Debemos reconocer una cosa: nuestra sociedad dejó de tener el nivel de seguridad –en cuanto a delitos- que tenía hace 25 años. Sin este reconocimiento se hace complejo tratar de buscar soluciones. Hace 25 años atrás nos ufanábamos que en la Argentina se podía andar por cualquier lado y a cualquier hora sin problemas, mientras en otros lugares del mundo esto era imposible.
La Argentina empeoró, otros lugares del mundo también, pero hubo algunos que mejoraron sus índices de seguridad. El caso típico, el más citado como experiencia mundial es el de New York que durante la intendencia de Rudy Giuliani y su jefe de policía William Bratton, implementaron la llamada “tolerancia cero” con buenos resultados en la Gran Manzana y que se trató de exportar como un modelo milagroso a otras ciudades. Lamentablemente los fenómenos de la violencia y el delito en el tercer mundo tienen raíces muy diferentes de las que tienen en el primer mundo.
El recuerdo nostálgico de aquellos “buenos viejos tiempos” nos lleva a simplificar el problema de la inseguridad, y de esta forma transformarlo en algo tan distinto que se convierte en otra cosa, una especie de cruzada de luchar contra un monstruo sin rostro, cuando en realidad si algo tiene la violencia son caras, nombres y apellidos.El problema es cuando el delito se implanta en grandes urbes por motivos propios del tercer mundo: la exclusión social, la deserción escolar, el fracaso laboral, la imposibilidad de conseguir un primer empleo. El círculo empezó hace varios años atrás, más de 15, en el cual la exclusión y el abandona de la escolarización generaron una masa de jóvenes que están fuera de todo. Si a eso masa de jóvenes le agregamos las nuevas formas de subsistencia que se fueron dando a partir de fenómenos microeconómicos como la venta de droga en pequeñas escalas que vinieron a solucionar modos de vida de familias enteras involucradas íntegramente a la actividad conocida como “transa”. Chicos excluidos, limados completamente, en situación de riesgo, donde el auge del delito amateur es el inicio en una escalada que es seguida por una minoría, pero esta minoría se va sosteniendo en niveles de violencia cada vez más altos, despiadados y desconocidos hasta hace poco. En esta situación de “ellos contra nosotros”, ya sea de cualquier lado que se mire, la consecuencia final es eliminar a uno de los dos extremos antagónicos. Aquellos que pensamos en términos de justicia para todos e igualdad de oportunidades no podemos acordar con este tipo de situaciones, que se agravan más aún cuando las fuerzas policiales son obsoletas, lentas, mal entrenadas y muchas veces actúan en connivencia o complicidad directa con el delito que deberían combatir.
Este panorama se muestra muy complejo y de difícil resolución. Aquellos que no queremos la guerra de “los buenos contra los malos” y que descreemos de soluciones facilistas y demagógicas (la GUM a la comisaría, más policía en la calle, meter bala, etc.), estamos obligados a decir la verdad.
La única forma de volver a niveles de seguridad parecidos a los década del 80, es plantear una política que achique la brecha entre ricos y pobres, mejoramiento integral de la educación evitando la deserción y el fracaso escolar, generación de puestos de empleos para jóvenes y capacitar a estos para que puedan acceder. Pero esto es sólo un lado, creo que una reforma integral de las diferentes policías provinciales –desde luego la de Santa Fe- la misma debe ser conducida por civiles, descentralizada, con control ciudadano, dirigida en los casos de seguridad urbana por las intendencias y comunas, estableciendo políticas que permitan la depuración de los elementos corruptos y capacitándola para intervenir en la forma más inocua posible, respetando los derechos humanos y restableciendo la confianza perdida. Si hacemos esto todo junto y bien quizá podamos ver resultados en el mediano plazo, jamás mañana ni el mes que viene.
Acá no existen fórmulas que aseguren el éxito, pero sí hay políticas y procesos que conducen al fracaso. Mientras tanto, se deberían garantizar algunas seguridades mínimas en lugares como accesos a la ciudad, principales avenidas, y lugares críticos (zona bancaria de día, boliches bailables de noche). Pero también nuestra intervención puede ayudar recuperando espacios públicos, ganando presencia en las calles, y sobre todo siendo precavidos. Ninguna solución es inmediata, por eso hay que prepararse para extremar cuidados y estar dispuestos a convivir con esta situación, que sin lugar a dudas es horrible, pero mentir es peor. Como dice un amigo, de cierta forma esta violencia forma parte del “costo empresario argentino”.
(Fuente: Publicado por IFPO)
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