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Por María Laura Avignolo
Los gobiernos temen el “efecto contagio”. Pero la gente, ávida de libertad, ve un ejemplo en Egipto.
Si el ahora ex presidente Hosni Mubarak pudo abroquelarse en el trono de dictador durante 18 interminables días de revolución y espera, se debió a la indecisión y el vaivén del gobierno estadounidense ante la crisis. ¿Las razones? Las enormes presiones del rey Abdullah de Arabia Saudita, el más poderoso aliado de EE.UU. en el Golfo, para no dejar partir al “rais” egipcio humillado y no dar paso a un impredecible cambio de régimen después de 30 años de mano de hierro.
En una larga llamada del rey Abdullah al presidente Barack Obama el pasado 29 de enero, el monarca saudita le exigió “no humillar a Mubarak” y amenazó con subsidiar a Egipto si EE.UU. retiraba su ayuda de US$ 1.300 millones anuales. El rey pedía que su amigo Mubarak pudiera mantenerse en el poder para supervisar la transición en orden.
El rey estaba en Marruecos, reponiéndose desde enero de una operación, y desde su palacio había visto por TV con asombro cómo estallaba la Revolución de los Jazmines en Túnez. Hablaba diariamente con su amigo Mubarak por teléfono.
El podría ser el próximo . Sentía no sólo temor a un expansionismo iraní, sino la sensación de que Estados Unidos abandonaba una vez más a sus aliados en la región, como habían hecho con el Sha de Irán en 1978.
Los temores del rey de Arabia Saudita no son diferentes a la de otros líderes no elegidos en Oriente Medio , que ven que el efecto dominó podría extenderse más tarde o más temprano a sus países. Con la Plaza Tahrir como símbolo del cambio en paz y sin sangre de una nueva generación secular, Arabia Saudita ve a la revolución egipcia como un muy peligroso fenómeno para la estabilidad regional . O al menos, para la permanencia de los regímenes hereditarios y los presidentes de por vida. Exhiben las cartas de la amenaza de Al Qaeda e Irán como banderas para frenar el tsunami que se impuso en Túnez y ahora en Egipto.
La caída de Mubarak no tranquilizará a los autócratas en Medio Oriente. Si la epidemia se repite en Jordania, Yemen, Argelia, Marruecos, Siria, Bahrein o Arabia Saudita, un modelo sin sangre y sin revancha podría ser imitado, con los militares de garantes ante eventuales caídas y renuncias. Aunque ningún país es una copia del otro en Medio Oriente. Cada uno tiene sus especificidades, más allá de los comunes autócratas e incondicionales aliados occidentales. Nadie sabe aún si Mubarak consiguió negociar inmunidad para ser juzgado con su renuncia, pero Suiza ya congeló los fondos en los bancos de su cuantiosa fortuna. Una decisión que va a inquietar a los autócratas que pueden sucederle en su destino.
Una nueva generación de jóvenes soñadores, educados y desocupados mayoritariamente, consiguió la libertad egipcia. Prometen un Egipto secular, sin violencias ni extremismo, donde todas las religiones tengan lugar: desde los musulmanes a los coptos. Para ellos, los extremos religiosos eran funcionales al régimen y quieren vivir en un país sin fantasmas ni terrorismo.
Medio Oriente estalló en celebraciones al conocerse la renuncia de Mubarak . Hamas, la organización shiíta en Gaza, se lanzó a las calles de Gaza y llamó a los egipcios a levantar el bloqueo que los aísla del mundo. En Beirut, estallaron los fuegos artificiales y al sur de la capital, habitado por los shiítas, se escuchaban armas de fuego disparadas al aire, como cuando se festejan casamientos o victorias. Una protesta se espera hoy en Argelia y otra está planeada en Libia para el 17 de febrero. En Jordania, centenares acudieron el viernes a apoyar a la protesta egipcia. Israel continúa mudo y temeroso de que la revolución ponga en duda su acuerdo de paz con Egipto. Aún no cree que la revolución egipcia es secular y que una era, con una nueva generación, está naciendo en Oriente Medio. Tan estratégica como cuando, en 1989, cayó el Muro de Berlín.
Fuente: clarin.com
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