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jueves, 22 de julio de 2010

Por un país más previsible

Es vital que, cuanto antes, fuerzas políticas y actores sociales y económicos acuerden consensos sobre temas neurálgicos.

El actual gobierno concluirá su mandato a fines del año próximo. Casi dos meses antes se realizarán las elecciones por las que se decidirá en qué manos queda el país por los siguientes cuatro años. Vale decir que la Argentina está entrando en el año previo a una decisión ciudadana de alta significación para su destino inmediato.
Ese calendario debería apremiar a las fuerzas políticas no sólo a encontrar los candidatos que mejor las representen, sino, por sobre todo, a hallar los procedimientos que pongan fin a un ciclo de orfandad de ideas debidamente sistematizadas en materia de propuestas políticas. Hay iniciativas aisladas, enunciadas con intermitencias y sin un orden que las englobe en un contexto coherente y con dirección clara.
Entre los yerros mayúsculos de las dos últimas gestiones presidenciales, pocos han sido más graves que el de haber profundizado, ante propios y extraños, la caracterización de la Argentina como un país imprevisible. Los países de esa índole han sido considerados en la historia peores que los países enemigos: con un Estado imprevisible nada se puede acordar con seriedad, porque nunca se sabrá si cumplirá los compromisos que dice estar dispuesto a adquirir.
Urge, entonces, acelerar los trámites a fin de que el mayor número de fuerzas políticas con representatividad sustancial en el país sienten las bases de consensos en los temas más neurálgicos para la República. El orden constitucional vigente marca en lo esencial el rumbo. A partir de allí deben decidirse, entre otros muchos asuntos, dónde y cómo debe ponerse el acento para lograr el crecimiento armónico y sostenido de la economía nacional; de qué forma se garantizarán la seguridad jurídica y el respecto por las leyes; qué medios se pondrán en práctica para asegurar la seguridad física de los habitantes; qué papel asumirá la Argentina en relación con el mundo a fin de dejar atrás estos años de aislamiento e intrascendencia internacional y de pésimas amistades; cómo se volverá a los estándares educativos que definieron al país como un modelo para seguir; cómo se cumplirá con el principio constitucional de acreditar la igualdad de oportunidades para todos los argentinos y la protección, sin clientelismos ni paternalismos políticos subalternos, de los desamparados y excluidos. Sin olvidar, por cierto, otras cuestiones sustanciales como la división de poderes, las leyes que definan y regulen la política impositiva y financiera, la coparticipación federal y la necesidad vital de enriquecer la empobrecida infraestructura de la inmensa geografía nacional.
Tales consensos deben enmarcarse en instituciones que los respalden y contar con instrumentos eficaces para su ejecución en tiempo y forma. Ese esfuerzo por dotar al país de una visión de futuro orgánica trasciende los límites de la política partidaria. Todas las organizaciones sociales y culturales deben contribuir a su consecución.
En ese sentido, la dirigencia empresarial tiene un papel inexcusable que cumplir. No puede reducir sus intereses al objetivo ?legítimo, por cierto? de hacer negocios sustentables y, mucho menos, limitarse a buscar la protección discrecional que los gobiernos ?sin duda, unos más que otros? suelen dispensar a los amigos del poder.
El empresariado debe estar más atento de lo que se encuentra a la focalización de los fenómenos que se producirán en el mediano y largo plazo en el ámbito nacional del que es parte. Sólo así se hallará en condiciones de participar de la gestación de lineamientos generales compartidos entre todos los sectores de la producción y aceptados por las franjas más anchas de la sociedad. Así podrá, además, anticiparse a hechos que puedan agravar la situación general del país. En otras palabras, debe encontrar la manera de contribuir a la búsqueda de consensos sobre políticas básicas de Estado cuya carencia, hoy por hoy, marca a fuego, por lo imprevisible, a la Argentina ante el mundo.
Habrá de reconocerse, en ese punto, que organizaciones como la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) y la Asociación Empresaria Argentina (AEA) han dado ejemplo elocuente de lo que puede hacer un empresariado comprometido con el interés general. Al hacerlo, ambas instituciones han partido de una vocación por el diálogo que ha estado ausente de las más elevadas instancias políticas y que es indispensable retomar cuanto antes.
Fuente: lanacion.com.ar

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