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viernes, 5 de marzo de 2010

La seguridad y el dilema del Gran Bonete

Por Elsa Sáenz Sartor
Licenciada
Red de Derechos Humanos de Corrientes

Si comparamos cualquier texto referido a las políticas sociales del Estado, entre la vigencia del mal llamado" estado benefactor" y la de este modelo innominado (pues no se puede decir para qué sirve), encontramos diferencias sustanciales en la significación otorgada a la "seguridad" y a su carencia.

En el Estado Social de Derecho, la "seguridad" aparece siempre ligada a las garantías que el Estado debe ofrecer al Pueblo, para la vigencia y goce de sus derechos. Seguridad social, refiere a lo colectivo, a lo planificado, ejecutado y evaluado desde la Administración Pública, sinónimo de Gobierno.
Es que al gobierno se lo entendía como administrador de la cosa pública, del mandato representativo otorgado por el Pueblo, en orden a la opción que éste realizara entre las diversas propuestas de los partidos políticos.
Ni falta analizar la diferencia entre aquellas ideas y prácticas y las de este modelo. Hoy hablamos más de inseguridad que de seguridad, de un diagnóstico más que de una política proyectiva. Y, sin duda, la seguridad social, está hoy vinculada a la defensa de los intereses particulares.
Obviamente este cambio de significaciones, obedece a un profundo cambio cultural y éste, al brutal cambio en la estructura socio-económica de nuestro país.
Lo que hoy se denomina "inseguridad", comenzó a proliferar en el análisis y en toda agenda pública, a partir del desarme final del modelo de Estado Social de Derecho. En la década del 90, se multiplican los delitos contra la propiedad, baja significativamente la edad de quienes delinquen y se incrementa el número de muertes consecuentes con estos delitos.
La desocupación, la precarización laboral, el deterioro integral de los servicios de salud y de educación, sumado a la crisis de representatividad de las organizaciones sociales (en su mayoría "atadas" a los avatares del poder político), van conformando una sociedad que no solo carece en lo material, sino que adolece de la peor de las carencias: la falta de proyectos y en definitiva, de esperanza.
La cultura de participación y de solidaridad que caracterizó a la Argentina, a fuerza de las luchas de liberación que protagonizó durante toda su historia, sufrió los efectos de la aniquilación de las organizaciones populares, de sus dirigentes y de sus militantes, a manos de la dictadura.
Los 90 también trajeron consigo, la extensión masiva del negocio de las drogas. Jóvenes campesinos y urbanos de nuestra región, procuran dinero en la venta y pase de drogas, para lo cual además, se convierten ellos mismos en adictos.
Y en quienes más impacto esta falta de proyectos y de futuro, es en los jóvenes. Los jóvenes son víctimas del modelo y como tales se ubican del modo más "exitoso" para subsistir...o para morir.
Los jóvenes han generado una cultura "ruleta rusa" en la que permanentemente se echa la suerte a seguir viviendo o a morir. Motos, autos y corredores de carreras, pasan a ojos cerrados los semáforos; se bebe o se consumen drogas sin límite, se pelea por nada y con todo, etc.
Las drogas y el alcohol, pasan a ser analgésicos para el dolor que provoca esa vida siempre insatisfecha, por no poder acceder a lo que la propia sociedad propone en términos de consumo; por no poder "integrarse" a las reglas sociales de juego. Y el efecto es dramático: chicos enajenados, progresivamente descerebrados, matando por poco o nada.
Y no son los chicos los que destilan el alcohol que consumen. Tampoco ellos lo comercializan. No son los chicos los dueños de las plantaciones o de las empresas farmacológicas que producen la droga. No más ver las tramas que incluyen a políticos y dirigentes gremiales de primera línea.
¿Víctimas? ¿Victimarios? Ambas cosas. Son víctimas de la exclusión en todas sus modalidades, por lo menos desatendidos por los adultos próximos, a su vez víctimas de los males ya señalados. Muchos padres sin trabajo, abandónicos en pos del consumo algunos, otros hedonistas y otros adictos, ellos mismos. Educadores trabajando en condiciones deplorables, sin una profunda revisión pedagógica respecto de su rol en este contexto y sin políticas claras.
