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viernes, 20 de enero de 2012

Inseguridad y desprotección

Print Friendly and PDFEl deterioro del orden público es de una magnitud impensada; la integridad de las personas, en riesgo permanente.
Corresponde preguntarse qué ha llevado a la Argentina a un deterioro del orden público de la magnitud estremecedora que se vive desde hace años a diario.


Buenos Aires ha quedado convertida en una ciudad tomada, con vahos nauseabundos provenientes de basura apilada, mientras el cirujeo se aplica a las autopsias a cielo abierto. Cuando la peculiar faena llega a su término, suele quedar un remanente de inmundicias desparramadas por las calles de la ciudad para festín de roedores y cachetazo a quienes propalan ante el mundo las bondades de las políticas de calidad ambiental. Eso concierne, si se quiere, a la salud y a la estética. No es ello poco para una ciudad que en otros tiempos preservó con mucha mayor eficacia su belleza y urbanidad, pero es de menguada importancia ante el acecho permanente a transeúntes, automovilistas, turistas y vecinos de un cuchillo o arma de fuego arteros que ponen en cualquier momento, a veces por unos pocos pesos, en riesgo mortal la integridad humana.

Mucho peor es la situación en el Gran Buenos Aires y en ciudades de alguna dimensión regular de esta y otras provincias. Es en los ámbitos que congregan las viviendas de las personas de menores recursos de la población, y en aquellos espacios misérrimos en que se hacinan los excluidos, en donde la inseguridad deja su estela más escandalosa de muertes y robos.

Tanto en la ciudad autónoma como en la provincia de Buenos Aires no son tanto las autoridades locales, a pesar de las responsabilidades inherentes a su competencia, como el sello elocuente de la política nacional lo que ha derivado en un estado de cosas incompatible con el orden civilizado. A ella deben imputársele la desprotección y la desconsideración por el ciudadano común en que se ha caído.

Un episodio tan elemental como el desalojo de quienes se habían apoderado nada menos que de la calle Florida, convirtiéndola en arteria intransitable y espectáculo deprimente, ha parecido, dentro del contexto dominante en el país, lo que de ninguna manera era: una decisión política mayúscula.

En cualquier país normal, los temerarios protagonistas de aquella ocupación, ilegal por donde se la juzgara, habrían contado con no más que escasos momentos para cesar con tamaño atrevimiento. Sin embargo, después del desalojo hasta recibieron gestos de simpatía de facciones del oficialismo enseñoreadas con frecuencia en los espacios públicos del país.

Estos mismos días, barrabravas de Nueva Chicago irrumpieron en el hospital Santojanni de esta capital, donde virtualmente destruyeron todo lo que encontraron a su paso mientras buscaban a un supuesto agresor que se hallaba allí internado. El gobierno nacional había dispuesto tiempo atrás el retiro de la custodia policial de los hospitales y, desde entonces, las autoridades nacionales y las porteñas se pasan unas a otras la pelota, en tanto la población sufre las consecuencias de la desprotección.

Cuatro policías han sido asesinados recientemente en el Gran Buenos Aires. En todos los casos cayeron después de haber repelido a delincuentes; uno de ellos fue ultimado en circunstancias de haber encontrado a su padre en manos de captores en el propio domicilio y de pretender liberarlo.

La respuesta del Ministerio del Seguridad de la Nación ante esos delitos ha sido estudiar normas que impidan a los efectivos policiales portar armas cuando se encuentren, como ha ocurrido en un alto número de casos de bajas en sus filas, fuera de servicio. Es decir que los únicos ciudadanos en condiciones de hacer frente a la delincuencia que pulula serían desarmados.

Menos riesgo, pues, para asesinos y ladrones, y más peligro para todos. No alcanza con una manifestación ceñida a familiares y amigos de policías asesinados para clamar por más protección y acción contra la delincuencia. Debe revertirse por entero una política instaurada en 2003 que no ha hecho más que profundizarse en una sociedad cuya mayoría, dicho con todas las letras, ha mirado para otro lado. Cuando ésta mire de otra manera, allí sí cambiarán las cosas.

Fuente: lanacion.com.ar

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