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miércoles, 14 de abril de 2010

Componentes necesarios para un trabajo comunitario

Por Paula Ulivarri-Licenciada en Psicología-Mágister en Salud Pública Universidad Católica de Salta
Mendoza, Argentina

Al compartir una diversidad de estrategias sacudiéndonos los prejuicios (especialmente los mesiánicos), estaremos más cerca de desarmar las manipulaciones del Estado y mucho menos vulnerables para facilitarle los instrumentos de su labor. (Vásquez Rivera)


Para trabajar junto con las comunidades y lograr un cambio social a partir de la estrategia de la IC, nos resulta indispensable tener en cuenta la existencia y fortalecimiento de algunos elementos constitutivos, tales como participación, poder, implicación, ciudadanía, equidad, responsabilidad, compromiso, respeto de los saberes, concepto de comunidad, de equipo e intersectorialidad, entre otros. Entendemos que sin estos componentes se hace una tarea difícil sino imposible la realización de proyectos con la comunidad.
Somos conscientes de que en las últimas décadas, éstos y varios términos más adquirieron notoriedad. Muchas veces fueron utilizados, paradójicamente, para fines de control y otras veces como puntos centrales en el funcionamiento de sociedades cuyas formas de gestión refuerzan la inequidad.
Nuestro esfuerzo es que estas palabras no queden vacías de sentido, que sean reflejo de un saber hacer que se basa en el respeto hacia el otro ser humano y un posicionamiento donde el encuentro produzca articulaciones que nos enriquezcan.
El análisis de estos conceptos es una oportunidad para la reflexión, permitiendo la reconstrucción de prácticas y sentidos que en muchas ocasiones se dan por aceptados.
Entendiendo que todo reduccionismo es productor de explicaciones lineales y descontextualizadas, partimos para el estudio y entendimiento de las dinámicas que fluyen en las comunidades en las que trabajamos desde un enfoque sistémico, como un proceso de integración y desagregación conservando las sinergias o relaciones entre los componentes. Siguiendo la noción del pensamiento complejo, a la que se refiere Morin (2003), que separa y reúne, que distingue -sin desunir- y religa.
Sin embargo, si tenemos como objetivo trabajar junto con otros, es indispensable conocer y comprender, identificar cada una de las partes o elementos que se conforman en un proceso comunitario, sin entenderlos como sumativos, sino co existentes y necesarios para que se produzca algo diferente y único.

Participación comunitaria

La participación es un derecho que necesita canales para su realización. La participación ciudadana es una necesidad estratégica para el buen gobierno. La participación necesita planificarse. (Pindado, F 2005)
A pesar de que los programas nacionales y provinciales enuncian constantemente la idea de participación comunitaria como elemento fundamental para su éxito y ejecución, finalmente nos topamos con una realidad: participar implica responder a los objetivos previamente prescriptos por técnicos.
Se habla de participar, pero no existen posibilidades reales para que las comunidades o grupos puedan llevarla a cabo. Para que la participación de la población resulte genuina, es necesario un giro (epistemológico y práctico) hacia la comunidad, en coordinación con los demás recursos de la zona; posibilitando procesos comunitarios tendientes a trabajar junto a la comunidad y no sólo para la comunidad.
La participación es un ejercicio constitucional, como ciudadanos es nuestra responsabilidad hacer uso de ella. Y, como todo derecho, se ejerce para conseguir algo y cumplir con un objetivo. No es un fin en sí misma, sino un medio para conseguir algo: las personas no se reúnen porque sí, existe algo que los impulsa a conformar un grupo: una finalidad que se convertirá en algo en común a transformar.
Siguiendo a Pindado (2005) podríamos decir que la participación ciudadana es la implicación de las personas afectadas por las decisiones públicas en las propias decisiones.
La condición esencial para que la participación sea real es la intervención de todos en todas las fases del proceso: identificación de problemas, determinación de prioridades, definición de objetivos, intervención en el diseño del proyecto, gestión de soluciones y evaluación; asegurando que en todo momento la relación entre los diferentes actores sea igualitaria.
Sin desatender el resultado final lo importante es cómo se hacen las cosas, las relaciones y el empoderamiento que se producen en el camino: aprender a trabajar en grupo, escuchar las opiniones de los demás, construir entre todos la propuesta de trabajo, establecer mecanismos de toma de decisiones, reconocer el derecho a decidir y luchar por ello, en definitiva formar parte. Además, la participación es un proceso de aprendizaje en sí mismo: el contacto con otras personas nos permite conocer otras miradas, es un continuo trabajo de debate, negociaciones y tolerancia, nos posibilita comprender los procesos y confluir en una acción consensuada.
Para Montero (1998) existen niveles de participación y de compromiso que se estructuran y funcionan como círculos concéntricos, cuyo núcleo lo constituye el grupo de máximo compromiso, dedicación y participación (…) A este primer círculo sigue otro, en el cual hallamos personas que colaboran frecuentemente en tareas puntuales y asisten a muchas de las reuniones y asambleas convocadas por los primeros. Un tercer círculo es el de aquellos miembros de la comunidad que sólo participan en tareas específicas (…). El siguiente círculo está integrado por quienes se hacen presentes a través de donaciones, aportes materiales, así como de su benevolencia explícita hacia las acciones emprendidas por los grupos anteriores. Hay también quienes se conforman con simpatizar y aprobar el trabajo colectivo, pero que no harán otro aporte (…). Y finalmente, se encuentran los espectadores curiosos, indiferentes a veces, pero no obstaculizadores.
Todos los involucrados en los diferentes círculos son necesarios para una IC y sus límites no son rígidos. Retomamos, reafirmamos y le damos sentido a la idea de participación comunitaria porque creemos firmemente que para que un proceso comunitario tenga éxito es importante que las personas puedan realizar actividades que les interesen en espacios colectivos, donde se pueda producir el encuentro y se sientan ciudadanos activos en el proceso de cambio.

