Si una cultura, una sociedad está mal porque las instituciones no nos representan ni funcionan como es debidio, los responsables somos todos. Algunos, más que otros. Hay una luz al final del túnel, aunque muchas manos la tapen.
El pez se pudre siempre por la cabeza. Pero antes, da señales. Los ojos se hunden y devienen opacos. Las branquias aparecen oscuras, pegajosas e inflamadas. Las escamas pierden el brillo y caen. Y el olor, claro. Los síntomas de la descomposición anuncian la finitud.
Las sociedades tienen un comportamiento parecido. Especialmente la argentina. En los repliegues del poder y aun en los partidos políticos hay (debe haberlos) individuos comprometidos con lo que hacen, honestos, capaces de materializar las transformaciones necesarias para que las personas lleguen a una vida digna. Pero se los ha tragado la otra política, la que se ejerce con voracidad y se sirve de ella para el enriquecimiento personal de políticos y funcionarios, que han convertido una herramienta noble en una fábrica serial de poder y negocios pocas veces confesables. Así, es probable que el 10 de diciembre de este año, luego de la renovación electoral, unos cuantos miembros de la función pública y la corporación política regresen al llano descaradamente millonarios. Lo más probable es que no haya Patria que se lo demande. Y tendrán la posibilidad de volver por más.
La Justicia es el último dique de contención de la ciudadanía. Es la frontera de la civilidad. Es el lugar en el que se dirimen diferencias y se administran responsabilidades para que una sociedad pueda vivir en paz. Pero a jueces y fiscales probos se oponen otros cooptados, venales, de alquiler, malos jueces en definitiva; que utilizan la ley para ponerla al servicio de intereses que no son los de la mayoría, y que tienen que ver con aquel círculo fantástico de política y negocios ultramillonarios. Un juez no puede serlo si no es capaz de considerar a sus conciudadanos como iguales ante la ley. Y es el Consejo de la Magistratura el que debe velar por la salubridad de la Justicia. Aun así, esta fenomenal herramienta de transparencia y democracia participativa también ha sido cooptada por la política y los negocios, y utilizada en varias ocasiones desde el 2000 hacia aquí. Así, los resortes institucionales que deben encargarse de que normas básicas –legales- de la comunidad se cumplan han sido desvirtuados, para que haya jueces-empleados que custodien los “intereses”, y a sus portadores. Las comillas son para darle alguna denominación a esa alianza de hombres de política y negocios que proliferan desde que la democracia comenzó a degradarse y a autocorromper sus mecanismos de control.
Hay empresarios que logran trascender esa condición. Son, a la vez, emprendedores. Adquieren visión con el tiempo y la experiencia. Esa transformación no depende de su nivel de ganancias. Hay hombres y mujeres comprometidos con sus vecinos, con el lugar en el que viven, con la sociedad que los vio nacer y crecer y alimentar a sus familias, y que han sido el sostén de sus comunidades a través de la inversión, el empleo y el trabajo en sus empresas. Pero son los que quedaron del otro lado de la barrera, y que con el tiempo han ido perdiendo el interés hasta transformarse en autistas del desarrollo, con la visión y el empuje apenas necesarios para llevar adelante sólo su propio negocio. Son los que vieron a sus pares enriquecerse de la noche a la mañana, corromper, negociar y ser socios, clientelares, cuando no patrones y aun cómplices del poder, para conseguir ventajas de esas que no pueden ganarse en jornadas de sol duro y espaldas dobladas.
El mundillo empresario mendocino se ha transformado en un planeta pequeño y egoísta que mira su propio ombligo, y que no colabora en la búsqueda del camino del conjunto. Aquel donde todos puedan crecer para que todos estemos mejor. Vaya una prueba: buena parte de lo más representativo del empresariado local pronto cumplirá tres años tratando de formar una confederación que los agrupe, y los coloque en situación de ofrecerle a la provincia estrategias, ideas, conocimiento, pensamiento, inversión y trabajo, planes para elevar la calidad de vida de los habitantes. Muchos de estos hombres, además, padecen el conveniente mal de la mudez agravado por la memoria selectiva, enfermedades contagiosas que han aparecido en los últimos tiempos y que afectan a hombres y mujeres de negocios.
