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miércoles, 25 de mayo de 2011
Democracia representativa versus democracia participativa
¿Por qué un puñado de jóvenes ilustrados reivindica en estos días una “democracia real”?, es decir, lo que podríamos interpretar como una verdadera democracia frente al actual modelo puesto en práctica y consolidado en países como el nuestro.
Aquellos a los que les va tan bien, o sea, a los políticos dicen que la democracia, la buena no necesita epítetos, y nos muestran ejemplos de algunos casos de democracias con apellidos para ridiculizar a quienes piden un cambio de modelo. Estos políticos, generalmente del bando de la derecha, que vivieron en la opulencia bajo el paraguas de esa “democracia orgánica” que ahora censuran, ignoran, o su ceguera les impide ver, que el término democracia, por el mal uso que de él se ha hecho, ha quedado vacío de contenido, por lo que es necesario recuperar su verdadero sentido cargándole con la autenticidad de la que ahora carece.
En los países occidentales se habla de democracia por el mero hecho de convocar a los electores cada cierto período de tiempo. Sea cual sea el método de elección (proporcional, mayoritario, etc.), sea cual sea el periodo para el que se elige (cuatro, cinco, seis años, etc.), sea cual sea el sujeto o sujetos a elegir (presidente de repúblicas, senadores, diputados, concejales, etc.): las formas y los resultados suelen ser idénticos. Las campañas electorales se organizan con un amplio despliegue publicitario para vender el producto lo mejor posible ante un colectivo profundamente heterogéneo, valiéndose falsamente del principio de “una persona un voto” sin que les preocupe la capacidad intelectual que permita elegir o abstenerse con conocimiento de causa, lo único que nos piden es que votemos. Los candidatos se acercan al pueblo en esos tiempos de propaganda poniendo en práctica la más descarada fachada demagógica. Se trata de salir elegido para lo cual no tienen medida en hacer múltiples promesas. Pero una vez celebrado el acto electoral, y la proclamación de los ganadores, se produce un giro radical en lo que respeta a su relación con los votantes e, incluso, con sus propios electores. Es a esto a lo que, sin ningún tipo de escrúpulo, se le denomina democracia representativa, término acuñado y asumido, de manera más o menos inteligible, por las masas votantes. Una vez formados los parlamentos, los gobiernos o cualquier otro órgano de poder político, el funcionamiento institucional adquiere un carácter totalmente endogámico, aislándose descaradamente sus protagonistas de toda la población, de los que votaron y, por supuesto, de los que se niegan a participar en este juego. Para depurar una deformación tan deleznable del auténtico modelo político que los ciudadanos desearían, algunas constituciones contemplan lo que se suele conocer como iniciativas populares para solicitar la promulgación o la derogación de alguna norma, pero, en la práctica, estas iniciativas nunca llegan a tener éxito parlamentario a pesar de reunir los requisitos reglamentarios. Los políticos se constituyen en “casta” o grupo privilegiado olvidándose totalmente del electorado a lo largo del periodo de mandato o de legislación.
La verdadera democracia, la democracia popular a la que aspira esa ciudadanía combativa, la democracia por la que se ha luchado, aunque con poco éxito en su consecución, sería aquella en cuyos órganos de poder se encontrasen verdaderos representantes de la soberanía popular, aquellos que, carentes de demagogia, mantuvieran una permanente comunicación con sus electores a través de métodos activos y eficaces. Aquellos que no rompieran con su quehacer laboral, quienes se convirtieran en verdaderos portavoces de las necesidades de la ciudadanía, de sus derechos y de sus deberes. La verdadera aspiración es la de una auténtica democracia participativa en la que la colectividad tuviera el control permanente de los cargos electos, aquella en la que la voz del pueblo fuera la verdadera causa de su existencia. Solamente con un modelo así estas sociedades avanzarían por la vía del progreso y de la igualdad, sustituyendo el bipartidismo y la alternancia por la alternativa de fuerzas cada vez más escoradas hacia la razón, la igualdad y la justicia.
Fuente: nuevatribuna.es
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