Un gran deporte nacional es entretenernos con el escarnio público de los personajes involucrados en los casos de corrupción, que los seguimos como una novela o un reality show.
Uno tras otro los escándalos que involucran a personajes de alta exposición mediática y a los fondos públicos que pertenecen a todos los argentinos, se suceden en la vida diaria sin que las autoridades políticas actúen con contundencia, ante una Justicia que rara vez llega a tiempo o condena a quienes están en el poder o cerca de él.
Hoy las denuncias de corrupción salpican a la Fundación Madres de Plaza de Mayo, que además de su loable actividad en defensa de los derechos humanos y la recuperación de identidad de los hijos de desaparecidos, decidió dedicarse a la construcción de complejos habitacionales, que distrae sus objetivos. Y como no podría ocurrir de otra manera donde hay en juego muchos millones de pesos, políticos en función pública interesados, y administradores de tan irregulares antecedentes como pésima eficiencia, la corrupción se hace presente.
Los personajes que hoy acaparan toda la atención son Sergio Schoklender y Hebe de Bonafini, como hasta hace pocos días lo fueron Hugo Moyano y otros popes sindicales, devenidos en empresarios, por los medicamentos.
Antes le tocó el turno a Ricardo Jaime, el ex todopoderoso secretario de Transporte y así cada nuevo caso va haciéndonos olvidar del otro, porque en el medio también nos entretenemos con casos de resonancia pasajera.
De estos temas, que obviamente importan pero que no son fundamentales, y de sus egos personales, que sólo les importan a ellos, hablan todo el tiempo los políticos y en especial los candidatos a presidente de la Nación. Rara vez se los escucha hablar de educación, pero nunca se han esforzado por presentar un programa concreto para mejorar la cada vez más penosa enseñanza de los argentinos.
Ese es un tema para especialistas con cara de aburridos y que de ninguna manera figura entre las prioridades de los políticos que pretenden gobernar el país. Sólo tienen alguna frase o concepto muy limitado sobre el tema, que lo enuncian para salir del paso ante una pregunta concreta, pero que denota claramente la falta de estudio y preocupación por la política de estado más importante que debe tener un país.
La escuela pública
Es alarmante el retroceso argentino en el escenario mundial de la educación, lo que equivale a que cada vez tenemos menos posibilidades en el presente y hacia el futuro inmediato si no hacemos nada importante para cambiar el rumbo.
De la misma manera que antes éramos el granero del mundo, teníamos los mayores rodeos de ovinos y vacunos, disfrutábamos de una extendida clase media superior en toda América latina, hoy penosamente tenemos que afirmar que éramos de los países mejor educados del planeta. La Argentina tiene el índice de graduación de escuela secundaria más bajo en toda América del Sur.
La realidad indica que tenemos un alto nivel de deserción en el Nivel Secundario, creciente desigualdad educativa entre provincias y tipo de escuelas, grave retroceso en la calidad educacional y una universidad con muy pocos graduados, especialmente en las carreras orientadas al mundo productivo del futuro.
Sólo el 40% de los alumnos de la escuela primaria se matricula en el último año de la escuela secundaria estatal, pero ése es el promedio que se obtiene donde en una punta está la ciudad de Buenos Aires con el 62% y en la otra Misiones con el 24%, marcando una agraviante desigualdad dentro del país.
Asimismo, los alumnos de escuelas privadas obtienen mejores resultados que los de la escuela pública, marcando que no existe igualdad de oportunidades ni entre regiones ni entre niveles socioeconómicos de la población. ¿Qué futuro laboral y qué proyecto de vida enfrentaran estos adolescentes?
El promedio de doble escolaridad es de 6% cuando la ley dice 30%. Chile tiene el 90%.
La Unesco recomienda un mínimo de entre 850 y 1.000 horas de clases anuales para poder aprender los contenidos básicos que se necesitan para desarrollarse en el siglo XXI. Si cumpliríamos en la Argentina con los 180 días de clase establecidos, que no lo hacemos, llegaríamos a 720 horas de clases anuales. Otro tema es la calidad de cada una de esas horas.
No es una cuestión de dineros públicos destinados, sino de organización, objetivos claros y políticas consistentes a largo plazo.
La Argentina destina más del 6% del Producto Bruto a educación al igual que Finlandia país líder en la materia, con resultados diametralmente opuestos.
Es alarmante el retroceso argentino en el escenario mundial de la educación, lo que equivale a que cada vez tenemos menos posibilidades en el presente y hacia el futuro inmediato si no hacemos nada importante para cambiar el rumbo”.
De ahí que si bien se ha avanzado mucho en lo que respecta a la estructura, edificios nuevos, remodelación de aulas, equipamiento en general y la incorporación de la indispensable informática, todavía queda mucho por realizar.
También hubo mejoras salariales significativas, sin embargo aún no se ha instrumentado un eficiente aprovechamiento de los recursos humanos, ni un exigente programa de capacitación, indispensable en los tiempos modernos.
La universidad
Las naciones exitosas se han preocupado por garantizar la calidad de su enseñanza universitaria, de ahí que tienen las tasas de graduación más altas: 30 de cada 100 jóvenes en edad de graduarse han obtenido un título universitario.
En la Argentina lo obtienen sólo 14 de cada 100. Nuestro nivel de graduación es inferior al de Brasil, México y Chile.
Brasil gradúa 4,2 profesionales cada 1.000 habitantes y nosotros apenas 2,4. Nuestro país maximiza la cantidad de estudiantes y minimiza la cantidad de graduados, es decir tiene un sistema costoso e ineficiente. Mientras en Brasil hay 6,3 estudiantes por graduado, en nuestras universidades hay 20.
El 70% de los graduados argentinos provienen de escuelas privadas, lo que habla a las claras de la marginación de muchos niños pobres del acceso a los niveles superiores de la enseñanza.
Y se cierra el círculo entonces: nunca tendremos más y mejores graduados universitarios si no fortalecemos los niveles estatales primarios y secundarios.
Mientras el país y los candidatos presidenciales se entretienen con el escándalo público semanal, los países que se desarrollan diseñan y acuerdan políticas de Estado educativas que los impulsan hacia el futuro, donde no existirán ni los Schoklender, ni los Moyano, ni los Jaime, ni los Antonini Wilson, los Zanola ni los Pedraza, etc.
Fuente: elliberal.com.ar
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