por BLANQUITA CHAVEZ DIAZ DE BOVARI, Profesora
Con un curioso criterio de “inclusión social”, se han cometido torpezas e ilegalidades con alto costo en educación.
El BSPA existe porque la mayoría de sus alumnos ya fueron expulsados del nivel al que los quieren trasplantar.
En algo estamos de acuerdo los argentinos: nos merecemos una mejor educación. En este sentido y en relación a las reacciones negativas provocadas por el cierre de la Dirección de Regímenes Especiales en medio de mucha incertidumbre, me voy a permitir hacer algunas reflexiones.
Con un curioso criterio de “inclusión social”, se han cometido cuanto menos, algunas torpezas e ilegalidades con alto costo en materia de educación. A mi juicio, no considerar la desigualdad, es no reconocerla como propia de la realidad, de la naturaleza, del hombre y de la sociedad. Recordaba los claros conceptos de Foucault al respecto, en cuanto a que “la abstracción no solo es un error conceptual y metodológico, sino un instrumento de dominio y control” y que podrían aplicarse aquí. Por eso, considero, que deben instrumentarse mecanismos idóneos para el tratamiento de esta realidad a los efectos de no profundizarla. Me voy a detener en este punto porque estoy convencida de que tratar igual a los desiguales, es cometer una injusticia.
Durante muchos años, asistimos con estupor a la degradación de la escuela y al abandono de la integralidad en la formación educativa. Ahora, por la descalificación, como los “desahuciados” del sistema y “culpables” de la deserción y bajo rendimiento, se pretende “igualar” a nuestros alumnos del BSPA con el resto de la población secundaria.
Por otra parte, esta institución existe porque la mayoría de nuestros alumnos fueron ya expulsados del nivel al que ahora se pretende volver a “trasplantarlos” o no tuvieron oportunidad de completarlo por sus complejas historias de vida. Fuimos preparados para aceptarlos como son y ofrecerles la posibilidad de pensarse “sin miedo a la libertad de expresar su palabra” (Paulo Freire en su “Pedagogía del Oprimido”) y atender a sus legítimos sueños y requerimientos.
¿Y la Constitución? A los Señores Legisladores quiero recordarles que será necesario refrescar sus conocimientos constitucionales, pues este es su primer mandato. No solo la Constitución Nacional establece el derecho a estudiar y aprender, sino que la Constitución Provincial, lo consagra estableciendo en forma taxativa, en su artículo 49, la educación diferenciada, al proclamar, en uno de sus considerandos: (el Estado) “Promueve la educación del adulto y sostiene la educación especial”.
Si las palabras promover y sostener no son significativas para aplicarse a los BSPA y a otros sistemas educativos alternativos existentes o a crear habrá que reformar primero la Constitución Provincial y luego delinear las políticas educativas en esta materia para no contradecirla.
“Tempestad y Conflicto”
Todos sabemos que la globalización entre sus aspectos más negativos nos ha privado de la conciencia de la alteridad (el otro) y como ocurre con muchas ideas, se corporiza y echa raíces en el lenguaje cotidiano de una manera subrepticia. Ese es el caso de un eslogan inofensivo en apariencia como el “todo tiene que ver con todo”, acuñado según convenga, por casi toda la sociedad. Tal concepto idealiza las “virtudes” de la generalización y de la abstracción ya que homogeniza sin reconocer fronteras o particularidades y uno termina percibiendo erróneamente que “todo es igual” o que las diferencias no son sustanciales. (Como la letra de “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo).
No quiero dejar de referirme a una gran docente y exfuncionaria que otorgó prestigio a nuestro BSPA N§ 7.086 (que funciona en la Escuela Zorrilla): la Lic. María Carmen Bernasconi, quien en su ensayo “Una tempestad para Caliban” (el alumno el otro), basándose en “La Tempestad” de W. Shakespeare, “intenta reflexionar acerca de la educación y del papel de la lengua en ella (como herramienta) para hacer posible la colonización en todas sus formas pasadas y futuras”. Ya que señala: “...el alumno difícilmente reconoce la intencionalidad de homogeneizar, unificar para crear una utopía de la sociedad - alumnos perfectos, donde las diferencias desaparecen pero que, a la hora de “competir”, lamentable e irremediablemente aparecen”.
Me parecieron tan actuales y pertinentes sus observaciones que no pude resistir la tentación de evocarlas en este escrito. Dice, además, que la “relectura de La tempestad... plantea la polaridad Caliban-Próspero (esclavo y amo) en la educación, y Ariel” (personaje mágico) que en el paralelo trazado, elaboraría una teoría “que se construye en las cátedras de la academia o en los escritorios de los Ministerios de Educación de turno sin el soporte de la práctica...” que “Caliban forma parte de un espacio geocultural que le imprime su propio dinamismo y heterogeneidad y por eso mismo, debería ser el lugar desde donde construir una teoría educativa que produzca los cambios que realmente necesita la escuela argentina”, sin los cuales es imposible pensar en una sociedad diferente.
Con los años, aprendimos a reconocer la especificidad del sistema que defendemos y a valorarlo a pesar de ser conscientes de lo mucho que puede y debe mejorar en el futuro; a merituar los esfuerzos de quienes pueblan nuestras aulas; a dar otros significados a sus miedos y sus sensaciones de fracaso que vez tras vez asaltan sus intentos; a levantar su baja autoestima y reflotar lo mucho de bueno que poseen y a acompañarlos en esta incomparable aventura que los llevará a encontrar el sentido que en su momento tuvo para nosotros.
No será desconociendo su desigualdad que vamos a mejorar la educación o colocándolos a todos “detrás de un largo muro” para que no molesten y desentonen con el paisaje intelectual de los que “saben” más, confundiéndolos en un sistema que en el mejor de los casos los desconoció o los expulsó. Si procuramos que se encuentren a sí mismos y su espacio, será reconociéndolos como lo que son y no haciendo desaparecer su incontrastable peculiaridad en aras de la “integración”.
Como desconocemos los cambios que propone el Estado provincial, a excepción de la desaparición de la Dirección de Regímenes Especiales que nos abarcaba y reconocía; las dudas, incertidumbres, cuestionamientos, sensaciones de inestabilidad y hasta miedo, no son gratuitos.
Admitimos nuestra culpa como integrantes de la comunidad de la que formamos parte, prima que pagamos cara, al imaginar ingenuamente que participábamos en la construcción del edificio cultural, respetando las instituciones y confiando en sus decisiones. En educación, la improvisación no es el adecuado camino a recorrer, porque el diseño (que debe preceder necesariamente) se configura por los resultados a largo plazo. Deterioro y deserción: los grandes retos de la actualidad educativa. Como toda crisis, creo que el análisis de sus causas debe prologar el trabajo serio y responsable en una sociedad democrática.
Abogo por el diálogo (Gustavo Shujman), no el que permite que el otro hable sino el que además da lugar a la apertura de nuevas opciones y determinaciones en razón del “saber escuchar” (P. Chavigny), y de la búsqueda de “la verdad entre nosotros” (Martín Buber). Solo así podremos aportar al fortalecimiento de la República que consagra el Art. 1 de la Constitución Nacional.
Que la respuesta a la cuestión planteada en el título de estas apreciaciones, sea la de una mejor educación para todos y no el de “cambiarlo todo” para que finalmente todo siga igual (Il Gattopardo de Giuseppe Tomasi). Ese es nuestro más esperanzado deseo.
Parodiando con Quino: “Somos todos iguales. Pero algunos... son más iguales que otros”.
Fuente: eltribuno.info
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