Por Florencia Teresita Daura*
Hemos visto con asombro en los Juegos Olímpicos de la Juventud lo que muchos adolescentes, de entre 14 y 18 años, son capaces de hacer y lograr: viajar -para algunos- al fin del mundo; obtener un lugar en el podio; enfrentar una multiplicidad de desafíos; compartir con otros el éxito y el fracaso; esforzarse por lograr sueños que tal vez se plantearon hace años; proponerse nuevos objetivos cada vez más desafiantes con los que más que competir con otros, muestran el deseo de luchar contra sí mismos.
Ya contamos con varias preseas, entre ellas 6 de oro -de las que María Sol Ordas obtuvo la primera- en remo, BMX, beach handball femenino, vela, hockey femenino, tenis; 5 de plata, en natación -aquí se lució y conquistó al público Delfina Pignatello-, tenis, lucha libre en dos categorías; y 4 en bronce, en donde Felipe Modarelli y Tomás Herrera nos regalaron la primera medalla en remo categoría sin timonel, entre otras.
Más allá del medallero, estos jóvenes ponen en práctica lo que la doctora Angela Ducworth llama Grit, que es la determinación y la pasión por alcanzar metas a largo plazo. En otras palabras, es la capacidad que permite perseverar y creer en sí mismo para alcanzar lo que se espera lograr, con una gran motivación, cuyas raíces se hunden en motivos que reflejan ansias de ser mejor, de llegar a más.
Frente a esta realidad se nos presentan algunos interrogantes (¿Cómo pudieron desarrollar estas capacidades? ¿Qué estamos haciendo en las instituciones educativas para promoverlas?) que se refuerzan por implicar capacidades que son necesarias para afrontar las exigencias de la vida profesional, concretar un proyecto de vida sólido y llegar a ejercer un liderazgo positivo en la sociedad.
La misma Ducworth afirma que los grandes líderes son aquellos que poseen una feroz determinación que se manifiesta de dos formas: exhiben una fortaleza y tenacidad fuera de lo común; y saben con mucha claridad lo que quieren en la vida.
Sin dudas, en las instituciones educativas de todos los niveles se hacen esfuerzos para transmitir conocimientos, pero eso no basta. La educación supone un proceso integral que contemple este aspecto y el desarrollo de otros, de capacidades o “competencias blandas” que a la larga incidirán positivamente en los saberes alcanzados.
Particularmente, podemos resaltar el autoconocimiento que permite conocer los aspectos negativos que se poseen para cambiarlos, y los positivos para fortalecerlos, como así también para descubrir un sentido por el cual vivir; recibir modelos superadores que empujen a sacar lo mejor de sí mismos; brindar estímulos para ser capaces de elegir metas superadoras, que lleven a ser mejores y a ayudar a otros a lograrlo.
Para conseguirlo son muchas las estrategias que pueden implementarse en el proyecto pedagógico de las instituciones educativas y en el proceso de aprendizaje de cada estudiante. De esta forma, cada institución estará ayudando a que los alumnos tengan mejores herramientas para, a futuro, insertarse responsablemente en la sociedad; realizar mejores aportes en el medio laboral y, sobre todo, desarrollar un proyecto vital sólido, en el que lo más importante sea alcanzar la medalla de una vida realizada y sentida.
*Florencia Teresita Daura es profesora de la Escuela de Educación de la Universidad Austral e investigadora asistente del CONICET.
Fuente: clarin.com
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