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domingo, 11 de abril de 2010
Higiene urbana porteña/La basura, un problema de convivencia
Desde bolsones apilados con restos de comida, papel y telas hasta un calefón y sillón de dos cuerpos a la vera de la calle. La imagen impresiona: Buenos Aires termina cada día con sus calles colmadas de basura.
Las bolsas de tamaños diversos se acopian fundamentalmente en las esquinas. Algunos cartoneros hurgan en ellas en busca del preciado papel y las dejan abiertas, con lo que se convierten en un banquete para hambrientos roedores. La escena se repite en numerosos puntos de una ciudad que genera más de 5000 toneladas de residuos diarios.
A bordo de un camión de recolección de basura, LA NACION comprobó en dos de las zonas más desbordadas por la suciedad: el centro comercial de la calle Avellaneda, en Flores, y el microcentro porteño, qué hacen las empresas que tienen a cargo la tarea de la limpieza; cómo la mayoría de las arterias quedan aseadas en la madrugada y cómo vuelven a ensuciarse apenas la ciudad se despierta.
Un circuito viciado por la desidia, y que encuentra a dos responsables: un Estado aún incapaz de garantizar un servicio eficiente y ciudadanos que incumplen sus deberes emergentes de tal condición, como sacar los residuos a la calle, de 20 a 21, o hacerlo debidamente, en bolsas que no puedan romperse con facilidad.
En Flores, el camión de Níttida, tiene como primer objetivo recorrer, poco después de las 21, el centro comercial de Flores, sobre la calle Avellaneda, colmada de negocios de ropa manejados en su mayoría por comerciantes coreanos y japoneses. Es, a todas luces, una de las zonas más sucias de la ciudad. Los retazos de tela suelen descartarse en grandes bolsas apiladas, pero también están desperdigados por el suelo o asoman sueltos desde los contenedores. Unos 25 minutos les lleva a los dos recolectores cargar los residuos acopiados en la esquina de Aranguren y Argerich, al igual que los desparramados en Campana y Bogotá. "Demos gracias a Dios que no llueve. Esto sí que tapa los sumideros", alerta un vecino.
Avanza el camión "peinando" cada calle, como define Miguel, chofer de Níttida. Los contenedores están repletos de residuos. Algunos vecinos cuelgan las bolsas de los árboles para evitar que los perros las rompan.
"Mire, jefe, acá la solución es poner más contenedores. Eso facilita nuestro trabajo", dice el chofer a La nacion. La ciudad cuenta hoy con 25.000 contenedores, una cobertura del 35 por ciento de lo que oficialmente se aspira a tener.
En las calles residenciales predominan las bolsas chicas, agrupadas en el suelo, en las puertas de cada casa. En Terrada al 500 se advierte que alguien se deshizo de un calefón viejo, de un sillón de dos cuerpos y de un cuadro. Casi un living al aire libre. Trasladar esa basura no es tarea de los camiones del circuito habitual.
El camión acopia los residuos que arrojan los dos recolectores, que trabajan de 21 a 4. Cobran unos $ 3000 promedio por mes y su tarea es tan ardua como riesgosa. "Sufrimos accidentes por estar en la calle; la ciudad estaría menos sucia si la gente cumpliera las reglas", relata Ezequiel, uno de los recolectores. En la cabina del camión, el ruido es ensordecedor y el aire, irrespirable.
Un rápida "lectura" de las bolsas, que muchas veces los recolectores también olvidan recoger (lo hará luego el barrendero) certifica que la mayoría de los vecinos no separa los residuos: la comida se mezcla con el papel, con envases de plástico y un sinfín de objetos de todo tipo.
El microcentro es otra de las zonas más descuidadas. Desde un camión de Cliba, poco antes de la medianoche, se ve cómo la avenida Rivadavia, entre el Bajo y Río de Janeiro, en Caballito, está plagada de basura. Los vecinos y comerciantes arrojan de todo: un sombrero, un megáfono, teclados de computadora, un rollo de alfombra y otros artefactos que un camión común del servicio no recoge. Con suerte, otra unidad especial pasará más tarde, aunque muchos cartoneros se apurarán por adueñarse de ellos.
Sobre Esmeralda, casi esquina Rivadavia, viven tres familias de cartoneros. Y la calle se ha convertido en un centro de selección del cartón.
En el Bajo, en la plaza Roma, los bolsones de comida que dejan los restaurantes hacen que los roedores transiten libremente. ¡Si hasta pueden ser fotografiados por los turistas! Ya entrada la madrugada, Flores y el microcentro quedan limpios. Las hidrolavadoras hicieron su trabajo. Pero, con el paso del día, esa imagen mutará otra vez en abandono y suciedad.
Fuente: lanaciòn.com
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