Los gremios, en su gran mayoría, han aprendido a asociarse a la política, especialmente a la “mala” política, lo que ha producido varias generaciones de dirigentes gremiales millonarios y dispendiosos que se dan la vida de jeques petroleros, y de trabajadores más bien pobres. Hay excepciones que confirman la regla, que honran su representación y creen en lo que defienden, y lo sostienen incluso con el cuerpo si la circunstancia lo requiere. Pero son una minoría ninguneada, cuando no perseguida. Hay muchos otros, en el reverso de la consideración, capaces de parar un país si un dirigente cae preso por un crimen común, o por una estafa, o por negociados escandalosos como ocurre con la mafia de los medicamentos. En la Argentina, y en Mendoza hay pruebas de sobra de este gremialismo, que finalmente sólo defiende los intereses de una corporación -una más- que pulsea por la torta generosa que ofrece el poder, a costa del empobrecimiento económico, moral y educativo de grandes mayorías. Muchos de estos exponentes aparecen en las boletas partidarias en fecha de elecciones. Son los que financian campañas, y luego pasan unos años en cómodas poltronas en el Congreso o en repliegues más bien resguardados del gobierno, para seguir manejando desde allí los hilos del poder discrecional que administran a su favor.
Los medios no somos ajenos a cuanto ocurre en una sociedad. La brutalidad de la guerra entre muchas empresas periodísticas y el gobierno nacional -que tuvo su capítulo local, por cierto superficial y efímero- puso de relieve estas tensiones de negocios -a fin de cuentas hablamos de ello- como pocas veces antes en la historia del país. El rol de un medio debe ser el de informar honestamente sobre la realidad con la mayor veracidad posible, ser la voz de los que no la tienen, y ejercer el control del poder público explicitando claramente su propio pensamiento. Debe sustentarse además con la publicidad y la venta que obtenga del mercado en función de su capacidad, y de la publicidad oficial en relación a su importancia y penetración, al menos hasta que en la Argentina haya una ley que regule este aspecto de rango constitucional de la vida en democracia.
Sin embargo, aquella combinación de política y negocios que atraviesa poderes, empresas, instituciones y partidos políticos de manera horizontal, ha transformado a muchos medios en herramientas de extorsión para acumular más poder, y más negocios; vías de facturación para mejorar “la línea de abajo” de su presupuesto con escandalosos aportes del gobierno a cambio de línea editorial favorable. O en el mejor de los casos, se han convertido en islas de silencio y medias voces describiendo una Mendoza que no existe, para mantener una comodidad que finalmente le hace daño a cualquier sociedad. Hagamos el ejercicio e imaginemos en qué casillero ingresa cada uno de los actores mendocinos. El panorama se completa con unas pocas voces independientes que intentan ser silenciadas, y una miríada de medios subvencionados con el dinero de todos (no es una frase hecha, pagamos IVA todos los días de nuestras vidas), condicionados a reproducir con exactiutud la partitura oficial, en algunos casos con un entusiasmo militante que provoca vergüenza ajena. El resto de nuestro bolsillo va a parar –multiplicado varias veces- a las arcas de tres o cuatro grupos que han alquilado su poder mediático, para alimentar negocios por sumas que apenas se podrían concebir en un país racional. En el camino, son capaces de cualquier tropelía, o de mentirle a sus conciudadanos en la cara para acumular -lo diijmos- más de la divisa que mejor cotiza: los negocios.
El mundo nos está enseñando aquello que nos negamos a aprender. Las redes sociales rompieron las barreras y la participación plena es posible. Las comunicaciones han democratizado las relaciones, algo que el poder se niega a ver con mayor o menor grado de salvajismo según la profundidad de la esclavitud cívica a la que ha sometido a la gente.
Se caen las dictaduras del mundo árabe, en Occidente el barro de los gigantes les llega a las rodillas y descubrimos sus debilidades, y la mayoría de los países del primer mundo han vivido en los últimos años dentro de burbujas irresponsables, arrastrando a millones de personas a la pobreza.