¿Quién vela por la seguridad de los chicos que provocan la inseguridad de los otros? Para algunos padres, debieran hacerlo los educadores; para algunos educadores, los padres; para el gobierno la "sociedad civil" y para ésta, el gobierno; para algunos personajes de la farándula, la represión y para ésta, más circo.
Como en el juego del Gran Bonete, la pregunta es "¿quién la tiene? ¿Quién tiene la respuesta, la culpa, la responsabilidad, la salida, etc.?
La respuesta es compleja. Pero en tal caso la explicación monocausal de los "chicos malos", presentados en los medios como asesinos desalmados, lejos de apuntar a una solución, refuerzan la única identidad que la sociedad otorga a estos jóvenes y niños.
La respuesta no vendrá de un sector o de algunas mentes brillantes. Comenzará a construirse cuando aún desde el dolor de las víctimas (los chicos o "de los chicos") puedan identificar las causas y trabajar para removerlas.
Este como otros males que este modelo de vida nos impone, responde a intereses de la hiper concentración económica. Deberíamos preguntarnos si no es posible abandonar el pragmatismo de la negociación en la que aquellos intereses siempre hegemonizan; el de la lógica de "ocupar los espacios" que nos dejan ocupar y que obviamente no rozan el eje del modelo.
Y en lo próximo, buscar, propiciar espacios de contención para los chicos.
Auspiciar espacios de formación y debate para diseñar estrategias de acompañamiento. Exigir a las autoridades dispositivos institucionales suficientes para prevenir y para curar las adicciones, para prevenir y ofrecer alternativas a las víctimas de abuso.
Corrientes cuenta con muy pocos servicios de prevención y, menos aún de asistencia. El Hospital de Salud Mental de Corrientes cuenta con apenas 15 camas para menores con diversas enfermedades, entre ellas las adicciones.
El Centro del Adolescente está inactivo desde hace aproximadamente un año. No obstante, en su etapa de funcionamiento, contaba con cinco profesionales de la salud mental. La afluencia diaria de demandas, superaba largamente esta capacidad, mucho mas teniendo en cuenta que cada paciente necesitaba continuidad en su tratamiento.
Los CAPS cuentan con un personal en su cobertura territorial, sumando a lo ya analizado para el centro de adolescentes, la falta de una política clara de prevención que salga a la comunidad y que trabaje en conjunto con otras instituciones. Esta situación, se atenúa en oportunidades, por el compromiso de profesionales que trabajan a conciencia aún sin percibir por meses sus salarios.
Respecto del abuso, la prostitución y trata de jóvenes, existen algunos dispositivos institucionales que alientan y acompañan la denuncia. Sin embargo, no hay lugares físicos que ayuden a la rehabilitación de las víctimas, a su reinserción social, a su formación laboral, por lo que en muchos casos, vuelven a la situación de la que fueron sacados, en muchos casos con consecuencias aún peores. Tal el caso de los abusados en sus hogares.
La buena acción e intención de equipos interdisciplinarios que recorren las escuelas, movilizan a todos los estudiantes. Resultan efectivos en el aspecto preventivo: alertan y concientizan a quienes no adolecen de los problemas descriptos. Pero los otros, los chicos que ya los tienen, ven mas claramente lo que les pasa, pero se frustran al comprobar que no hay continuidad entre prevención y asistencia.
Esta escasa presencia del estado, abunda en el aislamiento y exclusión de los jóvenes, quienes en su mayoría no ejercen la demanda correspondiente.
Sin embargo, muy cerca de cada uno existen felizmente ejemplos de personas e instituciones que con muy poco en lo material, pero con mucha coherencia y convicción, crían, protegen y curan a chicos y chicas.
Parroquias de barrios muy humildes, forman grupos de adultos (no necesariamente padres de chicos con problemas) y realizan con ellos tareas, acompañamiento personalizado, aprendizaje de oficios, con muy buenos resultados.
Bibliotecas populares que en lugar de esperar al potencial lector, "salen" en su búsqueda con actividades que exceden largamente lo específico de la biblioteca.
Comisiones de padres que en su barrio generan espacios deportivos y de esparcimiento. Los chicos se divierten, se sienten tenidos en cuenta...y solo después viene la reflexión.
Sirvan como ejemplo de lo posible, porque todo menor, merece por derecho, que se le garantice un futuro con opciones reales, un futuro seguro.
(Fuente: marandu.com)

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