por Lenin Cardozo - Periodista ambientalista venezolano
El 2 de abril se conmemora el Día Mundial del Hambre, así nos los hacen saber los 1000 millones de habitantes que a lo largo y ancho de los cinco continentes sufren de hambre.
Este día en particular, no tienen nada que comer, como tampoco tienen para comer el resto de los otros días del año. No necesitan que la ONU, dicte una resolución para decretarlo. O cumbres mundiales, para dar fe, de su existencia.
Los hambrientos en este mundo, son el gran mercado o más bien el exquisito negocio, de las transnacionales de alimentos, las cadenas de supermercados y de los productores y distribuidores de los productos básicos. Estos comerciantes de la primera necesidad humana, están detrás también de los desabastecimientos y juegan, como al mejor postor, en la subasta alimentaria. No importa, si las demoras, para llegar algún tipo de regateo o mejor acuerdo en la venta, producen más hambrunas, más muertes y desolación.
Un desalmado comercio internacional que hacen de los estados más débiles, como los países del África, parte del Asia y América y el Caribe, victimas angustiosas de este flagelo. Donde solo, entre el 2009 y el 2010, los precios de los alimentos aumentaron en un 80%. Siendo, estos precios altos, el detonante de los principales conflictos en esas naciones. Negocio por demás cautivo, porque se focaliza en los productos de la cesta básica: harina, maíz, soja, arroz, frijoles, fruta, la verdura y leche.
Coincido, lamentablemente, con Jean Ziegler, funcionario de la Agencia de Alimentos de la ONU, cuando explica que "detrás de cada muerte por hambre en el mundo, lo que hay en verdad es un asesinato. Silencioso, pero asesinato al fin”. Estamos hablando de asesinatos en masas, superior a cualquier guerra de la última década. Según, las cifras expuestas en el III Foro Europeo de Desarrollo Rural, mueren diariamente por hambre unas 60.000 personas, de las cuales 10.000 son niños.
Solo hay una vía, para saltarse a estos fariseos del comercio internacional de alimentos, a esa maquiavélica estructura antihumana, se tiene que atacar el problema del hambre a partir del desarrollo de iniciativas que fomenten la seguridad alimentaria en cada comunidad, región o nación. Legislaciones eficaces, utilización racional de los suelos, valoración de la producción local y protección a los agricultores, es el principio.
Impensable, seguir apostando a un comercio internacional de alimentos inestable y lleno de inequidad.
Fuente: adital.com.br
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