A caba de salir mi libro “País Rico, País Pobre”, en el que muestro en detalle cómo la Argentina se ha convertido en dos países, separados por un muro en el que ha desaparecido casi por completo la movilidad social.
Una crisis tras otra, inflación, educación degradada, trabajo en negro, guetificación y droga han ido cronificando una pobreza extrema en la que viven cuatro millones de personas que apenas pueden comer y seis millones más, vulnerables a la inflación, a la pérdida del empleo y aún a un embarazo no esperado en el hogar. A todos ellos los une la imposibilidad de imaginar y construir un proyecto de vida. Ese “otro país” existe incólume a pesar de ocho años de crecimiento récord y la propaganda oficial, y se expresa en las muertes por desnutrición, las ocupaciones de tierras y la violencia. Tan fuerte es la separación entre los dos países, que como lo muestra un artículo reciente de Ismael Bermúdez, en el 4º trimestre del 2010 “del total de ocupados, el 40 por ciento -eso es más de 6 millones de ocupados- gana menos de $ 1.800 mensuales” o sea en el límite de la pobreza, agravado porque más del 30% del total de trabajadores está en negro y “en la mitad más pobre, las familias reciben el 22,3% de los ingresos totales y la otra mitad se queda con el 77,7%”.
Resolver esta situación es uno de los mayores desafíos que tiene nuestra democracia, por mil razones. Es éticamente inaceptable que en uno de los graneros del mundo el 30% de los niños esté bajo la línea de indigencia, con picos del 40% en varias provincias. O dejar que el proceso se reproduzca aceleradamente, cuando el 30% de los jóvenes pobres abandona la escuela secundaria y quedan condenados al trabajo en negro.
La solución no será simple ni rápida. Pero muchos países lo han logrado. Comienza por entender (o no negar) el problema en toda su complejidad. De allí la perversión de negar la inflación, devastadora para los más pobres.
Por eso, la primera condición, será asegurar crecimiento sostenido y estable, e incluir un compromiso de considerar el impacto de todas las políticas sobre la situación de los más pobres. Tipo de cambio, tasa de interés, incentivos fiscales, nivel de competitividad les ayudarán a salir o a empobrecerse aún más.
Luego, sostener políticas como la Asignación Universal para niños, que permitan resolver problemas elementales de alimentación y ayudar a que la madre se quede en el hogar, con todos los beneficios que ello trae para el desarrollo infantil, así como lograr un acceso universal a la salud de calidad.
Una reforma educativa en serio y a fondo, que ponga énfasis en calidad, equidad y retención, es la condición de la transformación de largo plazo. Y para ello no alcanza con más dinero, si no se modifican incentivos y capacidades de los docentes.
Finalmente, considerar en la mirada compleja otras dimensiones que afectan la calidad de vida de los pobres, como el transporte urbano, el acceso a servicios básicos, incluyendo la Justicia, una lucha frontal contra el narcotráfico, etc.
Éstos y otros temas deberían incluirse en un contrato social firmado por todos los partidos, que incluya las leyes, los instrumentos, los recursos fiscales y los mecanismos periódicos de evaluación de impacto. Así se construyó y sostuvo el Estado de Bienestar en Europa por más de 40 años, así lograron sus éxitos Brasil y Chile, entre otros.
* Diputado Nacional
Fuente: elliberl.com.ar
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