La historia comenzó en la Navidad de 1984. El sacerdote Carlos Cajade acababa de finalizar la misa en su iglesia, ubicada en el municipio de Berisso. Se disponía a partir a la casa de una familia vecina para la celebración religiosa cuando en la puerta del templo tres hermanitos, de entre 10 y 12 años, le contaron sus tristes historias de desprotección y pobreza.
Esa noche se inició un largo camino de solidaridad para mejorar la calidad de vida de los menores platenses, que hoy, pese a que el sacerdote falleció, sigue avanzando gracias al constante trabajo del resto de su familia y dedicados colaboradores.
La obra, que ayuda a más de 250 chicos dándoles vivienda, educación y alimentos, cuenta con gente solidaria que, si bien cobra un sueldo para fomentar el valor del trabajo, se desvive por sacar adelante a estos jóvenes en distintos inmuebles de la múltiple obra. En el hogar viven 50 jóvenes. Pero no es un típico alojamiento social. El predio está conformado por cinco casas en cada una de las cuales un matrimonio educador, como los llaman, se ocupa de sus propios hijos y de otros 10 chicos. "Conviven como una familia", contó a La Nacion Mario Cajade, uno de los hermanos del sacerdote, y agregó: "Carlos siempre decía que si al pibe se lo trata con cariño desde chiquito, no se desarrollará con problemas sociales". Lidia es ahora una de las educadoras, pero vive en el hogar desde los cuatro.
En otro de los hogares, también ubicado en La Plata, el trabajo está orientado a los más pequeños. Niños de entre 45 días y cinco años son llevados por sus madres o vecinos porque no tienen cómo cubrir las necesidades básicas. Muchos de los chiquitos que llegan al lugar están desnutridos o carecen de atención sanitaria y social. "El hambre es un crimen", resaltaba un banderín en una de las paredes del lugar que dirige Isabel.
Cuando llega el mediodía en las dos "casitas de los niños", adonde asisten chicos de entre 5 y 12 años que desayunan, almuerzan y cenan, el ambiente se revoluciona y las corridas y risas dominan el lugar. Los que cursan por la tarde terminan de comer, acomodan sus útiles y suben al vehículo que los llevará a la escuela. Al rato vuelven al lugar otros chicos, que estudiaron por la mañana, para merendar y hacer los deberes. El movimiento de niños es constante, pero todos están felices, resaltó Romina, una de las encargadas de la casita.
Si bien los chicos que son asistidos por la obra están becados por programas municipales y provinciales, una de las mayores fuentes económicas proviene de un proyecto propio. La imprenta Grafitos es dirigida por Miguel. Hoy es un adulto formado en la actividad, pero hace años vivió en el hogar del padre Cajade.
El proyecto que soñó el padre Cajade no deja nada librado al azar. Los integrantes del grupo se ocupan, además, del traslado de todos los chicos a sus casas y a la escuela para que la distancia no interfiera con la ayuda, pero sólo cuenta con una camioneta. Quien quiera colaborar puede comunicarse al 0221-4236424/4224113.
Fuente: hacer comunidad.org
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