La alta política no es aquella que se construye sobre la base de antinomias permanentes, sino a partir de acuerdos.
Al conmemorarse un nuevo aniversario de nuestra independencia, es preciso señalar que pocas veces en la historia de los argentinos se asistió al caso de un gobierno tan obstinadamente empeñado en destruir con sus estrategias electorales, políticas y económicas el concepto de unión nacional. La estrategia kirchnerista destinada a mejorar sus expectativas electorales en el futuro tiende, en efecto, a provocar enfrentamientos y conflictos constantes entre los distintos sectores de la sociedad, con el riesgo de dañar el emblemático concepto de la unión de los argentinos, que tanto costó preservar y que tanta sangre y esfuerzo demandó a lo largo de los años.
Revisando la historia nacional, advertimos que pocas cosas demandaron tantos sacrificios como preservar una trama mínima de unidad nacional, sin la cual ninguna urdimbre organizativa de la República o de la democracia hubiera sido posible.
Si en este año del Bicentenario nos remontamos a los comienzos de la nacionalidad, advertiremos que el primer gran inconveniente con que tropezó la naciente república, después de los sucesos revolucionarios de mayo, fueron los conflictos que provocaban división en el país, guerras civiles, y que sólo muy tardíamente la Argentina tuvo la posibilidad de alcanzar un clima de paz.
En la época de Juan Manuel de Rosas, por ejemplo, el país estaba trágicamente dividido, como todos sabemos, entre sectores y concepciones ideológicas que costaba mucho superar y reemplazar por un auténtico propósito de conciliación.
La verdadera unión nacional llegó con la organización constitucional, que estructuró una forma institucional de base republicana y democrática que permitió construir la República. Pero, así y todo, nunca nos resultó fácil a los argentinos preservar ese valor fundamental que habíamos conquistado. El conflicto de las inmigraciones también fue superado y el país logró que convivieran en su territorio pueblos enfrentados y alejados por razones políticas, culturales o religiosas. Fue ése otro de los triunfos de la Argentina moderna: la construcción de un concepto de unidad nacional, gracias a gobiernos como el de Sarmiento.
Ese fue el origen de la República, que hoy debemos reconstruir, y esa unión nacional fue resultado del desarrollo económico y político que alcanzó la Argentina a principios del siglo XX. Por supuesto, se presentaron nuevos desafíos que volvieron a dividir al país, consecuencia de caudillismos personalistas, como los que encarnaron Hipólito Yrigoyen, sin desmerecer sus grandes valores puestos de manifiesto en el ejercicio del gobierno, o Juan Domingo Perón, quien aportó fórmulas para la integración y el avance de los trabajadores, pero amenazó seriamente la unidad de los argentinos.
Sobrevinieron más tarde otros duros retos, el más cruel de los cuales fue la aparición de movimientos terroristas armados, que en la década del 60 cometieron asesinatos, como el de Augusto Vandor o José Ignacio Rucci -ejemplos muy claros de una perversidad destinada a atacar las bases mismas de la unidad política de la Nación-, y hundieron a la Argentina en un nuevo cono de sombra, en el que las primeras víctimas fueron la paz y la concordia del país.
Llegó después la dictadura militar, con sus injustificables respuestas a la violencia terrorista y sus crueles violaciones de los derechos humanos. Hasta que el año 1983 emergió como el gran símbolo y la oportunidad de reconciliación de los argentinos, cuando asumió la presidencia de la República Raúl Alfonsín.
Finalmente, con altibajos, con desafíos, con conflictos no resueltos, la Argentina fue reconstruyendo en parte su unidad política y llegamos a este comienzo del siglo XXI, cuando un gobierno, obstinado en sus maniobras para perpetuarse en el poder, como es el del kirchnerismo, lesiona gravemente la unidad nacional.
Las últimas ofensivas del Gobierno han tendido, precisamente, a provocar enfrentamientos en la sociedad, a que algunos sectores se sientan amenazados por otros y a que esos conflictos constituyan una estrategia que le permita seguir en el ejercicio del poder.
Esa es la verdadera amenaza que pende hoy sobre la unidad de los argentinos. Aunque parece ya muy tarde, sería reconfortante que quienes conducen hoy el país comprendieran que ningún gobierno, cualquiera que sea su signo político, puede aspirar a quedarse indefinidamente en el ejercicio del poder y que la alta política no es aquella que se construye sobre la base de antinomias permanentes, sino a partir de acuerdos y consensos que deriven en sólidas y duraderas políticas de Estado.
Es hora de reaccionar contra la insidiosa y sistemática generación de conflictos y de que los argentinos encontremos el verdadero camino de la República, no sólo el de la alternancia en el poder, sino también el de la construcción de un estilo de gobierno que no tenga como objetivo destruir las bases de la unidad nacional.
Fuente: lanacion.com
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