El desempleo es un azote terrible en gran parte del mundo occidental. Casi 14 millones de estadounidenses están sin trabajo, y millones más están atascados en empleos de medio tiempo o donde no se aprovechan sus habilidades.
A algunos países europeos les va mucho peor: 21% de los trabajadores españoles está desempleado. Tampoco l a situación muestra una mejoría rápida. Es una tragedia que continúa, y en un mundo racional, poner fin a esta tragedia sería nuestra más alta prioridad económica. No obstante, algo extraño ha pasado en la discusión política: a ambos lados del Atlántico, surgió un consenso entre los poderosos e influyentes en cuanto a que no se puede hacer nada ni debería hacerse nada sobre el empleo. En lugar de una determinación para hacer algo sobre el sufrimiento en curso y el desperdicio económico, uno ve una proliferación de excusas para la falta de acción, vestida con el lenguaje de sabiduría y responsabilidad. Entonces, alguien necesita decir lo obvio: inventar excusas para no volver a poner a trabajar a los desempleados no es ni sabio ni responsable . Más bien, es una grotesca abdicación de la responsabilidad.
¿Quién habla seriamente de la creación de empleos hoy día? No el Partido Republicano. No el gobierno de Obama, que más o menos abandonó el tema hace año y medio. El hecho de que nadie en el poder hable sobre el empleo no significa, no obstante, que no se pudiera hacer algo. Hay que tener en mente que los desempleados carecen de trabajo no porque no quieran trabajar: hace cuatro años la tasa de desempleo estaba por debajo de 5%.
El núcleo de nuestro problema económico está, más bien, en la deuda –principalmente la hipotecaria– que se acumuló en los hogares durante años de burbuja en la década pasada. Ahora que reventó la burbuja, esa deuda funciona como una carga persistente sobre la economía, evitando cualquier recuperación real en el empleo. Y, una vez que uno se da cuenta que el exceso en la deuda privada es el problema, uno se da cuenta que hay diversas cosas que podrían hacerse al respecto.
Por ejemplo, se podrían tener programas de gestión de obras para poner a trabajar a los desempleados haciendo cosas útiles, como reparar rutas –que, también, al incrementar los ingresos, facilitarían que los hogares liquidaran su deuda. Podríamos tener un programa serio de restructuración hipotecaria para reducir las deudas de los propietarios en problemas. Podríamos tratar de bajar la inflación a una tasa de 4%, lo que ayudaría a reducir la carga real de la deuda.
Así que hay políticas que podríamos seguir para bajar el desempleo. Estas políticas no serían ortodoxas – pero tampoco lo son los problemas económicos que enfrentamos. Y quienes advierten sobre los riesgos de actuar deben explicar por qué estos riesgos deberían preocuparnos más que la certeza del continuo sufrimiento generalizado si no hacemos nada.
Al señalar que podríamos estar haciendo muchísimo más sobre el desempleo , reconozco, claro, los obstáculos políticos para seguir realmente cualquiera de las políticas que pudieran funcionar. En EE.UU. cualquier esfuerzo por tratar de resolver el desempleo se topará con un muro de piedra de la oposición republicana. No obstante, eso no es razón para dejar de hablar sobre el tema. De hecho, al revisar mis propios escritos del último año está claro que yo también he pecado: el realismo político está muy bien, pero he dicho demasiado poco sobre lo que realmente deberíamos estar haciendo para resolver el problema más importante. Como lo veo, los formuladores de políticas se están hundiendo en una situación de impotencia. Y los que sabemos deberíamos estar haciendo más.
Fuente: clarin.com
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