La democracia vuelve hoy a vivir otro de sus días grandes renovando la composición de ayuntamientos e instituciones autonómicas mediante sufragio universal.
Por fin serán las urnas las que, en un veredicto inapelable, confirmen o corrijan los aires de cambio político que han venido mostrando las encuestas. Pero antes que nada expresarán el grado de confianza de los ciudadanos en esas instituciones a través del porcentaje de voto emitido. La participación electoral es un derecho ciudadano fundamental. La libertad se hace patente cuando las personas eligen individualmente a sus representantes y conforman las cámaras que legislarán sobre sus aspiraciones y necesidades y los órganos que administrarán el interés común. Es así como la satisfacción de los anhelos y metas de cada persona se concilia con los de sus conciudadanos. El voto no puede ser la única forma de realización de la libertad en democracia; la ciudadanía requiere otros cauces para mostrar su parecer, para participar en la identificación de los problemas prioritarios de la sociedad y en la definición de sus soluciones. Los canales cada día más diversos de expresión de las opiniones y de transmisión de las informaciones permiten avivar el foro público, como se ha podido comprobar estos últimos días con la sonora contestación a determinados aspectos del sistema de partidos y de la economía global. Las organizaciones e iniciativas de la sociedad civil ofrecen la posibilidad de hacer valer las inquietudes y las demandas compartidas por diversos sectores. Pero nada de eso garantizaría la democracia si esta no fuera instituida sobre el voto libre de todos y cada uno de los ciudadanos. Es verdad que la elección cada cuatro años de una u otra institución representativa permite que sus integrantes electos se desentiendan de los compromisos adquiridos con sus votantes o, sencillamente, eludan concretarlos. Pero el desdén hacia las urnas no constituye una actitud que amplía los cauces de la libertad, sino que contribuye a desacreditar la propia democracia. La democracia es participativa o deja de serlo. Pero no hay democracia real sin que comience y termine en el ejercicio continuado del sufragio universal, en el equilibrio entre los poderes del Estado y en el gobierno de las leyes como mecanismos fundamentales de control y garantía. La abstención es legítima en democracia. Pero quien se abstiene, más que expresar un parecer crítico respecto a las instituciones, otorga a los demás ciudadanos la potestad de decidir por él. La participación electoral no solo constituye un mandato moral ineludible cuando el ciudadano disfruta de las ventajas de vivir en colectividad; representa además una oportunidad que ninguna persona puede despreciar sin hacer dejación de sus propios intereses. Resulta totalmente absurdo renunciar a la participación electoral exigiendo mayor participación política. Muchos ciudadanos optarán hoy mismo entre acudir o no al colegio electoral que les corresponda, o entre las distintas papeletas que se le brindan. Aunque la mayoría tendrá su voto decidido, y se habrá inclinado por él por muy diversas razones; por afinidad ideológica, por sintonía con los candidatos, por coincidencia con sus propuestas o, sencillamente, por descarte e incluso por rechazo. En esta ocasión muchos españoles podrán elegir tanto a los concejales de su ayuntamiento como a los diputados de su Parlamento autonómico, de manera que las posibilidades de matizar el sentido del voto se incrementan. La democracia es participación y la indiferencia debilita la libertad.
Fuente: lavozdigital.es
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