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Por Emilio Cárdenas*
Sin aviso previo, una ola de protestas callejeras acaba de estallar en el norte de Africa, a orillas del Mediterráneo.
Todo comenzó en Túnez, casi espontáneamente, cuando la policía le confiscó la fruta y verdura a un vendedor ambulante callejero, que -abatido- se suicidó en el acto. Era un hombre con educación universitaria, pero sin futuro. Desesperado, entonces. Pronto las protestas se extendieron como pólvora por las más importantes ciudades de Argelia, en este segundo caso como resultado directo de los aumentos masivos en los precios de los alimentos básicos, tales como la harina, el azúcar, o el aceite. Las subas oscilaron entre el 20 y el 30%. Para aquellos de menores ingresos, insoportables.
Miles de jóvenes salieron, enfurecidos y en actitud de violencia, a las calles. Día tras día, lluvias de piedras, saqueos y desmanes por doquier. Barricadas y humo negro de neumáticos quemados. Consignas repetitivas de hartazgo y disconformidad. Caras tapadas, ceños fruncidos y enfrentamientos con la policía. Celulares organizando la revuelta con mensajes nerviosos. Caos, entonces.
Curiosamente, ambas explosiones sociales ocurrieron no en situaciones de extrema pobreza, sino en dos países que están creciendo moderadamente. Túnez, motorizado por el turismo y su política de apertura al mundo, al 3,8% anual. Argelia impulsada por los ahora altos precios de los hidrocarburos, al 4,8% anual.
Ambas tasas son, sin embargo, insuficientes para poder bajar sensiblemente una tasa de desocupación crónica extremadamente alta entre los más jóvenes, cercana al 14 % de promedio, en Túnez. Y de más del 10%, en Argelia. Además, ambos gobiernos -como en la Argentina- manipulan arteramente las cifras oficiales para tratar así de disimular la verdad y la gente lo sabe o lo intuye. La desocupación real se calcula en un 25%.
Túnez y Argelia son países autoritarios. Con tremendas desigualdades sociales. Túnez ha venido dejando lentamente atrás el socialismo. Argelia en cambio lo mantiene, en lo sustancial. Ambas naciones sufren una ola de corrupción generalizada.
La juventud enfrenta dos realidades frustrantes. Primero, la existencia de una economía informal del orden del 50% del total de la actividad económica, en ambos países. Segundo, para los jóvenes las posibilidades de emigrar en busca de un futuro mejor se han reducido enormemente. Europa ha cerrado sustancialmente sus fronteras a la inmigración legal. Los países árabes más ricos, los del Golfo, también lo han hecho, desde hace ya tres años Se enfrentan así con un futuro descorazonante, casi sin opciones. Muy distinto del que, sin embargo, ven a toda hora por televisión. El de otros.
En ambos casos, desde que los gobiernos de Zine el-Abidine Ben Alí, en Túnez y el de Abdelaziz Bouteflika, en Argelia, son dictatoriales, lo probable es que las protestas sean reprimidas con violencia y sofocadas. Pero las causas del descontento permanecerán y todo continuará inestable, lo que ciertamente no es ideal para el clima que necesita la inversión y, sin ella, no hay crecimiento. Un círculo vicioso parece haber atrapado a aquellos jóvenes que se resisten a vivir empantanados en la desesperanza. Hoy los rencores no apuntan a potencias coloniales, sino a los nuevos "colonizadores". Esto es a las oligarquías autoritarias, que todo lo controlan desde el Estado que, además, las enriquece.
La gran pregunta es si, con los precios de los alimentos en suba y de regreso a los niveles que hace tres años provocaran protestas violentas en treinta países, estamos o no frente a una nueva ola de desórdenes de ese tipo. Hasta ahora, al menos, ellos sólo han ocurrido puntualmente. En Mozambique, con el aumento del precio del pan; en Bolivia, frente a la disminución de los subsidios a algunos de los precios de la canasta básica alimentaria; y en la India, ante una suba fuerte del precio de la cebolla. Lo sucedido en Argelia parece una advertencia, pese a que, como en Túnez, las protestas en el norte de Africa parecieran tener componentes que van bastante más allá del problema de la fuerte suba de los precios de los alimentos. No obstante, la intranquilidad crece.
*El autor es ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas
Fuente: lanacion.com.ar
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