Ciudadanía

Somos conscientes que solos no se puede ni se debe. Hay responsabilidades del Estado que no deben dejarse de lado. Sería una incoherencia ignorar esto.
El ser ciudadano nos implica y nos convoca a reclamar lo que es nuestro por derecho. La ciudadanía se puede definir como el derecho y la disposición de participar en una comunidad, a través de la acción autorregulada, inclusiva, pacífica y responsable, con el objetivo de optimizar el bienestar público.
Para una gran parte de las personas, ser ciudadano es tener derecho a poseer aquello que otros poseen. Hoy ser ciudadano es apenas estar al amparo del Estado. Siguiendo a García Canclini, la ciudadanía se refiere a las prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia. Y lo que da sentido de pertenencia es la posibilidad de tener acceso a lo mismo que el grupo de referencia, tanto en materia de bienes cuanto de servicios.
Ahora bien, tomar el concepto de ciudadanía implica preguntarnos quiénes son ciudadanos, y qué sucede cuando no se cumplen los "requisitos mínimos", es decir, cuando las personas consideran que no tienen derechos ni tienen la oportunidad de ejercer los deberes propios de los que están en "condiciones" de ser incluidos en un sistema ciudadano.
En tanto consideramos que la ciudadanía es un proceso de construcción social, las personas de una sociedad requieren ser formadas como ciudadanos.
Existen ciertas condiciones mínimas que deben ser garantizadas legal e institucionalmente por el Estado. La participación es consustancial a la ciudadanía en un contexto donde el concepto de participación, propio en un momento del discurso comunitario, se popularizó en el discurso político.
La participación ciudadana se relaciona con el concepto de poder y su ejercicio por parte de diferentes actores sociales en espacios creados para la interacción entre los ciudadanos y las autoridades locales. Ahora bien, para llegar a ser ciudadano activo en la comunidad debemos estar motivados, formados y gozar de oportunidades para ello. En nuestro país no existen espacios reales donde se permita esa interacción ciudadano/gobernantes.
Entonces, podemos analizar la ciudadanía y sus posibilidades en dos niveles: por un lado, el reconocimiento de una serie de deberes y derechos de cada uno de los individuos de una sociedad, como ciudadanos. Por el otro, las dificultades de orden cultural, legislativo e institucional con que tales deberes, pero sobre todo tales derechos, pueden ser exigidos por parte de los ciudadanos.
Siguiendo a Fernández, G (1999), existe una distinción formal en lo que se entiende por ejercicio de la ciudadanía; entre un ejercicio pasivo y un ejercicio activo.

a) Ejercicio de la ciudadanía pasivo: estaría restringido a un estatus a nivel individual, definido jurídicamente. Estaría centrado especialmente en la idea de derechos, los cuales preexisten con independencia de la voluntad del sujeto.

b) Ejercicio de la ciudadanía activo: incorpora a la idea de derechos la de deberes, y además de ser un estatus sería una práctica, por lo tanto refleja de cierto modo voluntad y conciencia, por parte del sujeto. Va más allá del individuo, aludiendo a la idea de comunidad o colectivo. Además, va más allá de lo jurídico, incorporando aspectos como lo político y lo cultural.

