Silvina Gvirtz -Directora de la Maestrìa en Educaciòn-Universidad de San Andrès
Imaginar la educación del siglo XXII supone imaginar, primero, la sociedad del futuro. La tarea no es sencilla. Hay pocas herramientas para predecir exactamente los avances científicos y tecnológicos que tendrán lugar en los próximos cien años.
Sin embargo, es posible estimar que existirán cambios tecnológicos (aun cuando no sepamos qué forma adoptarán), que estos tendrán una velocidad exponencial y que el conocimiento continuará un proceso de acumulación sostenido.
No es descabellado suponer que en el 2110 también formaremos parte de la denominada “sociedad del conocimiento”. Se tratará de una versión bastante más avanzada que la actual. El saber y la información continuarán siendo variables claves de la generación y distribución del poder en la sociedad.
Las repercusiones de esta sociedad en la educación no serán menores.
Las transformaciones constantes (resultado de los cambios tecnológicos y científicos) establecerán cada vez más demandas a la educación en general y a los sistemas educativos en particular.
Gran parte de la información circulará por otros canales. Estos otros espacios diseminarán saberes y una innumerable cantidad de datos útiles e inútiles, verdaderos y falsos. Variarán sus formas rápidamente y se volverán cada vez más relevantes en la formación de las futuras generaciones.
Deberán establecerse relaciones nuevas entre la institución escolar y estas otras organizaciones que, también, educarán. En este contexto resultará imprescindible que las políticas educativas incluyan estos otros espacios en su agenda de trabajo.
Será necesario redefinir la educación. La tradicional definición de Durkheim sostiene que ésta incluye en su seno los procesos de trasmisión de saberes de las generaciones adultas a las generaciones jóvenes. En el futuro se desdibujarán las barreras generacionales. No será posible identificar a los adultos (maestros) únicamente como enseñantes y a los jóvenes (estudiantes) únicamente como aprendices. La relación entre adultos, jóvenes y saberes dependerá del objeto de enseñanza y de la coyuntura, sin que por ello se desdibuje el rol de los adultos.
El proceso de educación abarcará toda la vida. Es probable que la educación de los adultos adquiera nuevos formatos y esté menos librada a las oportunidades individuales.
¿Redundará esta realidad en el fin tan anunciado de la escuela? No parece ser el caso. Es posible que se acelere el proceso de cambio en el que hoy está inmersa. Es posible que la institución abandone el formato más tradicional de la modernidad. Sin embargo, parece poco probable que en sociedades del conocimiento desaparezca esta organización cuyo fin específico es la trasmisión de saberes. Se puede presuponer, por el contrario, que los sistemas de educación básica (abarcan a los niños desde los 45 días hasta los jóvenes de 18 años) seguirán constituyendo un ámbito privilegiado para adquirir las competencias y habilidades necesarias para las jóvenes generaciones. La trasmisión de la cultura letrada seguirá realizándose casi exclusivamente en la institución escolar, aunque la escuela enseñará, también, otros saberes.
Las universidades expandirán su campo de influencia. La investigación seguirá siendo un ámbito central de incumbencia de las mismas junto con la formación profesional, de posgrado y la actualización a lo largo de toda la vida. No serán las únicas instituciones que investiguen pero seguirán teniendo un rol destacadísimo en este ámbito.
Lo expuesto abre un mínimo de dos escenarios educativos posibles para nuestro país.
En el primer escenario, el más probable (porque parte de un diagnóstico de la actualidad) es el que predice la existencia de profundas brechas, más marcadas que las actuales, entre la educación que recibirá la mayoría y la educación de las élites. Bajo una proclama de educación igual para todos, los recursos públicos y privados continuarán distribuyéndose a favor de quienes tengan mayor capacidad de demanda. Existirán escuelas con novísimas tecnologías, tiempos generosos para el estudio, contenidos renovados y de punta. Los estudiantes de estas instituciones, una minoría, tendrán también acceso a otros canales educativos desarrollados con tecnología de avanzada. El mercado será quien regule el acceso a estas nuevas opciones educativas. Para la mayoría de los ciudadanos, por el contrario, la futura versión de la sociedad del conocimiento será un horizonte vago y lejano al que difícilmente puedan acceder. Sus escuelas tendrán bancos rotos y estarán insuficientemente equipadas, la mayoría de las veces con material de descarte. Este escenario, sin embargo, incluirá altos niveles de conflictividad social. Será poco sustentable a menos que esté acompañado de importantes niveles de represión y autoritarismo.
El segundo escenario, el deseable, intentará recuperar lo mejor de nuestra historia. Entre 1870 y 1960 nuestro país hizo proezas en materia educativa. El analfabetismo, que alcanzaba al 77,4% de la población en 1869, bajó al 35,9% para 1914 y era del 8,5% en 1960. La Ley 1420 de educación primaria, obligatoria y gratuita y la Ley Láinez acompañadas de políticas educativas inteligentes hicieron realidad para amplios sectores la igualdad de oportunidades. Si fue posible en el pasado, es posible en el futuro. En este escenario, las escuelas estarán igualmente equipadas y tendrán edificios de igual calidad en todas las provincias y en cada uno de los barrios de nuestro país. El Estado garantizará el acceso a otros espacios educativos a toda la población. Este escenario depende de construir voluntad política que se direcciones a este norte. Se trata de iniciar en el presente políticas que se sostengan en el tiempo. Para ello precisamos una conciencia social que acompañe la proclama con prácticas impositivas justas y transparencia en la distribución de recursos estatales.
Sin duda el Bicentenario es un buen momento para rectificar rumbos y construir una democracia de mayor calidad.
Fuente: clarin.com
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