El movimiento social va adquiriendo perfiles cada vez más visibles, y a estas alturas se requiere que asuma no sólo su pluralidad sino también su responsabilidad compartida con todas las otras fuerzas que interactúan en el ámbito de la dinámica democratizadora.
En esta etapa de nuestra evolución democrática, estamos viendo emerger variadas formas de la presencia ciudadana, en la medida que la conciencia nacional reconoce progresivamente su rol fundamental dentro del proceso que vivimos. Lo que antes se llamaba el pueblo, que luego pasó a llamarse sociedad civil y que hoy se caracteriza más precisamente como ciudadanía, se hace sentir cada vez más con voz y sentimiento propios. Ya no son las “masas” amorfas, sino los conglomerados ciudadanos que utilizan las nuevas formas de comunicación para hacer oír sus opiniones y reclamos. Es un fenómeno nuevo, que se expande por el mundo, en el escenario de lo que podríamos llamar la globalización ciudadana. Algo sin precedentes, que sin duda es un signo de lo que pueden ser las transformaciones del futuro. No la tristemente famosa “liberación” ideologizada e impuesta, sino la asunción de la propia presencia y de la propia fuerza.
El movimiento social va adquiriendo perfiles cada vez más visibles, y a estas alturas se requiere que asuma no sólo su pluralidad sino también su responsabilidad compartida con todas las otras fuerzas que interactúan en el ámbito de la dinámica democratizadora. Ya no puede constreñirse a lo que lo caracterizaba en los años de preguerra y de guerra, que era el reclamo reivindicativo: tiene que asumir la función de fuerza copartícipe del desarrollo. Y aquí hay que vincular inevitablemente al movimiento social con el llamado sector privado. Ambos son factores indispensables para hacer avanzar el carro de la modernización en todos los órdenes.
Y en lo que toca al sector privado, también es indispensable que se autorreconozca sin reservas como una fuerza con rol propio dentro del quehacer democrático, dejando atrás cualquier identificación con líneas partidarias o ideológicas. En ese sentido, el fenómeno de alternancia en el ejercicio del poder político viene a ser una oportunidad para clarificar la responsabilidad y el papel de cada quien, sin codependencias distorsionadoras de ninguna índole. La democracia exige que cada actor político, económico y social desempeñe la función que le corresponde. Cosa muy diferente pasaba en la época del autoritarismo, en la que los distintos roles estaban confundidos en razón de los intereses directos del poder concentrado y excluyente.
Volviendo al movimiento social, el buen funcionamiento de éste es clave para la normalidad y la estabilidad del proceso nacional en su conjunto. Dentro de la dinámica democrática, debe hacer lo suyo, y no ser punta de lanza ni recurso organizado de sostén de nadie. Si esto se logra –y están dadas las condiciones para que ocurra–, se ampliarán las posibilidades de que nuestra sociedad se modernice con menos padecimientos traumáticos.
El pluralismo social genera y sostiene al pluralismo político, y en ningún caso debe considerarse a la inversa. En estos tiempos se habla cada vez más de democracia participativa, queriendo contraponerla a la democracia representativa. Esta contraposición es un artificio, porque en realidad ambos –lo representativo y lo participativo– son aspectos complementarios de una misma figura. La democracia representativa, que es una forma política, necesita, para funcionar a plenitud, de la democracia participativa, que es una forma social. Confundir los términos es abonar otro tipo de distorsiones, como las que se dan en los regímenes populistas autoritarios. Es hora de aclarar conceptos para encauzar y administrar realidades.
Fuente: laprensagrafica.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario