La realidad mundial nos narra que cada vez son más limitadas la producción y la disponibilidad de alimentos para una población global que va en ascenso constante, no solo eso, nos narra también que la crisis alimentaria se ha generalizado y es un problema tanto de los países pobres como de los desarrollados.
Un ejemplo lo constituye China que con 1 mil 300 millones de habitantes tiene solamente 9% de su superficie agrícola arable por lo que compra y alquila tierras en África, Suramérica y en cualquier parte del mundo para suplir sus necesidades (Pérez, 2011).La extranjerización de la tierra
La humanidad entera está en la búsqueda permanente de resolver sus necesidades alimentarias y así palear la crisis mundial en la cual estamos inmersos desde hace varios años. En el 2008, agravándose el problema, algunos países dieron inicio a pesquisa por tierras surgiendo de esta manera lo que se conoce como extranjerización de tierras o neocolonialismo moderno. Ejemplos vivos son la China National Agricultural Development Group Corporation que opera en 40 países, entre ellos Argentina y Perú; Morgan Stanley que compró 40 mil ha. en Ucrania y Daewoo que usará 1.3 millones de ha. en Madagascar durante 99 años. En Argentina 27 millones de hectáreas de tierras cultivables están en manos de empresas y particulares extranjeros.
Impacto del Cambio Climático
La fotografía de la realidad alimentaria mundial no está completa si dejamos por fuera el análisis de este punto. Es cada vez más cierto que el factor efectos del Cambio Climático está presente y se hace sentir con más fuerza cuando transcurren los días. Los efectos ambientales asociados con el agua bien por inundaciones o por sequías extremas nos hacen cada vez más vulnerables, propensos a perder cosechas y fuentes de proteínas de origen vegetal o animal.
A medida que aumenta la concentración de gases invernadero producto de las actividades humanas que conllevan la quema de combustibles fósiles o generación de basura vamos contribuyendo al calentamiento global y así al irse calentando los océanos vamos alterando tanto el hábitat natural de las especies que allí viven, su biodiversidad, la cantidad de oxígeno producido para asegurar la vida en el planeta como el ciclo hidrológico y pare usted de contar. Es decir, va cambiando desfavorablemente nuestro hábitat y con él los factores que determinan la producción de alimentos y nuestra seguridad alimentaria: disponibilidad de agua para riego, suelos fértiles, concentración de contaminantes atmosféricos, variables ambientales a las que están adaptadas los cultivos y animales de producción.
En Venezuela contribuimos directamente desde cada uno de nuestros hogares a nutrir este proceso degradante con gases metano y dióxido de carbono provenientes de alrededor de 21 mil toneladas diarias de basura generadas, cifra promedio que incluye solo la cantidad de la recogida mas no la que queda botada en nuestras calles o esparcida en vertederos ilegales improvisados a cielo abierto.
Indirectamente contribuimos también con la generación de gases con efecto invernadero a nivel mundial cuando vendemos petróleo y sus derivados, que aunque es consumido en otros países, a través de la quema de los distintos tipos de combustibles de exportación se generan gases. En el 2010, según cifras oficiales exportamos 475 mil barriles por día de productos refinados lo que se traduce en 174 mil Tn/día de CO2, gas con efecto invernadero, si consideramos el caso menos contaminante que todo lo exportado se tradujera en quema de gasolina. Este tipo de ejercicio partiendo de la cifra generada por la Agencia de Protección Ambiental (EPA): la quema de 1 lt de gasolina produce 2.3 Kg de CO2, nos muestran que debemos apuntar a evaluar escenarios de crecimiento y cambio estratégico como país para prepararnos e invertir en innovación y tecnologías, elementos que nos permitan adaptarnos progresivamente a las nuevas condiciones socio ambientales y económicas que nosotros mismos como civilización vamos posicionando globalmente.
Impacto de la actividad humana
Nuestra conducta personal y colectiva marca la diferencia entre el atraso o el progreso en materia de seguridad alimentaria. La naturaleza es la gran proveedora de los bines que consumimos para nuestra sobrevivencia y nosotros como grandes depredadores de ellos debemos tomar inteligente y sustentablemente lo que necesitamos, sin perturbar sus equilibrios dinámicos y sin negarle a generaciones futuras su derecho a vivir en este planeta. Esa es la gran realidad, lo entendamos o no como civilización. De no entenderlo y transformar el entendimiento en hábitos conductuales respetuosos con el ambiente, la naturaleza misma nos pondrá en nuestro lugar una y otra vez.
La mala pesca es un ejemplo didáctico, claro y tangible para todos y lo tomamos porque el pescado es una de las fuentes de proteínas y vitaminas más importantes y sanas para consumir una población que quiera preservar su seguridad y calidad alimentaria. Hablar de producción pesquera, a menos que sea en granjas artificiales, nos queda grande a los humanos, se debería hablar de cosecha pesquera y así me referiré en lo sucesivo. Las cifras sobre la cosecha pesquera en el país no existen, o al menos no son del dominio público o están desactualizadas o publicadas sin continuidad. La memoria y cuenta 2010 del ministerio de Agricultura y Tierras muestra una disminución del 113,6% de la cosecha pesquera respecto a su propio registro anterior destacando disminuciones drásticas en la cosecha de sardinas y atún. Esta disminución se reporta más drástica cuando se revisa la bibliografía producida por investigadores del tema quienes además reportan un descenso sostenido desde el 2004 y un ascenso en las importaciones, es decir, un ascenso en la dependencia alimentaria de otros países.
Hay que llamar la atención también sobre el efecto que esta escases está provocando al resto de la cadena alimentaria y la abundancia del ecosistema marino que es la que asegura el equilibrio y la vida en los océanos.
Nuestra sobreexplotación ha determinado que ya no se pesque más sin comprometer la existencia de la especie. En consecuencia la baja oferta presiona el aumento de precio y por ende disminuye la accesibilidad de la población a la fuente alimentaria.
Para guinda de la torta, además de sobre-explotar el recurso descargamos todas las aguas servidas de las poblaciones urbanas y rurales a nuestras costas, contaminándolas y cambiando las condiciones físico químicas de ellas, y por si fuera poco, los peces, moluscos y otros que se encuentran en esas aguas almacenan esos tóxicos en sus cuerpos y así los ingerimos cada vez que podemos comprar un pescadito frito o un rompe colchón.
(*) Bióloga. Ecóloga. Analista Ambiental. Actualmente se desempeña como Directora de Ecología y Ambiente del Estado Miranda. Twitter @eapallotta
Fuente: econoticias.com
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