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jueves, 13 de enero de 2011

Aprender depende del origen social

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Por Gustavo Iaies

Hemos pasado del proyecto sarmientino de “la mejor escuela para todos”, a una oferta diferenciada que...
 favorece la cristalización de las desigualdades sociales. Es inaceptable para una población que se pretende democrática y progresista.


La ilusión de una escuela pública integradora y promotora de la movilidad social es un elemento central de nuestra cultura. En Mi hijo el dotor , Florencio Sanchez reflejó la ilusión del esfuerzo por “llegar y ser” en una sociedad dinámica y en crecimiento. Padres y madres luchan hace décadas por “un título” para sus hijos, como garantía de “dejarles un futuro”.


El último informe de evaluación de la calidad educativa de la Ciudad de Buenos Aires muestra que el 94% de los aprendizajes de los alumnos se explican por su origen social .

Los resultados de la prueba PISA 2009 muestran a la Argentina entre los países más inequitativos de la muestra, con la relación más determinante entre el sector social de origen de los alumnos, las escuelas a las que acceden y los resultados de aprendizaje que alcanzan: “Dime de qué casa vienes y te diré a qué escuela irás y qué pronóstico educativo tendrás”.

Eso podría explicar la migración a las escuelas de gestión privada, como si las familias intuyeran esos datos y buscaran una salida. Según la Encuesta Permanente de Hogares, mientras en el año 2003 el 27,9% de los alumnos del área metropolitana de Buenos Aires asistían a escuelas de gestión privada, en el 2009 ese número se elevó a 38%.

La migración fue mayor en las familias más pobres. Las clases medias y altas, mayoritariamente, ya se fueron .

La idea de refugiarse de la crisis escapando de las escuelas estatales es una ficción.

A la elite argentina tampoco le fue bien en PISA 2009: el 25% de mejores resultados están peor que nuestros vecinos.

Para los sectores más privilegiados, la escuela no es tan determinante porque las familias garantizan un piso cultural, más aún en una sociedad de alto consumo de periódicos, revistas, televisión por cable, Internet, libros. Pero la distribución de esos bienes es aún más inequitativa que la de la escuela.

Hemos pasado del proyecto sarmientino de “la mejor escuela para todos”, a una oferta diferenciada que favorece la cristalización de las desigualdades sociales. Y la idea de que el destino educativo de cada uno está definido más allá de sus esfuerzos es inaceptable para una sociedad que se pretende democrática, participativa y progresista.

Es imprescindible asumir que tenemos un problema grave. 57,46% de los maestros dice que en sus escuelas la oferta educativa es mejor que 10 años atrás, según un estudio realizado por el CEPP. Los directores argentinos son más optimistas respecto de la acción de sus docentes, que los de Estados Unidos, Canadá, e Italia, de acuerdo al informe PISA 2006. Los padres se muestran razonablemente satisfechos con “la escuela de sus hijos”. Algunos gobernadores se vanaglorian de su gestión educativa a pesar de que sus provincias se han derrumbado en las evaluaciones nacionales.

O no tenemos noción de la crisis o simulamos que no existe en la dimensión que tiene.

La discontinuidad en la presentación de los resultados de las evaluaciones se suman a un “estilo” que nos es propio como sociedad: creer que la realidad es como nosotros queremos y no como realmente es.

Primero, es preciso tener información clara, escuela por escuela, aula por aula.

Como la tienen Chile, Brasil, México, Costa Rica, y avanzan en esa dirección Colombia, Ecuador, Perú y Guatemala.

Segundo, tenemos que definir metas de mejora, razonables, modestas, cumplibles, y asumir la responsabilidad por ellas . Los chicos por ellos mismos, los padres por sus hijos, docentes y directores por sus alumnos, los funcionarios por el sistema.

Tercero, llevar esos compromisos a cada mesa de acuerdos del sistema.

Las paritarias entre funcionarios y sindicatos docentes deben incluir las metas de mejora, las reuniones de padres de fin y principio de año lo mismo, las de supervisores y directores, las de los equipos docentes en las escuelas. En cada una de esas mesas de trabajo la prioridad debe ser: “¿Cómo hacemos para que los alumnos aprendan más y para perder menos niños y jóvenes en las escuelas? Luego, como con la “cosecha”, recoger los resultados, evaluarlos, hacer los ajustes necesarios y volver a plantearnos metas: un círculo de la mejora .

Estamos mal y se ven pocos signos de mejora aún. Podemos seguir cayendo pero también mejorar. Es una cuestión de esfuerzos y sacrificios de todos. Tenemos un problema severo de calidad educativa , que pone en riesgo la ética de la democracia y la República. No es un tema de gobierno exclusivamente, es una apuesta social a la mejora .

¿Si una sociedad no está dispuesta a sacrificarse por sus chicos, en particular por los más pobres, está dispuesta a “jugarse” por algo?

Fuente: clarin.com

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