Desde hace más de cinco décadas, se ha venido estudiando el cerebro con métodos no invasivos, como la Resonancia Magnética, descubierta hacia 1972 pero evolucionada incesantemente con fines no solamente terapéuticos sino también de investigación. Durante los últimos veinte años, los estudios sobre cómo aprende el cerebro han estado a la vanguardia de los intereses de los investigadores, de modo de hacer un aporte sin precedentes a la educación.
El cerebro es el órgano más relevante para el proceso educativo, de ahí la importancia de profundizar en su estudio para la comprensión de los procesos de enseñanza y de aprendizaje (Goswami: 2008). Este aporte parece ser una obviedad y sin embargo no lo es. No son los sentidos en sí mismos los que intervienen en el proceso, sino el cerebro, que decodifica lo que los sentidos perciben. Y esa decodificación, no es igual para todas las personas y para cada persona en diferentes situaciones.
La forma en que el cerebro se desarrollará, dependerá del proceso educativo a que sea sometida la persona (Domínguez 2003). Según Regazzoni (2013) éste desarrollo depende de la inmadurez del cerebro, que va madurando a través de los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Estas potencialidades del cerebro abren un caudal tremendo de posibilidades para el docente que vehiculiza la maduración a través de la enseñanza.
El primero, y tal vez el más importante descubrimiento, ha sido llegar a saber que el cerebro tiene una capacidad casi ilimitada de adaptarse a nuevas situaciones y entornos y a cambiar de acuerdo con las demandas, fortaleciendo algunas conexiones neuronales y debilitando otras, según sea el caso. A esto se llama Neuroplasticidad.
El cerebro es maleable y plástico durante todo el transcurso de la vida (Rattazzi: 2013). Esto quiere decir, que el cerebro puede aprender durante toda la vida, porque puede establecer sinapsis de acuerdo con los diferentes estímulos. Y a mayor cantidad de sinapsis, mayor probabilidad de responder ante situaciones novedosas.
El aprendizaje —así como las experiencias— permite la constante reorganización de la arquitectura funcional del cerebro. (Ratazzi: 2013). Si cambian las redes neuronales, cambian las habilidades y la percepción.
El desarrollo del cerebro no es lineal, sino dinámico y depende de la retroalimentación. Esto es, aprender hace que el cerebro se desarrolle, se reorganice y se agrande en alguna zona o red. A su vez, la adquisición de una destreza, un conocimiento o una información aumenta la motivación y retroalimenta, así, todo el proceso.
También se sabe ahora que los ambientes pueden facilitar, favorecer o entorpecer el correcto desarrollo del proceso de enseñanza aprendizaje, así como también la alimentación y nutrición, el ejercicio físico y el sueño.
Los hallazgos en el Sistema límbico también proveen información acerca de que lo emocional, lejos de estar ajeno al proceso de aprendizaje, es un factor decisivo involucrado en el proceso. Es así, que el estrés o el miedo no contribuyen a aprender, pero la proposición de un desafío, la promoción de la curiosidad, por ejemplo, sí. De esta forma, se puede afirmar que tan importantes como las funciones cognitivas son las emociones, y echar mano de ellas para provocar aprendizaje es un recurso que no hace mucho tiempo atrás no se tenía en cuenta.
El aprendizaje no se logra en situaciones de estrés o miedo, y sí en situaciones de bienestar, seguridad y afecto. La frase atribuida al político y educador argentino Domingo Faustino Sarmiento (“La letra con sangre entra”) ignoraba absolutamente este aporte invalorable de las Neurociencias. La educación centrada en la performance del estudiante o en su rendimiento, así como la disposición del docente como único depositario del saber y único detentador del saber, no contribuyen a un ambiente de bienestar propicio a los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Un conocimiento que circule entre todos los actores del proceso, sí.
Saber que el cerebro aprende mejor haciendo o que aprende mejor cuando co-construye el aprendizaje, es también una manera de optimizar el proceso de enseñanza, poniendo el foco en el que aprende y cómo aprende y no en el que enseña y qué enseña.
Otro aporte insoslayable de las neurociencias a la educación, es saber que existen múltiples inteligencias, tal cual lo explicara Howard Gardner. Esto implicaría que es un error tratar a todos los alumnos de manera uniforme, puesto que todos pueden aprender de forma diferente de acuerdo con sus diferentes inteligencias.
De acuerdo con diferentes autores, podríamos mencionar algunos de los aportes más importantes que la neurociencia ha realizado y realiza a la educación:
Las personas tienen diferentes estructuras cognitivas, forjadas por múltiples factores y a lo largo del tiempo —factores tanto internos como externos o ambientales—. Y todas ellas aprenden en función de su propia estructura cognitiva. Conocerla o intentar conocerla, hará que el aprendizaje sea mucho más significativo que si nos movemos en el presupuesto de que todas las personas comparten idénticas o semejantes estructuras cognitivas. Asimismo, esa estructura sigue modificándose a lo largo de la vida por acción del aprendizaje o por agentes externos (Podestá: 2013).
Esto quiere decir que intervienen cuestiones innatas en la forma de aprender, y existen otras que se modifican por medio de la interacción social. Significa que existirán limitaciones y posibilidades, mediadas por la genética y la socialización, pero también la virtualidad de la modificación de esas condicionantes, si se sabe cómo operan.
Los cerebros humanos, por otra parte, son tan únicos como las huellas digitales (Tokuhama – Espinosa: 2010). Esto quiere decir que, dentro de un aula, real o virtual, tendremos una cantidad determinada de “cerebros diferentes”, que aprenden diferente, que prestan atención de forma diferente, que se concentran de forma diferente, que memorizan o comprenden de forma diferente. La ductilidad del docente debe explotar al máximo todas las potencialidades que ello implica, en cuanto a una construcción conjunta del aprendizaje entre los distintos “cerebros que están aprendiendo”, y minimizar al máximo las desventajas que ello implica a la hora de programar una intervención educativa en línea sobre las bases de las nuevas tecnologías, que sea capaz de abarcarlos a todos.
(*) El autor es especialista en Educación y Nuevas Tecnologías (Flacso) y autor del libro “Revolución del aprendizaje en tiempos de lo digital – Nuevos territorios educativos siglo XXI”.
Fuente: lacapitalmdp.com
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