LOS pueblos educados trabajan, producen, crean y practican el respeto mutuo entre sus miembros. Pero, como en toda manifestación humana, existen las excepciones. Ahora bien, las excepciones -debe marcarse desde el principio- son eso: solamente excepciones.
La Argentina es el caso notable de un pueblo que se fue conformando con un embarazo difícil, un parto doloroso y una primera infancia llena de sinsabores. Pero en la adolescencia realizó un giro portentoso en materia de educación. Al margen de problemas internos y mundiales, apostó por la educación de una forma vehemente y excepcional. Mientras Juan Bautista Alberdi insistía en que "gobernar es poblar", la elite política e intelectual del país agregaba "sólo se progresa educando". Y puso manos a la obra. En escasas décadas consiguió que un pueblo abrumado de analfabetos comenzara a estudiar. La escuela argentina se convirtió en un templo y una fábrica. Era el motor ardiente del progreso, la armonía social, el anhelo de crecer, la vitamina de la creatividad, la constructora del civismo, la orientadora de conductas y el tonificante de la moral. Las oleadas inmigratorias fueron integradas y en todo el territorio se afirmaron las bases de una convivencia basada en la ley. No fue fácil y, como dije al comienzo, hubo excepciones. Pero fue posible caminar desde la irrelevancia hasta la gloria. En el primer Centenario de nuestra independencia llegamos a ocupar el octavo puesto entre las principales naciones del mundo.Después, de un modo casi invisible, se introdujo el deterioro. Un deterioro perseverante y mendaz. Es cierto que nunca se dejó de insistir en los méritos de la educación y la necesidad de apoyarla. Pero se fueron trastrocando los valores. En lugar de ser premiado el esfuerzo, se apostó al facilismo. Y se olvidó la importancia de la calidad. Por eso nos encontramos ante paradojas increíbles: el presupuesto destinado a la educación argentina no es inferior al de los países donde titilan los buenos resultados, pero no es un presupuesto que rinda frutos. Ocurre que todos coinciden en la importancia de este rubro, pero pocos se han empeñado en descubrir las razones de su caída. Y aún menos son los que ofrecen propuestas concretas, sabias y valientes para revertir el descenso.
Me encontré con un diagnóstico y un tratamiento precisos de este tema en un libro breve y explosivo que acaba de publicar Alieto Guadagni. Su título nos desafía: Otra escuela para el futuro . Deberían examinarlo con atención los políticos, docentes, periodistas, gremialistas y padres. Tendrían una mejor visión de los problemas, y también de las herramientas que existen para solucionarlos. Además, se dejaría de seguir destruyendo nuestra educación mientras se predica lo contrario con una hipocresía que produce náusea.
Impresiona la vigencia de Sarmiento -se señala al comienzo de la obra- cuando este luchador escribió en el siglo XIX que "por cada escuela que se abre se cierra una cárcel". Y también: "Un padre pobre no puede ser responsable de la educación de sus hijos, pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse de que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la nación hayan recibido en su infancia la educación necesaria y estén preparados para desempeñar las funciones sociales a las que serán llamados. El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen. Y la educación pública no debe tener otro fin que el de aumentar estas fuerzas".
Las medidas puestas en práctica lograron que esas palabras transformaran la realidad. Pocas décadas después, en el último mensaje presidencial de Roca -año 1904-, no sólo se mencionan el progreso y el prestigio ganado por la escuela pública, sino que se resaltan los avances en la enseñanza de los oficios. ¡Ya se pensaba en la producción de cada uno que aseguraría el bienestar del conjunto! En un párrafo enfatiza ese informe que numerosas escuelas funcionan con sus talleres de trabajo en madera, cartón, papel, alambre, mimbre, junco, tipografía, tejido, costura, bordado, confección, pintura, cocina, jardinería y otras industrias sencillas para despertar la alegría de hacer cosas con el propio esfuerzo y nutrir el sentido maravilloso de la labor, la inventiva y la dignidad. Esos oficios eran la tecnología dominante de aquella época. Perduraron en el tiempo con excelentes resultados. Los alumnos salían con los instrumentos que les conseguirían una rápida colocación.
