ANTONIO LOVAGLIO SARAVIA, Exministro de Educación de Salta
El expresidente Domingo Faustino Sarmiento, gran revolucionario de la educación, estableció por ley la enseñanza obligatoria y gratuita, colocando al país en un sitial único en Latinoamérica.
A los seis meses de su mandato, mandó realizar el primer censo nacional. El resultado: 1.830.000 habitantes con un 87% de analfabetos. Se puso manos a la obra: inauguró al terminar su gestión más de 800 escuelas nuevas, estableció el guardapolvo blanco para los alumnos generando así un principio de igualdad, creando de esa manera una mancomunión entre educando y educador, basada en el respeto de unos a otros. Cuando subió al poder, recibían enseñanza en la Argentina 30.000 niños. Seis años después, eran 100.000”.
Hoy, a más de un siglo de aquella gesta educativa, nuestro país está totalmente extraviado, camina de discusión en discusión, de ley en ley, que cuando no se la cumple está bien y cuando se la cumple esta mal; que si es política de estado o no. Un mundo al revés. Lo concreto es que no llegamos a un sistema superador que conduzca al país al nivel de excelencia que alguna vez tuvo. Y por ello, cada día me convenzo más de que, al contrario de lo mencionado antes, en vez de embarcarnos en la búsqueda de esa meta superior, estamos nivelando para abajo.
Se fue perdiendo el reconocimiento y la jerarquía del saber, del conocimiento, de la cultura y de la autoridad. Los problemas políticos y económico-sociales, que incluyen a la gente en la pobreza y que conllevan hambre, violencia familiar, mortalidad infantil, desnutrición, drogadicción; la problemática salarial, la ocupación en tareas extrapedagógicas de los docentes, los problemas de infraestructura, falta de docentes, de útiles escolares, de becas incentivadoras u orientadoras de las políticas de desarrollo del país, lo teórico de la gratuidad del sistema y otras crisis paralelas que también afectan al sector, hacen en concreto que la oferta educativa sea ineficiente.
Y no bastan los anteriores. Se pueden agregar otros, que agravan la situación, como ser: la pérdida de autoridad de padres y de docentes, y peor aún, cuando los primeros salen a manifestar para que no se les tomen exámenes o para que no existan los aplazos, las sanciones o que acompañan a sus hijos en la toma de las instituciones educativas y justifican cuando sus hijos se violentan contra los docentes. También, cuando quieren cogobernar las instituciones desconociendo las autoridades naturales. A esto, que es muy grave por sí mismo, hay que agregarle que existen funcionarios que justifican, sin fundamentación alguna, lo que es a todas luces injustificables. Debemos cambiar ya, dignificar salarial y profesionalmente a los docentes, mejorar la infraestructura, garantizar la gratuidad del sistema y fomentar la excelencia a través de becas y otros incentivos.
Creo que lo que hemos perdido es la idea de que somos los adultos los responsables de la educación de nuestros hijos. Es justo reconocer que la sociedad se moviliza hoy por las más variadas situaciones, y se planean feriados o huelgas por causas a veces triviales, pero muy pocas veces lo hace por la calidad de la educación o la pérdida de días de clase. Los derechos educativos de sus hijos pueden pasar a un segundo término.
Es cierto también, según mi visión, que los medios de comunicación, en general, destacan más los conflictos entre Gobierno y docencia que promover una campaña vista desde aquellos que pierden calidad y cantidad educativa.
Es bueno hacer unas consideraciones sobre la etapa de crecimiento en que se encuentran los escolares a los que nos estamos refiriendo y la necesidad de que sobre ellos haya, al margen de un control, una guía que por alguna razón muchos padres se niegan a ejercer o que sea ejercida por los educadores.
El especialista alemán en enfermedades psicosomáticas Rudiger Dahlke, autor de la obra “La enfermedad como camino”, describe a la adolescencia (en las etapas críticas de la vida) como: “Una fase en la que se desafía lo existente bajo la creencia de que la historia empezó con uno, existe la tendencia a creerse inmortal y se asumen riesgos absurdos y extremos en el afán de afirmar la propia identidad ante los otros. Se cuestionan normas, se quiere todo de manera inmediata, cuesta aceptar los límites que imponen los mayores o la vida, los estados de ánimo son cambiantes, intempestivos, van de la euforia sin motivo a la más profunda e inexplicable tristeza, de la exaltación por cualquier motivo (una conquista amorosa, un triunfo deportivo, el consumo de alcohol, el estreno de unas zapatillas) al más negro de los humores. Y todo sin transición. Tan pronto el adolescente se siente el más bello de los ejemplares humanos, como sucumbe en la más baja autoestima ante la aparición de un grano. El futuro significa nada, una palabra extraña que preocupa a los adultos vaya a saber por qué. Todo es hoy”.
Sin discusión somos responsables de la educación de nuestros hijos, como así también, en algún momento, ellos serán de los suyos; así son los ciclos de la vida. Pero el relativismo existente en nuestra sociedad, es tan profundo, que no solo se da en lo moral, religioso, político, sino también en la familia, donde la filosofía facilista del dejar hacer, se ha hecho carne. Este dejar hacer, sin pensar que es mejor la educación que da la familia y la escuela, en un marco de autoridad, deja a las generaciones futuras en manos de la peligrosa instrucción de la calle o simplemente de la propia autodeterminación.
Decimos por otro lado que la educación es obligatoria, por lo menos ahora hasta el nivel secundario, según lo determina la ley de educación nacional. Por ello planteamos que el primer responsable es el Estado, quien está obligado a brindar y ofrecer a la sociedad un sistema eficiente, gratuito e inclusivo. Si bien es en función del sistema educativo sostenido por el Estado, los primeros educadores son los padres, en el contexto inmediato, y de manera más amplia, la familia. Por último diremos, que la responsabilidad y la obligación, es de toda la sociedad en su conjunto. Dejemos aclarado que, en estos tiempos donde justificadamente sobresalen los derechos de los niños, deberíamos inculcarles la obligación de estudiar, que es irrenunciable salvo alguna razón de fuerza mayor.
Un sistema que funcione
¿Qué sistema educativo debemos defender para todos los ciudadanos de nuestro país?
No existe duda en cuanto a que nuestra República requiere un sistema de educación obligatorio, gratuito, igualitario, equitativo y accesible. Pero todas esas condiciones hoy no se dan, en gran medida.
Hoy es difícil hacer cumplir la obligatoriedad, tampoco es gratuito en su totalidad, porque ello no solo significa edificios y docentes, sino libros y útiles; no es accesible para los más pobres y en especial si son del interior y quieren ir a la universidad.
Por todo esto y mucho más, estoy convencido de que el sistema educativo exige un impulso económico tipo shock. No esperar como plantea la ley de financiamiento educativo un aumento progresivo por año del porcentaje del PBI, ley que voté en su momento, aunque ahora entiendo no es suficiente y que, hoy imagino estará cumpliéndose, pero, a todas luces se ve, no alcanza, por lo que debe ser modificada.
Sin presupuesto adecuado es imposible hablar de un sistema educativo como lo describiéramos.
En épocas de crisis como la actual, la educación debe ser una solución y una prioridad, no un problema. Sarmiento decía que su primer plan de gobierno era educación, educación y educación.
Fuente: eltribuno.info
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