En 2003, Uruguay tenía el 31 por ciento de su población por debajo de la línea de la pobreza. Para 2016, había descendido al 9,4 por ciento. Objetivo pobreza cero: el ejemplo de Uruguay.
Uruguay es hoy el único país de América latina que tiene menos del 10 por ciento de pobres y una indigencia casi nula. Un crecimiento sostenido, baja inflación, mejora del salario real y políticas de redistribución lo hicieron posible.
En nuestro suplemento Número Cero publicamos un informe especial el domingo pasado. En 2003, Uruguay tenía el 31 por ciento de su población por debajo de la línea de la pobreza. Para 2016, había descendido al 9,4 por ciento.
El crecimiento, si se lo mira año por año, tiene ese carácter de “invisible” del que hablan los especialistas para los números pequeños: a veces, rondó el medio punto del producto interno bruto; a veces, fue de un punto y medio; en algunas ocasiones, como 2017, fue de 2,7.
No se advierte a primera vista pero la constancia, un ritmo sostenido de marcha en un camino definido previamente y no alterado luego, es lo que le da resultado satisfactorio tiempo después.
Desde la crisis de 2002, efecto de la crisis argentina, Uruguay tuvo, hasta 2017, 15 años de crecimiento ininterrumpido. Y este año no se detendrá. Eso provoca una mejora lenta pero constante de todas las variables: salario, empleo, actividad, inflación, pobreza.
La salida de aquella crisis implicó un acuerdo entre el entonces gobernante Partido Colorado y la oposición. Entre todos, consensuaron medidas que incluyeron la participación de organismos internacionales de crédito, como el Banco Mundial, y la implementación de un paquete económico que incluía desde programas de emergencia social hasta reformas económicas para aumentar la competitividad del país y favorecer la diversificación de las exportaciones.
Para luchar contra la franja más dura de la pobreza y disminuir la desigualdad, hace un tiempo se diseñó una combinación entre los habituales planes de asistencia, que es lo que primero se piensa, con reformas impositivas y laborales. En cuanto a los tributos, hace falta que mucha gente pague, aunque poco, el impuesto a los ingresos. En el campo del trabajo, hay que subir los salarios mínimos y combatir la precarización laboral (el empleo en negro).
Algo semejante podría decirse de Chile. En 1990, al final de la dictadura, había un 45 por ciento de pobres. Casi todo el arco político acordó un proyecto de país y una forma de administrarlo: la democracia de los consensos. En 2015, sólo quedaba un 11,7 por ciento de pobres.
En la Argentina de la volatilidad, los cambios de rumbo y las crisis periódicas, en 2005 había un 33 por ciento de pobres, y 11 años después, a finales de 2016, estábamos igual.
El consenso político, el acuerdo entre quienes piensan distinto, tiene un impacto social, económico y cultural positivo. Debiéramos aprender la lección de una buena vez.
Fuente: lavoz.com.ar
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