La propia Argentina está pasando momentos delicados, críticos, a los que Mendoza no es ajena. La inseguridad, la inflación, la pobreza que muchos niegan, la incapacidad, la falta de conciencia, la corrupción y las guerras tremendas por el poder político, empresarial, sindical y de negocios mantienen al país en una tensión insoportable. Todo ello, en una isla de la fantasía en la que en lugar de formar ingenieros capaces de trabajar en Google, se promueve la educación para la pobreza y la mendicidad, con sus valores consecuentes y la vida clientelar indigna para miles y miles de personas, aunque semejante comportamiento se arrope en apariencias ideológicas principistas o supuestamente progresistas.
Nosotros defendemos la democracia a ultranza. Es el mejor sistema de vida en un marco de respeto, libertad, y disenso. Es el sistema en el que las mayorías no aplastan a las minorías, sino que estas tienen voz y voto y actúan en las decisiones de la comunidad. Por eso no compartimos las posiciones extremas ni facciosas. No participamos del “que se vayan todos”, pero muchos de los que se quedaron, especialmente aquellos que han ejercido el poder del Estado, han sumado desmérito abundante para llegar a esta democracia relativa, corrompida y desbordada de deuda social.
¿Qué debe hacer el ciudadano común ante semejante panorama? ¿Cómo debe pararse frente a estos factores de poder, con más dudas que certezas justamente en un año electoral? ¿Cómo deben hacer los mendocinos frente a los espectáculos penosos que da buena parte de su clase dirigente, y de muchos de sus medios, en casi todos los ámbitos?
Creer que desde la comodidad de nuestros hogares vamos a cambiar el rumbo sin asumir compromisos es un error. Uno grave, que nos lleva cada tanto a repetir la historia con más dolor. Podemos criticar la realidad desde el café con los amigos, actitud tan típicamente argentina, o a cambio podemos hacer algo.
Cuando una sociedad está mal, cuando las instituciones no nos representan ni responden a las necesidades de la gente, cuando las reglas están derogadas porque casi nadie las cumple, todos somos responsables. Aunque como dijimos al principio, el pez comience a pudrirse por la cabeza.
Antes, hay señales. Conviene desmenuzarlas para que cada uno, desde su lugar, haga lo mejor de sí por la parte que le tocó en suerte. Esta democracia merece ser reconstruida desde esa piedra basal, desde una óptica humanística de dignidad, solidaridad, sacrificio y transparencia. Empujar, exigir, elegir con responsabilidad y compromiso, e inmiscuirse. Ser mejores y más participativos cada vez. De lo contrario, nos van a estar contando todo el tiempo la película del fracaso, en un país cada vez más empobrecido de todas las pobrezas posibles.
¿Cómo se sale, cómo se intenta? Hay un punto de partida que de tan evidente nos estalla frente a los ojos. Hay un mundo demandante de alimentos, de recursos naturales adecuadamente explotados cumpliendo a rajatabla las normas ambientales. Hay un planeta que demanda productos terminados y con valor agregado, que parten de materias primas que en el país son abundantes. Tenemos además una geografía propicia para salir al Atlántico y al Pacífico, y todos los climas.
Somos el extraño país rico y bendito por la naturaleza, capaz a la vez de sumir en la pobreza al 30 % de su población y de condenar a nuestros mayores, que han trabajado toda su vida, a jubilaciones de miseria sin cumplir con el 82 % móvil. Todo ello, con tasas de crecimiento asiáticas. Seguro, nos van a recordar por ello. Cantidades enormes de dinero mal administrado, e incluso objeto de la corrupción.
¿Entonces? El problema está en la falta de ideas superadoras a tono con la coyuntura y la proyección del mundo, y con las posibilidades ciertas de nuestro país. El drama es la ausencia de talentos (a muchos los hemos expulsado de la política, de la economía, e incluso de nuestras fronteras) y de estrategas capaces de poner en marcha aquellas ideas de calidad en un marco de consenso, de madurez, bastante distinto de la política misérrima que vemos y sufrimos hoy.
Lo que distingue a una democracia es el diálogo entre adversarios. En los regímenes facciosos, éstos deben ser aniquilados. No es el camino que –estamos seguros- desean transitar la mayoría de los argentinos. Hay que cambiar la cultura, inducir el amor a la educación y el trabajo, y facilitar las herramientas para ese sacudón vital que debemos hacer.
La buena noticia, tal vez la única, es que aún estamos a tiempo de torcer el rumbo. Quien sea capaz de verlo y ponerlo en marcha, habrá comprendido y comenzado el cambio.
Las sociedades tienen un comportamiento parecido. Especialmente la argentina. En los repliegues del poder y aun en los partidos políticos hay (debe haberlos) individuos comprometidos con lo que hacen, honestos, capaces de materializar las transformaciones necesarias para que las personas lleguen a una vida digna. Pero se los ha tragado la otra política, la que se ejerce con voracidad y se sirve de ella para el enriquecimiento personal de políticos y funcionarios, que han convertido una herramienta noble en una fábrica serial de poder y negocios pocas veces confesables. Así, es probable que el 10 de diciembre de este año, luego de la renovación electoral, unos cuantos miembros de la función pública y la corporación política regresen al llano descaradamente millonarios. Lo más probable es que no haya Patria que se lo demande. Y tendrán la posibilidad de volver por más.
La Justicia es el último dique de contención de la ciudadanía. Es la frontera de la civilidad. Es el lugar en el que se dirimen diferencias y se administran responsabilidades para que una sociedad pueda vivir en paz. Pero a jueces y fiscales probos se oponen otros cooptados, venales, de alquiler, malos jueces en definitiva; que utilizan la ley para ponerla al servicio de intereses que no son los de la mayoría, y que tienen que ver con aquel círculo fantástico de política y negocios ultramillonarios. Un juez no puede serlo si no es capaz de considerar a sus conciudadanos como iguales ante la ley. Y es el Consejo de la Magistratura el que debe velar por la salubridad de la Justicia. Aun así, esta fenomenal herramienta de transparencia y democracia participativa también ha sido cooptada por la política y los negocios, y utilizada en varias ocasiones desde el 2000 hacia aquí. Así, los resortes institucionales que deben encargarse de que normas básicas –legales- de la comunidad se cumplan han sido desvirtuados, para que haya jueces-empleados que custodien los “intereses”, y a sus portadores. Las comillas son para darle alguna denominación a esa alianza de hombres de política y negocios que proliferan desde que la democracia comenzó a degradarse y a autocorromper sus mecanismos de control.
Hay empresarios que logran trascender esa condición. Son, a la vez, emprendedores. Adquieren visión con el tiempo y la experiencia. Esa transformación no depende de su nivel de ganancias. Hay hombres y mujeres comprometidos con sus vecinos, con el lugar en el que viven, con la sociedad que los vio nacer y crecer y alimentar a sus familias, y que han sido el sostén de sus comunidades a través de la inversión, el empleo y el trabajo en sus empresas. Pero son los que quedaron del otro lado de la barrera, y que con el tiempo han ido perdiendo el interés hasta transformarse en autistas del desarrollo, con la visión y el empuje apenas necesarios para llevar adelante sólo su propio negocio. Son los que vieron a sus pares enriquecerse de la noche a la mañana, corromper, negociar y ser socios, clientelares, cuando no patrones y aun cómplices del poder, para conseguir ventajas de esas que no pueden ganarse en jornadas de sol duro y espaldas dobladas.
El mundillo empresario mendocino se ha transformado en un planeta pequeño y egoísta que mira su propio ombligo, y que no colabora en la búsqueda del camino del conjunto. Aquel donde todos puedan crecer para que todos estemos mejor. Vaya una prueba: buena parte de lo más representativo del empresariado local pronto cumplirá tres años tratando de formar una confederación que los agrupe, y los coloque en situación de ofrecerle a la provincia estrategias, ideas, conocimiento, pensamiento, inversión y trabajo, planes para elevar la calidad de vida de los habitantes. Muchos de estos hombres, además, padecen el conveniente mal de la mudez agravado por la memoria selectiva, enfermedades contagiosas que han aparecido en los últimos tiempos y que afectan a hombres y mujeres de negocios.
Los gremios, en su gran mayoría, han aprendido a asociarse a la política, especialmente a la “mala” política, lo que ha producido varias generaciones de dirigentes gremiales millonarios y dispendiosos que se dan la vida de jeques petroleros, y de trabajadores más bien pobres. Hay excepciones que confirman la regla, que honran su representación y creen en lo que defienden, y lo sostienen incluso con el cuerpo si la circunstancia lo requiere. Pero son una minoría ninguneada, cuando no perseguida. Hay muchos otros, en el reverso de la consideración, capaces de parar un país si un dirigente cae preso por un crimen común, o por una estafa, o por negociados escandalosos como ocurre con la mafia de los medicamentos. En la Argentina, y en Mendoza hay pruebas de sobra de este gremialismo, que finalmente sólo defiende los intereses de una corporación -una más- que pulsea por la torta generosa que ofrece el poder, a costa del empobrecimiento económico, moral y educativo de grandes mayorías. Muchos de estos exponentes aparecen en las boletas partidarias en fecha de elecciones. Son los que financian campañas, y luego pasan unos años en cómodas poltronas en el Congreso o en repliegues más bien resguardados del gobierno, para seguir manejando desde allí los hilos del poder discrecional que administran a su favor.
Los medios no somos ajenos a cuanto ocurre en una sociedad. La brutalidad de la guerra entre muchas empresas periodísticas y el gobierno nacional -que tuvo su capítulo local, por cierto superficial y efímero- puso de relieve estas tensiones de negocios -a fin de cuentas hablamos de ello- como pocas veces antes en la historia del país. El rol de un medio debe ser el de informar honestamente sobre la realidad con la mayor veracidad posible, ser la voz de los que no la tienen, y ejercer el control del poder público explicitando claramente su propio pensamiento. Debe sustentarse además con la publicidad y la venta que obtenga del mercado en función de su capacidad, y de la publicidad oficial en relación a su importancia y penetración, al menos hasta que en la Argentina haya una ley que regule este aspecto de rango constitucional de la vida en democracia.
Sin embargo, aquella combinación de política y negocios que atraviesa poderes, empresas, instituciones y partidos políticos de manera horizontal, ha transformado a muchos medios en herramientas de extorsión para acumular más poder, y más negocios; vías de facturación para mejorar “la línea de abajo” de su presupuesto con escandalosos aportes del gobierno a cambio de línea editorial favorable. O en el mejor de los casos, se han convertido en islas de silencio y medias voces describiendo una Mendoza que no existe, para mantener una comodidad que finalmente le hace daño a cualquier sociedad. Hagamos el ejercicio e imaginemos en qué casillero ingresa cada uno de los actores mendocinos. El panorama se completa con unas pocas voces independientes que intentan ser silenciadas, y una miríada de medios subvencionados con el dinero de todos (no es una frase hecha, pagamos IVA todos los días de nuestras vidas), condicionados a reproducir con exactiutud la partitura oficial, en algunos casos con un entusiasmo militante que provoca vergüenza ajena. El resto de nuestro bolsillo va a parar –multiplicado varias veces- a las arcas de tres o cuatro grupos que han alquilado su poder mediático, para alimentar negocios por sumas que apenas se podrían concebir en un país racional. En el camino, son capaces de cualquier tropelía, o de mentirle a sus conciudadanos en la cara para acumular -lo diijmos- más de la divisa que mejor cotiza: los negocios.
El mundo nos está enseñando aquello que nos negamos a aprender. Las redes sociales rompieron las barreras y la participación plena es posible. Las comunicaciones han democratizado las relaciones, algo que el poder se niega a ver con mayor o menor grado de salvajismo según la profundidad de la esclavitud cívica a la que ha sometido a la gente.
Se caen las dictaduras del mundo árabe, en Occidente el barro de los gigantes les llega a las rodillas y descubrimos sus debilidades, y la mayoría de los países del primer mundo han vivido en los últimos años dentro de burbujas irresponsables, arrastrando a millones de personas a la pobreza.
La propia Argentina está pasando momentos delicados, críticos, a los que Mendoza no es ajena. La inseguridad, la inflación, la pobreza que muchos niegan, la incapacidad, la falta de conciencia, la corrupción y las guerras tremendas por el poder político, empresarial, sindical y de negocios mantienen al país en una tensión insoportable. Todo ello, en una isla de la fantasía en la que en lugar de formar ingenieros capaces de trabajar en Google, se promueve la educación para la pobreza y la mendicidad, con sus valores consecuentes y la vida clientelar indigna para miles y miles de personas, aunque semejante comportamiento se arrope en apariencias ideológicas principistas o supuestamente progresistas.
