El acceso al agua es un derecho humano básico. Es un recurso estratégico que desplazará en el futuro a otros que han sido motivo de grandes conflictos. La sola mención del derecho no alcanza si no existe el compromiso de posibilitar ese recurso.
Pensemos por un momento que 1.100 millones de personas carecen de agua en el mundo y que 2.600 millones de personas carecen de saneamiento, es decir que no acceden a aguas potables ni tienen cómo sanear sus desechos. En nuestro país, hay localidades donde el agua está muy lejos, o tiene presencia de importantes volúmenes de nitratos y arsénicos. Eso puede ser letal. Una de cada cinco muertes evitables por enfermedades infecciosas está vinculada con el agua, dicen las Naciones Unidas. En el año 2025, dos tercios de la población de la Tierra sufrirán la falta de agua, de niveles moderados a severos. Por esto, es urgente que los gobiernos garanticen el saneamiento hídrico con acceso universal, en las condiciones adecuadas para el consumo de los seres humanos. En ese sentido, estoy convencido de que hay que encontrar para esta sociedad moderna un nuevo modelo de Estado. Ya no nos sirve el Estado paternalista que hace de todo ni el Estado ausente que no hace nada. Ni el Estado piramidal, que se plantea como una referencia única. Hay que ir a la búsqueda de un Estado que sea capaz de incorporar en su gestión a la gente, a la sociedad civil. Si los escuchamos, será más fácil encontrar las soluciones.
(Fuente: Crìtica de la Argentina)
(Fuente: Crìtica de la Argentina)
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