico que pone al descubierto no sólo la dimensión criminal perversa de la dictadura, que pretendió restaurar su legitimidad social en crisis, manipulando vergonzosamente el sentimiento nacional que representaba Malvinas, sino también la clase de sociedad que éramos. E inmediatamente vienen a nosotros las imágenes de las dos plazas: la del 30 de marzo de la protesta social multitudinaria contra la dictadura, y la del 2 de abril, mucho más multitudinaria, que apoyaba en forma patéticamente exitista y triunfalista la “recuperación” de las islas. Pero la verdadera lección de ese día de abril de 1982 radica en que esa plaza demostró, en especial, en qué tipo de sociedad nos habíamos convertido. La dictadura había reactualizado el circo romano pero esta vez sin pan. Acrítica, individualista y temerosa, nuestra sociedad había sido disciplinada para entender y vivir “los grandes acontecimientos nacionales” desde la única pasión que conocía, que le habían permitido conservar, el deporte, “la fiesta de todos”, sólo que ahora de modo exacerbado y desnaturalizado. Entonces pasamos del Mundial del 78 y “los argentinos somos derechos y humanos”, a “estamos ganando”. De la voz del estadio vecino de la ESMA, el relator de América, el Gordo Muñoz, a la voz de las trincheras mediáticas, José Gómez Fuentes. La ley de radiodifusión de la dictadura, todavía vigente nos colonizó y coloniza las conciencias desde el monopolio del pensamiento único. Por eso urge que entre en vigencia la Nueva Ley de Servicio de Comunicación Audiovisual. Porque necesitamos que otras voces e imágenes nos liberen de las cárceles conceptuales del pensamiento hegemónico.
A veintiocho años de esa guerra, ya sabemos cómo lucharon nuestros soldados (a la cabeza de ese heroísmo están nuestros hermanos correntinos y chaqueños). Su solitario ejemplar coraje ante la cobardía e incapacidad de sus oficiales, sólo entrenados para torturar y matar a compatriotas desarmados, y como se empieza a revelar ahora, torturadores de sus propios soldados, a quienes estaqueaban y hasta fusilaban en las islas, como lo prueban testimonios de ex soldados. Sabemos o debiéramos saber que ya son más los ex combatientes que se han suicidado que los muertos en combate y que eso sucedió aquí en el Chaco. Por eso nos urge poner en marcha una política de Estado que atienda y ataque de modo integral el grave cuadro de situación que hoy afecta a nuestros soldados ex combatientes de Malvinas.
La primera de ellas es considerarlos parte sustantiva de nuestro presente. No ex combatientes, sino combatientes de la batalla cultural por la soberanía de nuestro pensamiento para emanciparnos colectivamente a través de la malvinización de nuestras conciencias. ¿Qué significa esto? Descolonizarnos política, económica, cultural y educativamente. Esa es la madre de las batallas para derrotar la herencia de la “miseria planificada” aquí en el Chaco y en todo el país. Para honrar a nuestros héroes sepultados en las islas y a los héroes ninguneados en el país. Ese es un acto fundamental de soberanía que es indispensable empezar a dar, mientras debemos seguir reclamando que las Islas Malvinas fueron, son y serán argentinas, en un tiempo y en un país en el que por un lado se está recobrando lo mejor de nuestra memoria, se sigue buscando la justicia y la verdad, se recupera tanto la autonomía ante los organismos financieros internacionales como empresas y organismos claves que habían sido privatizados, pero que al mismo tiempo todavía no resolvió combatir la extranjerización de sus tierras.
Malvinizar nuestras conciencias, significa, por ejemplo, desde el Ministerio de Educación, concretar las siguientes acciones:
1. Construir, a través de Infraestructura Escolar, el Museo Casa Histórica de las Malvinas, en el actual predio que posee el Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas, en Resistencia, ubicado en calle Dónovan 970, para que se convierta en un centro cultural y educativo destinado a la formación de la conciencia nacional y cultural emancipatoria.
2. Incluir, en la Nueva Ley de Educación del Chaco –que tiene estado parlamentario y entrará en vigencia en el 2011-, Malvinas y la Soberanía Nacional como eje transversal que debe atravesar los Diseños Curriculares de todos los Niveles y Modalidades del Sistema Educativo, muy especialmente, los de Ciencias Sociales y Formación Ética y Ciudadana.
3. Producir un 2° Material Audiovisual interactivo –el primer CD, Malvinas Chaco, es el primero producido en el país con circulación escolar y circula en las escuelas desde el 2008-, El Bicentenario a través de Malvinas y la batalla por la soberanía. Nos proponemos recorrer más de 200 años de historia, desde la resistencia popular heroica a las 2 invasiones inglesas, la revolución de mayo, el pensamiento de Moreno, Castelli, Monteagudo, Güemes, Artigas, Belgrano, Bolívar y San Martín, la Patria Grande, las luchas por la independencia y la colonización económica del Reino Unido , el empréstito Baring Brothers, deuda externa contraída por Argentina en 1824, por Bernandino Rivadavia, y terminada de pagar en 1904, por Julio A. Roca, sin que se invirtiera nada de aquello que la originó; el gobierno de Manuel Dorrego y la suspensión del pago de esa deuda, su fusilamiento instigado por el embajador inglés; las Malvinas y la presencia argentina en las islas, el gaucho Rivero y la usurpación desde 1833; historia de un reclamo irrenunciable; la victoria naval argentina en La Vuelta de Rocha en 1845; la Guerra de la Triple Alianza, la participación de los ingleses y el papel argentino; Argentina, colonia económica y cultural inglesa; la Forestal y el Ingenio de las Palmas; el imperio del quebracho; la ruptura de Irigoyen con la “tradición de consulta a Reino Unido para designar ministros”, petróleo e YPF; la patagonia rebelde; el primer golpe, en el 30 y la desnacionalización del petróleo, el Pacto Roca-Runciman, en la década infame del 30 y la denuncia de Lisandro de la Torre y de FORJA; el peronismo y la soberanía nacional; el golpe del 55 y el saqueo de nuestro recursos nacionales; el descubrimiento en los 60, por parte del Reino Unido del petróleo en las Islas; causas, consecuencias de la Guerra de Malvinas; la vigencia de una demanda de soberanía concebida de modo integral.
Malvinas sigue siendo la tierra pérdida, el no lugar, la presencia del colonialismo en el suelo en el que yacen hace 28 años nuestros hermanos, 63 chaqueños, de los 1.900 que combatieron. La soledad y el desamparo de sus sobrevivientes. Tamañas injusticias espejan además el colonialismo que aún padecemos dentro del país. Malvinizar la política y la cultura argentinas es asumirnos en serio como una nación independiente, libre, latinoamericana, con justicia social y plena vigencia de los derechos humanos. Juicio y castigo para todos los militares y civiles responsables de violaciones a los derechos humanos, dentro y fuera de las Islas Malvinas.
Fuente: chacodiapordia.com
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