El reciente informe de Cáritas sobre la pobreza, reveló que en el Gran Buenos Aires las personas que viven con un ingreso inferior a los 2100 pesos representan el 35% de la población.
Las cifras preocuparon -y en más de un caso alarmaron- al gobierno. Que el número de pobres no sea diferente a los de la denostada década del noventa, no sólo es un dato alarmante, sino que contradice en toda la línea el relato oficial, basado en los números de Indec, que en estos temas asegura que se está librando una exitosa lucha contra la pobreza.
Una vez más, los datos de la realidad abren el debate acerca de los orígenes de la pobreza y la indigencia. El argumento más difundido señala que la pobreza es consecuencia del egoísmo de los ricos y que todo se resolvería con políticas orientadas a una justa distribución de la riqueza. Por su parte, los liberales sostienen que hay pobres porque el populismo está interesado en fabricarlos, por lo que sus políticas están orientadas a mantener a los pobres en ese estado para garantizarse por la vía del subsidio un voto cautivo.
Sin embargo, atendiendo a las experiencias locales e internacionales, pareciera que los temas estructurales de la pobreza son más complejos de resolver que las divulgadas recetas liberales o populistas. Por lo pronto, entre los especialistas en el tema existe un amplio consenso en postular que la injusticia social no se resuelve de la noche a la mañana y que en más de un caso su persistencia excede las acciones de un gobierno.
En efecto, si bien el Estado debe crear condiciones propicias para asegurar la integración, estas condiciones deben ser reforzadas por la presencia de una densa red de instituciones sociales y, sobre todo, de una cultura que aliente el trabajo y el estudio, las dos claves que en un mundo cada vez más competitivo les permitirá a los pobres salir de esa condición.
No se trata de sostener que los pobres son responsables de su situación, pero a nadie se le escapa que si bien en la Argentina existe una minoría que no está en condiciones de salir de la indigencia por sus propios medios, también existe un porcentaje importante de pobres que se han resignado a vivir en esa condición porque especulan que la victimización les brinda discretos beneficios o porque consideran que objetivamente las trabas que antepone la sociedad para que un pobre mejore su situación son insalvables.
Como podrá apreciarse, el debate es amplio y complejo. Los esfuerzos hechos por los diferentes gobiernos para atenuar la pobreza han sido decepcionantes por partida doble. Los pobres no los han entendido y los dirigentes se han preocupado más en montar abigarradas burocracias que en resolver el drama de la pobreza.
No está mal que se postule la necesidad de construir un Estado de bienestar que garantice una óptima calidad de vida a varias generaciones. No está mal tenerlo presente, pero sin olvidar que, como dijera un economista, para vivir como en Suiza hay que trabajar, producir y gestionar como en Suiza. Exigencias que nosotros estamos muy lejos de poder cumplir por ahora.
Fuente: ellitoral.com
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