En mis primeros dos años de escuela secundaria en Cruz del Eje, las tareas prácticas estaban dirigidas a la agricultura, producción de miel y crianza de animales. Me enseñaron mucho, especialmente a disfrutar el esfuerzo físico y la constancia. Pero cuando fui a visitar esa escuela años después, todo eso fue eliminado.
Las pruebas de nuestra decadencia en materia educativa que brinda Guadagni son terroríficas. Terroríficas y ciertas, por más que se las tienda a negar con racionalizaciones inmorales. No sólo decaímos en el nivel universal, sino que ya nos superan de lejos la mayoría de los países latinoamericanos que antes nos envidiaban.
Nuestro sistema escolar, por ejemplo, se ha desvirtuado en una maraña burocrática que se nutre de la organización vertical y centralizada en todas las provincias. Se margina a los principales actores, que son las familias, los docentes, la comunidad local y los propios estudiantes. Esto facilita la malversación e ineficacia del presupuesto. No se presta atención a la calidad educativa, porque el empeño se centra en la satisfacción de la burocracia y en indignantes ambiciones políticas. Esto es gravoso para la equidad social, porque las familias pudientes están en condiciones de acudir a los establecimientos privados. Antes, cuando la educación pública argentina era ejemplar, sólo los malos estudiantes iban a los establecimientos privados. Ahora ocurre al revés. Con este "modelo" se traba la movilidad social hacia arriba, se diluye la responsabilidad de burócratas y sindicalistas, no se crean incentivos para una mejor enseñanza, no se promueve la información sobre la realidad educativa (la reciente ley federal, en su artículo 97, prohíbe difundirla, convirtiéndonos en ¡el único país del mundo que comete semejante aberración!).
Ni siquiera los padres se escandalizan por la cantidad de leyes que no se cumplen. Recordemos algunas:
-El año lectivo debe tener 180 días de clase. ¿Cuántos se imparten en realidad, descontando huelgas y tomas de establecimientos?
-La obligatoriedad de los estudios se extiende a todo el país desde los 5 años hasta finalizar la educación secundaria. ¿Cuántos millares de niños y jóvenes no estudian?
-Se exige incluir en el nivel inicial al ciento por ciento de la población de 5 años de edad y asegurar la incorporación creciente de niños de 3 y 4 años de edad, priorizando a los sectores sociales más desfavorecidos. ¿Es difícil darse cuenta de que los sectores más desfavorecidos son los que menos educación reciben y, de esa forma, no pueden progresar y tienen que dedicarse a la droga y el delito?
Las escuelas primarias deben ofrecer una jornada extendida o completa. ¿Cuántas lo hacen?
El paisaje deprime. Es verdad que muchos docentes y algunos políticos realizan esfuerzos honestos por corregir el deterioro. Pero no es suficiente. Faltan entusiasmo, coraje y honor. Debemos observar la conducta de los países que marchan a la cabeza de la educación mundial: Finlandia, Alemania, Israel, Canadá, Australia.
Es mucho más lo que informa y esclarece el libro Otra escuela para el futuro . Cierro con sus recomendaciones finales, que piden una educación inclusiva de calidad, con un calendario de jornada extendida para el nivel primario y secundario. Propone que haya 190 días de clase por año, que deben ser cumplidos a rajatabla. El ingreso a la universidad debe estar abierto a todos sin excepción, pero con un riguroso examen de ingreso que estimule el estudio en los niveles previos. No es justo que la sociedad pague por universitarios que no están capacitados para entender un texto, son ineptos en matemáticas y tardan una eternidad en recibirse.
Tampoco es bueno que la matrícula universitaria se mantenga anclada en las carreras tradicionales del pasado, con un exceso de abogados y una carencia de profesionales en el campo de la ciencia, la tecnología y la informática, que son los rubros decisivos de nuestra época.
No titubeé en adjetivar este artículo con la palabra "impactante". Basta recorrer las páginas de Otra escuela para el futuro para sentir estremecimiento, indignación y ganas de difundir a gritos su contenido.
Fuente: lanacion.com.ar
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