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Una adicción a fórmulas mágicas que nos hacen cometer los errores de siempre mengua la educación y multiplica la vagancia.
La metáfora de Maradona" ha sido el título de una nota publicada el martes pasado en la página opuesta a ésta, cuya repercusión general se explica por haber dado en el centro de las razones coaligadas en la disparatada caída que la Argentina viene sufriendo en relación con el concierto mundial de naciones.
La prepotencia, el triunfalismo absurdo, que pretende convertir en victorias derrotas que deberían ser apabullantes pero para las que no hay ojos suficientes; la adicción a formulaciones mágicas que impelen, en descabellada persistencia, a cometer los mismos errores de siempre; el desaliento y la sorna, en fin, hacia la cultura del trabajo, y el estímulo de la viveza criolla y del menor esfuerzo menguan la educación popular y multiplican el espíritu de vagancia.
¿Nunca nos preguntamos los argentinos por qué, con tan pocos años de vivir en la Argentina, comunidades que han debido sortear abismos culturales en nuestro país (los coreanos, los chinos) son ejemplo de prosperidad personal y colectiva? ¿Nunca nos preguntamos cuáles han sido las razones para que, debatiéndose con las mismas posibilidades, o menores aún, que las que debían enfrentar aquí familias de largo afincamiento, hayan obtenido aquellos resultados de superación admirable?
¿No habían sido suficientes, acaso, los ejemplos de los inmigrantes españoles, italianos, franceses, alemanes, polacos, rusos, árabes, que con casi nada en las manos, y a veces hasta con un perceptible grado de analfabetismo, lograron sobreponerse a la adversidad del trasplante y contribuyeron a la grandeza del país que añoramos? Sí, que añoramos, porque a pesar de lo que haya afirmado la contracultura del Bicentenario, cuya metáfora es la de haber sido configurada con las mismas formas con las que se llevan ómnibus cargados de beneficiarios del Estado para actos públicos del oficialismo, aquella Argentina ha vuelto a ser el sueño que estamos empeñados en soñar.
La metáfora de Maradona, es decir, todo lo que el ex jugador de excepción ha representado fuera de su relación con una pelota de fútbol, incluso como el director técnico que nunca se preparó debidamente para serlo, se derramó un triste martes reciente por la zona céntrica de la ciudad. Fue cuando coincidieron dos actos. Uno, la concentración propiciada por el gobierno kirchnerista para que Hebe de Bonafini se desgañitara con insultos a la Corte Suprema de Justicia de la Nación y amenazara con la toma del Palacio de Tribunales. Otro, la inaudita suspensión en el Teatro Colón de Kátia Kabanová , la ópera ambientada en la Rusia zarista de Leos Janacek: al levantarse el telón, a las 20.30, el lugar de los artistas era invadido por una asamblea gremial que reclamaba contra el sumario abierto a un trabajador.
Quienes creen que la Argentina modificará su rumbo por el hecho de que los Kirchner puedan perder el poder en octubre del año próximo, están embriagados de optimismo. Todo seguirá igual, y hasta peor con el paso del tiempo, si no reacciona la sociedad respecto de sus desvíos más gravosos, esto es, si no se hace carne en la población que la absurda admisión de la ruptura del orden social y de las reglas que determinan una convivencia civilizada puede producir catástrofes con impunidad absoluta en cualquier instante.
Nada habrá cambiado, al margen de los resultados electorales que puedan producirse el año próximo si, además de los gobernantes, la sociedad no revisa las actitudes y expectativas dominantes en su seno. La declinación de los valores culturales del país comenzó mucho antes de que los Kirchner llegaran al poder por el atajo de la crisis de comienzos de siglo. Se ha agravado, por cierto, en estos siete años y por eso mismo la cuestión más crucial tal vez no sea la situación que existe, sino la herencia de dificilísimo manejo que quedará para resolver por quienes los reemplacen.
Sólo una visión surrealista del arte de gobernar, por entero ajena a un Estado de Derecho, pudo haber hecho posible que una ciudadana fuera de sí despotricara y pretendiera intimidar al más alto tribunal de la Nación y que la justificaran, por añadidura, funcionarios políticos y representantes de la facción gobernante. El deplorable espectáculo del proscenio del gran teatro restaurado después de cuatro años de obras ingentes, invadido por sublevados que debían encarnar en ese momento la actividad que garantizara la excelencia del trabajo encomendado, fue la otra punta del eje proveniente a esa misma hora de la plaza Lavalle.
La ligereza de una Presidenta que declara en el exterior a una publicación alemana -y luego lo desmiente- que estuvo durante el último gobierno militar seis veces presa es una metáfora más de actualidad, apropiada para sintetizar lo que sucede en una Argentina sin estadísticas oficiales porque el Gobierno amaña las que publica. Así es todo, incluso con terroristas extranjeros que no son extraditados en nombre de salvedades que nadie con seriedad reconoce y con antiguos terroristas vernáculos que hasta se permiten justificar en público la legitimidad de los crímenes cometidos.
La farsa es demasiado grande. Las instituciones, degradadas en muchos sentidos por una política direccionada a provocar tales efectos, van poniendo límites a los abusos, como ha hecho la Corte Suprema en algunas oportunidades, o el Congreso en otras. Pero nadie, sino la sociedad argentina en su conjunto, tendrá la palabra de verdad determinante sobre hacia adónde irá la Argentina.
En suma, es a la sociedad a la que corresponde decidir si estamos dispuestos a remontar más de setenta años de un hundimiento gradual al que la reiteración por sí sola agrava, o si el país se encuentra, de modo irreparable, condenado a las fantasías de este populismo que ahora, por si fuera poco, suma en sus filas restos dispersos del marxismo-leninismo en el que no creerían, después de las experiencias de un siglo, ni Marx ni Lenin ni Trotski, que eran más modernos para su tiempo que los dinosaurios que tardíamente los invocan.
Fuente: lanacion.com.ar
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