► Imprimir
por Témoris Grecko
BENGHAZI.- ¿Puede ser que la motivación sea la mitad de lo que se necesita para ganar una guerra?
Si uno ve a los revolucionarios libios en las plazas centrales de Benghazi, Ajdabiya o Brega, durante las oraciones del mediodía del viernes (el momento más importante de la semana musulmana), al final puede imaginar que les falta poco para destruir a las fuerzas del presidente Muammar Khadafy: los imanes en sus sermones enlistan los agravios y explican los abusos, conectan a la multitud con Dios y obtienen de él la bendición para los actos sangrientos que habrán de cometerse no sólo en su nombre, sino en el de la libertad -un concepto que a uno le parece demasiado abstracto hasta que la pierde-, la justicia y la muy aterrizada idea de poder vivir mejor.
Recuerdan también el sacrificio de los mártires, noción convertida en sentimiento que inflama las emociones de los fieles. El martirio es la forma más gloriosa y rápida de alcanzar el paraíso y, además, ser recordado con honor en esta tierra. A los mártires se los llora, se los venera y se los emula. "No hay nada qué negociar", dice Mohamed al-Mogherbi, dirigente de la Coalición Revolucionaria 17 de Febrero, cuando se le pregunta por la propuesta de Hugo Chávez de servir como mediador con el régimen.
"Khadafy cruzó una línea roja, la de los mártires. Cuando ordenó matarlos, ya no hubo para él marcha atrás."
La enorme multitud escucha las palabras del imán, sigue sus señales cuando hay que inclinarse, talla el piso con la frente en el momento de arrodillarse para mostrar obediencia, y pasa del estado de suspensión místico al de enérgica rebeldía cuando el guía religioso da por terminada la ceremonia, musitando con suavidad las palabras: "¡Dios es el más grande!", que las gargantas repiten hasta convertirlas en un grito de guerra.
Temible. Uno comprende ahora cómo fue que los árabes, que cuando creció Mahoma eran un conjunto ingobernable de tribus nómadas del desierto, se convirtieron a su muerte en una hueste incontenible que en apenas 20 años conquistó el milenario imperio persa y puso al de los bizantinos de rodillas, imponiendo su dominio desde las tierras del centro de Asia hasta el territorio que hoy es Libia, Cirenaica y Tripolitania. Les tomaría sólo un siglo más llegar a la India, por el Este, y a Marruecos y España, en el Oeste: pueblos tecnológicamente superiores y más organizados sucumbieron ante el avasallador impulso de la fe ciega, de la vida después de la muerte conquistada a través del martirio, de la lucha justificada por la sanción de Dios. Contra quien no tiene miedo a morir poco se puede hacer.
Así salen los benghazíes de su ciudad, como los ajbadiyíes y los breganos, hacia Ras Lanuf: todos ellos se defendían días atrás de la ofensiva khadafista; anteayer lanzaron la propia. Este invierno boreal de revoluciones árabes, en el que ya cayeron los déspotas de Túnez y Egipto, deja claro que quien planee ofender a los musulmanes debería hacerlo en sábado y asegurarse de que todo termine el jueves, porque los viernes se pueden convertir en días de furia.
Control vital
En el oriente de Libia, la lucha en estas jornadas ha sido un juego de avances y retrocesos entre Ras Lanuf y Brega, dos puertos petroleros de gran valor económico. Controlarlos es vital porque, si los rebeldes quieren avanzar hacia el Oeste para atacar Trípoli, la capital controlada por el régimen, y si los khadafistas quieren moverse hacia el Este para asediar Benghazi, la capital de la revolución, estas dos poblaciones están en el único camino practicable, a lo largo de la costa del Mar Mediterráneo.
Hay algo más, sin embargo, como explicó anteayer Saif al-Islam, hijo de Khadafy y sucesor aparente, a la televisora Sky News: "Este es el nudo del petróleo y el gas de Libia. Todos nosotros comemos, vivimos gracias a Brega. Sin Brega, seis millones de personas no tendrán futuro porque desde aquí exportamos todo nuestro petróleo". En realidad, esto sucede también desde Ras Lanuf.
Y es importante para Benghazi, porque la energía eléctrica que consume proviene de Brega. Los dirigentes rebeldes no revelan qué alternativas tienen si el régimen conquista Brega o consigue sabotear sus redes de transmisión. Tal vez no existe. ¿O podría ayudar en esto Egipto, donde los insurrectos que echaron a Hosni Mubarak tienen grandes simpatías por la insurrección libia?
Estas no son las preguntas que se hacen los combatientes que conquistaron Ras Lanuf y ahora avanzan hacia Sirte, la ciudad natal de Khadafy. A estos jóvenes no les importa y, tal vez, ni siquiera se hacen preguntas: al grito de ¡Allah Akbar! están dispuestos a entregar las vidas.
Fuente: lanacion.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario