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Por Catalina Perri
La Fundación Acarapu-a trabaja en una localidad olvidada de Corrientes para que los más chicos no abandonen el colegio.
Elsa Güiraldes llegó a la Colonia Carlos Pellegrini, en los esteros del Iberá, como una turista más. Pero al ver las duras condiciones sociales de la población, no dudó en quedarse: había chicos que necesitaban su ayuda. Así fue como surgió, en 1997, la Fundación Acarapu-a, que en guaraní significa 'levantar la cabeza', 'progresar'. "Me sorprendió ver que tenían necesidades de todo tipo. No tenían teléfono ni hospitales; la mayoría de las casas eran de adobe; no tenían agua corriente ni gas, y algunas carecían de luz eléctrica", recuerda Güiraldes.
La Colonia Carlos Pellegrini, a orillas de la laguna del Iberá, en Corrientes, tiene 880 habitantes; el 40% de ellos, menores de 14 años.
La única forma de llegar al pueblo es a través de un camino de ripio de 120 kilómetros, que comunica con Mercedes, la ciudad más cercana.
Güiraldes poco a poco fue ganando la confianza de la gente y comenzó a realizar tareas de asistencia. "Después de haber intentado varias cosas como huertas, centros informáticos, comedores y clases artísticas, decidimos focalizarnos en la educación para evitar la repitencia y el abandono, pero también en fortalecer esencialmente las habilidades de lectoescritura y matemática de los chicos", dice. De los 40 alumnos que ingresan a primer grado, sólo 10 terminan noveno.
Autoestima
La premisa fundamental que moviliza a la fundación es que en el primer grado es cuando se juega el futuro escolar de los niños. "La repitencia de los primeros grados del primario, lejos de garantizar a los niños un mejor desempeño futuro, incide en su fracaso escolar y los estigmatiza. Es necesario dedicarles tiempo extra a estos chicos", explica Güiraldes.
Juan tiene 9 años y está actualmente cursando segundo grado. Es el mayor de sus hermanos y se hace cargo de ellos, ya que sus padres trabajan todo el día. Le costaba mucho concentrarse y hacer las tareas que le daban en la fundación. Luego de charlar en varias oportunidades con él, las maestras decidieron asignarle un rol específico para cada día. "Un día nos ayudaba a repartir lápices; otro día, hojas; otro, la leche. Si bien sigue teniendo las mismas problemáticas familiares, hoy Juan ha mejorado su nivel educativo y desarrollo personal. El éxito no sólo radica en que no repita, sino en la asignación de un rol que él puede cumplir, que se anima a hacer, y eso aumenta lentamente su autoestima", resume Güiraldes. En el centro de día se brinda apoyo escolar a más de 60 niños que tienen entre 7 y 13 años, y la merienda. "La mayoría repitió primero, segundo y tercer grado, y proviene de familias de muy bajos recursos", dice Elsa.
"A mí me gusta llevar libros a mi casa para leer", comenta Juan, con timidez, mientras su maestra Silvina le pregunta a la clase por la tabla del 3. Los chicos tienen actividades lúdicas y recreativas una vez por mes.
La fundación trabaja de forma articulada con las familias para que los chicos cuenten con el tiempo y la tranquilidad adecuada para estudiar y hacer sus tareas en sus casas. Pero también se complementan con las escuelas para compartir información con los docentes acerca de los procesos evolutivos de los chicos.
"Nuestro sueño es que todos los chicos del Iberá puedan continuar con sus estudios y abrir el centro para todos los chicos, no sólo para todos los que tienen bajo rendimiento escolar", expresa Güiraldes con entusiasmo.
La fundación necesita materiales para refaccionar su centro y fondos para solventar los gastos fijos. También reciben textos y útiles escolares y calzado para los chicos, especialmente botas de lluvia y zapatillas. Se los puede contactar en el teléfono 15 3317-4861, al mail info@fundacionacarapua.org.ar o en la página web http://www.fundacionacarapua.org.ar/.
Fuente: lanacion.com.ar
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