Nosotros defendemos la democracia a ultranza. Es el mejor sistema de vida en un marco de respeto, libertad, y disenso. Es el sistema en el que las mayorías no aplastan a las minorías, sino que estas tienen voz y voto y actúan en las decisiones de la comunidad. Por eso no compartimos las posiciones extremas ni facciosas. No participamos del “que se vayan todos”, pero muchos de los que se quedaron, especialmente aquellos que han ejercido el poder del Estado, han sumado desmérito abundante para llegar a esta democracia relativa, corrompida y desbordada de deuda social.
¿Qué debe hacer el ciudadano común ante semejante panorama? ¿Cómo debe pararse frente a estos factores de poder, con más dudas que certezas justamente en un año electoral? ¿Cómo deben hacer los mendocinos frente a los espectáculos penosos que da buena parte de su clase dirigente, y de muchos de sus medios, en casi todos los ámbitos?
Creer que desde la comodidad de nuestros hogares vamos a cambiar el rumbo sin asumir compromisos es un error. Uno grave, que nos lleva cada tanto a repetir la historia con más dolor. Podemos criticar la realidad desde el café con los amigos, actitud tan típicamente argentina, o a cambio podemos hacer algo.
Cuando una sociedad está mal, cuando las instituciones no nos representan ni responden a las necesidades de la gente, cuando las reglas están derogadas porque casi nadie las cumple, todos somos responsables. Aunque como dijimos al principio, el pez comience a pudrirse por la cabeza.
Antes, hay señales. Conviene desmenuzarlas para que cada uno, desde su lugar, haga lo mejor de sí por la parte que le tocó en suerte. Esta democracia merece ser reconstruida desde esa piedra basal, desde una óptica humanística de dignidad, solidaridad, sacrificio y transparencia. Empujar, exigir, elegir con responsabilidad y compromiso, e inmiscuirse. Ser mejores y más participativos cada vez. De lo contrario, nos van a estar contando todo el tiempo la película del fracaso, en un país cada vez más empobrecido de todas las pobrezas posibles.
¿Cómo se sale, cómo se intenta? Hay un punto de partida que de tan evidente nos estalla frente a los ojos. Hay un mundo demandante de alimentos, de recursos naturales adecuadamente explotados cumpliendo a rajatabla las normas ambientales. Hay un planeta que demanda productos terminados y con valor agregado, que parten de materias primas que en el país son abundantes. Tenemos además una geografía propicia para salir al Atlántico y al Pacífico, y todos los climas.
Somos el extraño país rico y bendito por la naturaleza, capaz a la vez de sumir en la pobreza al 30 % de su población y de condenar a nuestros mayores, que han trabajado toda su vida, a jubilaciones de miseria sin cumplir con el 82 % móvil. Todo ello, con tasas de crecimiento asiáticas. Seguro, nos van a recordar por ello. Cantidades enormes de dinero mal administrado, e incluso objeto de la corrupción.
¿Entonces? El problema está en la falta de ideas superadoras a tono con la coyuntura y la proyección del mundo, y con las posibilidades ciertas de nuestro país. El drama es la ausencia de talentos (a muchos los hemos expulsado de la política, de la economía, e incluso de nuestras fronteras) y de estrategas capaces de poner en marcha aquellas ideas de calidad en un marco de consenso, de madurez, bastante distinto de la política misérrima que vemos y sufrimos hoy.
Lo que distingue a una democracia es el diálogo entre adversarios. En los regímenes facciosos, éstos deben ser aniquilados. No es el camino que –estamos seguros- desean transitar la mayoría de los argentinos. Hay que cambiar la cultura, inducir el amor a la educación y el trabajo, y facilitar las herramientas para ese sacudón vital que debemos hacer.
La buena noticia, tal vez la única, es que aún estamos a tiempo de torcer el rumbo. Quien sea capaz de verlo y ponerlo en marcha, habrá comprendido y comenzado el cambio.
Fuente: mdzol.com
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