Por Roxana Kreimer
La desigualdad es el factor que más correlaciona con la violencia social. Así lo evidencian más de cincuenta estudios internacionales compilados por Pablo Fanjnzylber y uno realizado en la Argentina por los economistas Cerro y Meloni.
Las políticas centradas en el fortalecimiento de la policía no han sido efectivas en ningún lugar del mundo.
Cuando en la década del noventa Rudolph Giuliani, entonces intendente de Nueva York, proclamó el régimen de “tolerancia cero” basado en el fortalecimiento de la policía, la violencia social decreció porque también durante esos años disminuyó la desocupación.
La desigualdad vuelve mucho más probable la violencia social, pero se trata de una relación probabilística vinculada con otras variables que inciden en menor proporción. De otra manera se podría cometer el error de afirmar que todos los pobres son delincuentes. La desigualdad no genera por sí sola el delito, pero acentúa sus condiciones de posibilidad mediante el debilitamiento familiar, la pérdida de lazos comunitarios y el atractivo de un camino trasgresor para acceder a los bienes que la sociedad promueve pero escatima. Es el factor que más correlaciona con la inseguridad porque las sociedades que se pretenden democráticas plantean en lo formal las mismas metas para todos, pero en la práctica sólo algunos las pueden alcanzar. Una verdadera obsesión en los asaltos violentos es el robo de zapatillas de marca que cuestan entre un tercio y un cincuenta por ciento del salario mínimo . Es decir, no se trata simplemente de arrebatar un par de zapatillas, sino de robar una porción de prestigio social.
En contextos tradicionalmente pobres, la miseria no genera delitos, ya que no hay una gran distancia entre lo que una persona desea y lo que posee.
No podrían aspirar a otra forma de vida porque no la conocen o porque no se creen con derecho a acceder a ella, además de que no habría a quién robarle.
Los países europeos con menos violencia social tienen coeficientes más bajos de desigualdad y cuentan con subsidios o variantes de la asignación universal que permiten garantizar a niños y adultos bienes básicos para la vida, más allá del gobierno de turno, del aumento de precios y de las tasas de desocupación . También contribuiría a enfrentar el problema de la inseguridad el desarrollo de planes para que los jóvenes en situación de vulnerabilidad puedan estudiar y trabajar (sólo el 5% de los presos cursaron la secundaria completa), medidas destinadas a poner límite a la acumulación de la riqueza, al derecho sucesorio (Argentina todavía mantiene la ley de la dictadura) y al uso de armas de fuego. Sería de gran utilidad que las cárceles capaciten para el mundo del trabajo y ofrezcan una reeducación para la vida, y que los institutos de menores no superen las 40 plazas, así se asemejan más a la familia nuclear que a los problemáticos institutos masivos.
El problema de la inseguridad expresa la tensión entre democracia y desigualdad y nos lleva a formularnos la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto podemos seguir hablando de democracia sobrepasados ciertos niveles de inequidad? El último libro de Roxana Kreimer es “Desigualdad y violencia social. Análisis y propuestas según la evidencia científica”, de Editorial Anarres.
Fuente: clarin.com
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