Tal como ocurre con otros temas tomados en este texto, es común encontrar políticas que anuncian la promoción de la ciudadanía, pero que no llegan a definir qué se está entendiendo por ésta ni como serán medidos los avances en términos de resultados a corto y mediano plazo e impactos a largo plazo.
Partimos de una visión activa del concepto de ciudadanía, no se trata solamente de reivindicar unos derechos sociales, se trata de opinar, de influir, de actuar, de exigir, de organizarnos alrededor de esos derechos.

Fortalecimiento

La Psicología Social-Comunitaria…no intenta ser cualquier psicología, sino una comprometida con las transformaciones de las situaciones de injusticia y subordinación política y con el apoyo y solidaridad con los sectores poco favorecidos de la sociedad... 8
Estamos acostumbrados a escuchar la palabra empowerment para definir un modelo que busca promover una alternativa de redistribución de recursos y mayor participación de los sectores desfavorecidos. Rappapport (1981), entre otros, sugirió este término para explicar un proceso que permita desarrollar y facilitar a las personas mayor control sobre sus vidas. Al momento de traducirlo, nos encontramos con dificultades tanto etimológicas, psicológicas como filosóficas, con limitaciones que fueron surgiendo al enfrentar tanto escenarios y culturas distintas como su tendencia a lo individual y su concepto del poder entendido como posesión.
Al decir de Vasquez Rivera, debemos estar permanentemente alertas para poder distinguir cómo nos estamos relacionando con las ideas y conceptos que extraemos de otros contextos culturales y para evaluar el impacto de trasplantarlo a nuestras formulaciones sobre la realidad latinoamericana.
Podemos comprender el fortalecimiento dándole una vuelta de tuerca a las debilidades convirtiéndolas en fortalezas. Usualmente una autoimagen de invisibles y sin recursos contribuye a ser reaccionarios y no activos al enfrentar las propuestas del Estado para transformar la realidad.
Al articularnos con otros, los mecanismos necesarios para la toma de decisiones, la organización y las acciones que podemos realizar desde las comunidades son menos jerárquicas y más accesibles que en el Estado. Las formas de resistencia de la comunidad pueden mantenerse fuera de los ojos del Estado, mientras él está expuesto. Muchas veces observamos que las formas de vigilancia y control por parte del mismo son eludidas constantemente por la creatividad y espontaneidad de las comunidades y las personas.
Esto, al mismo tiempo nos permite a nosotros mismos fortalecer creencias y valores, empezando por no imponer los propios, aprendiendo nuevas formas de construir la realidad de las personas con las que trabajamos, respetando la diversidad y retando un modelo de relaciones de poder que muchas veces nos convierte en responsables, por tanto controladores, de las relaciones que se establecen en nuestras intervenciones.
Buscamos un cambio fundamental en la manera en que las personas se relacionan con sus recursos, sus necesidades, sus resistencias y su participación, de un modo multidireccional y horizontal, partiendo de la idea de que no podemos fortalecer a otras personas sino que nos fortalecemos unos a otras en las redes de relaciones que establecemos.
Reconocer la potencialidad del otro, reivindicar la necesidad de la interacción como mecanismo de acción (aun cuando esa acción no sea la que nosotros esperamos), la intervención como modalidad de articulación; todo esto se basa en la potencialidad de la identidad, la tuya y la mía, y estas posibilidades de acción deben estar garantizadas y manifestadas en el compromiso de las instituciones públicas en su realización y desarrollo.

Inclusión/exclusion

En un mundo de construcciones de discursos y lenguajes hay palabras como solidaridad, bienestar, igualdad y palabras como pobreza, discriminación, marginación, exclusión que nos movilizan multitud de sentimientos y nos convocan a la movilización. Situaciones y contextos en los que resulta difícil ser indiferentes, en los debemos agudizar nuestros mecanismos para definir con precisión y sacar a la luz lo que se pretende esconder.
La exclusión no debe describirse sólo mediante la insuficiencia o falta de recursos materiales; se trata de llegar a algo más profundo y estructural: la posición en la que las aspiraciones legítimas de todo individuo por tratar de lograr el fortalecimiento del desarrollo personal se establece por medio de leyes que se escapan a su decisión, los procesos de violencia oculta producida por el veredicto del poder económico, de las contradicciones que se producen en el mercado de trabajo, en la limitación de las movilidades geográficas, las estigmatizaciones, etc.
En el desarrollo de las potencialidades de las personas, siguiendo a Bourdieu (1997) se combinan el capital económico entendido como los recursos materiales con los que se cuenta; el capital social, como conjunto de recursos potenciales ligado a una red de relaciones institucionalizadas; un capital cultural desarrollado a través de los aprendizajes educativos, en el que se sitúan elementos socializadores, de capacitación y comparación social y de control. Y por último, un capital simbólico en el que el ámbito de los medios materiales se proyectan y crean una configuración de cómo nos reconocemos nosotros mismos.
Analizamos el proceso inclusión/exclusión a partir de la relación de los sujetos con los contextos en donde se muestran; el cual se manifiesta a través de una doble direccionalidad: una situación de necesidad social es vivida individualmente pero sólo se explica socialmente, y al mismo tiempo, una situación social de desigualdad muestra una situación colectiva pero necesita conocer como se vive para mostrar la comprensión de lo que ocurre. (Bueno, 2002)
Cuando se niega a la persona la posibilidad de subjetivación se rompen sus lazos y posibilidades de inserción. Intervenir sobre los discursos producidos implica la posibilidad de construir espacios de realidad, de compartir lugares donde se muestra, aparece y produce la interacción, a partir de programas y procesos que juegan el rol simbólico de la visibilidad de la presencia y, por tanto, la contradicción social.
La vulnerabilidad se manifiesta no sólo en lo económico, sino en los ámbitos de la salud, educación, justicia, situación familiar, de la evolución personal, esto es, en el desarrollo social para ser persona. Observamos continuamente que la impunidad frente al excluido deriva en una violencia que ni siquiera necesita legitimarse con razones o justificaciones. Se trata de subyugaciones totales a un poder total. La violencia física, la desprotección se conjugan con la violencia simbólica, muchas veces a través de la internalización de la culpa.
Las posibilidades de escabullirse por los intersticios de este difícil camino están no solo asociadas a variables personales sino sobre todo a la pertenencia o interacción con redes de solidaridad. La estrategia de recurrir a redes no garantiza ex profeso su inclusión en un sistema, pero su funcionamiento se explicita como otra modalidad de interacción, que tiende a producir una inclusión incipiente.
Consideramos importante en este análisis tener en cuenta que el llamado "excluido" siempre está en redes de inclusión, en sub-culturas de pares o con parte de los "integrados". El punto es ver como dinámicamente tienden a reforzarse esos puentes (que unen lo que esta separado) o se desarrollan muros (que separan lo que podría estar unido). (Casaravilla)
Del mismo modo, evitar caer en la trampa de la simplificación teórica que lleva a pensar en un único adentro y afuera. La realidad de la exclusión pensada como proceso es variable y múltiple, definiéndose como pluridimensional. Los adentros y afueras se determinan por múltiples procesos, asociados al empleo, la atribución de normalidad/anormalidad, la distribución de territorios y recursos, las formas establecidas para el control y la participación, etc. Se trata de reconocer la naturaleza compleja e históricamente inscrita de procesos que afectan de distinta manera y grado a sujetos y grupos que por extensión son denominados excluidos.
Existen procesos de exclusión social, cuando un conjunto de mecanismos enraizados en las estructuras de la sociedad, provoca que determinadas personas y grupos sean rechazados sistemáticamente de la participación en la cultura, la economía, y la política dominantes, en esa sociedad en un momento histórico determinado. (Casaravilla)
En los procesos de exclusión social se mezclan e interconectan conceptos tales como pobreza, precarización, desocupación, estigma, producción social de carreras transgresoras (delincuencia, drogas, etc.), apartamiento legal-institucional, auto-exclusión y diferenciación interna. Todo lo cual implica la necesidad de promover acciones comunitarias que se orienten no sólo a la inclusión con un afuera sino también la integración interna, esto a partir de la participación comunitaria, la multiplicación de alternativas de vida y la tolerancia hacia la diferencia. Una política dirigida a la inclusión debe en cada caso partir de un diagnóstico adecuado, que desenredando la madeja, identifique los ejes claves de segregación y las posibilidades de transformación práctica.
Fuente: Revista Electrónica PsicologiaCientifica.com

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