Son dueñas de una riqueza incalculable, pero con problemas de infraestructura, desigualdades sociales y déficit fiscal permanente.
Las provincias llegan al Bicentenario con el sabor amargo de tener más derrotas que victorias en su haber, dados los problemas de infraestructura, las desigualdades sociales y el déficit fiscal permanente, a pesar de ser dueñas de un potencial productivo incalculable y las auténticas propulsoras de un país federal.
La Revolución de Mayo encontró al territorio devenido en la Argentina profundamente dividido por unitarios y federales: la disyuntiva irreconciliable estuvo encerrada en cómo administrar la riqueza y el poder desde los inicios.
Los latifundios y la mano de obra barata -con rasgos de esclavitud que permanecen en la actualidad- marcaron a fuego a los provincianos, que desde los inicios idealizaron un futuro mejor.
Las provincias se enfrentaron históricamente a la resistencia centralista a establecer sistemas equitativos que no las dejen en franca desventaja entre sí y respecto de la Nación.
La discusión se instaló en la política, en la educación universitaria, en las plazas, en los bares y en cuantas uñas una folclórica zamba rasguearon en los rincones del interior.
Para corregir las injusticias, caudillos y jinetes rebeldes libraron batallas contra las armas con el apoyo popular como artillería más pesada.
Se hizo fuerte la defensa de los intereses regionales y de las autonomías amenazadas por las políticas del libre comercio nacidas en la ribera del Río de la Plata.
Desde mucho antes de 1810 y por décadas, Buenos Aires se vanaglorió con ser el puerto estratégico y la conexión necesaria ante un mundo cada vez más demandante de alimentos.
Por allí salieron los cargamentos que hicieron pensar en una Argentina potencia, pero también aquellos con los que Europa se especializó en acumular riquezas.
No obstante, el interés porteño por concentrar la Aduana y su extraordinaria rentabilidad pudo menos que la lucha provinciana por disminuir la desigualdad y conformar un país único.
El surgimiento de la Constitución en 1853 fue la bisagra que dio vuelta la historia y confirmó la necesidad de organizar el territorio para que la Nación pudiera despegar.
Esa Constitución propulsada por veinticuatro constituyentes de trece provincias puso fin al separatismo porteño y a la anarquía desatada en 1820, y cambió la historia del país.
Aunque recién seis años después, la batalla de Cepeda, en Santa Fe, consiguió la incorporación de Buenos Aires y comenzaron a reafirmarse las autonomías provinciales.
Hacia fines del siglo XIX las economías regionales avanzaron con su ordenamiento y definieron su producción, lo cual las impulsó en pos del progreso.
Con la cosecha como denominador común, las provincias fueron creciendo y sobreponiéndose a los intereses concentrados que casi por defecto dominaron gobiernos.
El modelo agroexportador que se definió en los ’80 destapó necesidades e hizo explotar el sistema ferroviario que 70 años después se convirtió en el más imponente de América Latina.
En paralelo, la tierra fértil de la Pampa Húmeda abrió sus puertas a cuatro millones de inmigrantes que llagaron a la Argentina escapando de sus países en quiebra.
La llegada de los primeros adelantos tecnológicos y el avance de sectores industriales pesados delimitaron los grandes centros urbanos concentradores de las tareas administrativas.
Los municipios más pequeños fueron quedándose atrás por su bajo caudal fiscal y a pesar de su inmensa riqueza productiva, y los pueblos indígenas fueron condenados a la exclusión total.
Ya en 1905, los trenes absorbían unos 11,8 millones de toneladas de granos de los pueblos y los trasladaban al puerto de Buenos Aires para su exportación a Europa.
El siglo del atraso
Hacia 1920 el mundo observaba a la Argentina como promesa de potencia mundial, pero las provincias padecían serios conflictos políticos y económicos internos.
La compra de algunas voluntades en todas las esferas del poder posibilitaron que multinacionales se instalaran, extrajeran recursos y se retiraran dejando a los pueblos más empobrecidos.
Conocidos son los casos de firmas como Anderson & Clayton y La Forestal, que arrasaron con los montes de la llanura chaqueña y explotaron polos algodoneros hasta que los precios dejaron de serles útiles, librando a cientos de desocupados.
La misma situación la vivieron en los últimos 40 años las provincias del sur, donde empresas extranjeras explotan el oro, la plata, el cobre y otro minerales y sólo dejan un 3 por ciento de la riqueza extraída.
El Congreso dictó en 1988 un régimen transitorio de distribución de recursos que debía ser actualizado después de la reforma constitucional de 1994 para que ninguna provincia quedara en desventaja, pero eso nunca sucedió.
En 1991, la empresa Ferrocarriles Argentinos fue virtualmente desarticulada en vistas de una completa concesión de la red de vías y las economías regionales se resquebrajaron.
La eliminación del tren no sólo rompió con los sistemas de producción sino también cerró las puertas a los circuitos de distribución y comercialización de miles de productos, ocasionando millones de desocupados.
Las nuevas generaciones emigraron hacia las grandes ciudades y unos 600 pueblos se quedaron con menos de 2 mil habitantes entre 1991 y 2004, al punto de estar ahora al borde de la desaparición.
El Bicentenario
La llegada del Bicentenario encontró a las provincias inmersas en un gran debate por la necesidad de cubrir sus déficit de 15.000 millones anuales y de mejorar sus autonomías económicas respecto de la Nación.
Haciéndose cargo del financiamiento de la salud, la educación y la seguridad, las provincias sienten el peso además de unos 73.912 millones de pesos de deuda, aunque ahora respirarán hasta 2012 por un plan de refinanciamiento lanzado por el Gobierno.
Los errores internos de las provincias y los cometidos en la Casa Rosada a lo largo de la historia terminaron disolviendo los esfuerzos de algunas administraciones por corregir las desigualdades.
Actualmente, el Norte está empobrecido, sin infraestructura pública e industrial para contener a sus millones de ciudadanos y con ciudades como Corrientes con un 35 por ciento de pobreza y un 18 de indigencia.
En el extremo opuesto, el Sur goza de mejores registros socioeconómicos con ciudades como Río Gallegos, donde las necesidades básicas insatisfechas afectan sólo al 1 por ciento de los residentes.
Al cumplir el país 200 años de vida, muchas provincias tienen trofeos merecidamente obtenidos, pero la mayoría poseen más derrotas que victorias para festejar.
Fuente: el-litoral.com.ar
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