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Chile celebra este año 200 años de vida independiente.
Tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos de ser latinoamericanos, de nuestra historia y cultura común y de lo mucho que hemos construido en estos siglos. Y por sobre todo, para estar agradecidos de Dios y de nuestro continente.
Porque América Latina ha tenido y tendrá este 2011 todo para alcanzar el desarrollo y superar la pobreza. Contamos con un territorio extenso y fértil, abundantes recursos naturales, dos idiomas hermanos, una cultura compartida, democracias cada vez más consolidadas y, lo más importante, un pueblo solidario y pujante, que ha demostrado ser capaz de superar cualquier obstáculo que la naturaleza o la Providencia nos depare. No hemos tenido guerras como las que asolaron a Europa, ni conflictos raciales como los que aún hoy dividen al continente africano, ni enfrentamientos religiosos como los que afectan al medio oriente.
Sin embargo, y a pesar de los muchos logros alcanzados, no hemos aprovechado en plenitud todo nuestro potencial y seguimos siendo un continente subdesarrollado y profundamente desigual, en que un tercio de los latinoamericanos viven en situación de pobreza de acuerdo a la CEPAL.
Nuestra misión, la misión de la generación del Bicentenario, es cambiar la historia y cambiarla para mejor.
Debemos este 2011 seguir fortaleciendo los tres pilares básicos que explican el desarrollo: una democracia participativa y vital en el orden político; una economía social de mercado abierta al mundo y que confíe en la libertad individual, en el orden económico; y un estado fuerte, efectivo y eficaz en la lucha contra la pobreza y una mayor equidad e igualdad de oportunidades, en el orden social.
Pero en este siglo XXI ello será suficiente. Para construir sobre roca y no sobre arena, debemos también invertir en los pilares de la sociedad del conocimiento y la información. Me refiero al desarrollo de nuestro capital humano, a la inversión en ciencia y tecnología, a la promoción de la innovación y el emprendimiento y a la flexibilización de nuestros mercados, de manera de responder oportunamente y aprovechar en plenitud los enormes y rápidos cambios que son el signo de nuestros tiempos.
América Latina llegó tarde a la revolución industrial del siglo XIX y eso explica, en buena medida, que todavía seamos un continente subdesarrollado. No podemos, en consecuencia, llegar tarde a esta nueva revolución, la revolución del Siglo XXI, de la sociedad del conocimiento, la tecnología y la información, que está golpeando nuestras puertas y que va a ser muy generosa con aquellos países que quieran abrazarla, pero tremendamente indiferente, e incluso cruel, con aquellos que la ignoren y la dejen pasar.
Chile ya hizo, y con mucho éxito, su propia transición. Hace 21 años los chilenos reconquistamos, con mucho coraje y sabiduría, nuestra democracia. Pero eso ya es historia. El desafío de nuestro gobierno es liderar una nueva transición, que nos permitirá, antes que esta década haya concluido, alcanzar el desarrollo, derrotar la pobreza e integrarnos en plenitud a la sociedad del conocimiento y la información.
Se trata, sin duda, de una meta tremendamente ambiciosa. Pero es también una causa justa, necesaria y plenamente factible de alcanzar para nuestra generación, la generación del Bicentenario. Justa, porque constituye un imperativo ético y moral para con esos miles y miles de compatriotas que aún hoy viven en condiciones de pobreza. Necesaria, porque es la mejor inversión que podemos hacer desde un punto de vista político para fortalecer y proyectar nuestra democracia, desde un punto de vista económico para potenciar y darle sustentabilidad a nuestro modelo de desarrollo, y desde un punto de vista social, para hacer de Chile una sociedad más solidaria, fraterna y pacífica.
Y plenamente factible, porque la brecha de la pobreza en Chile, esto es, el porcentaje del ingreso nacional que tendríamos que transferir a los más de 2,5 millones de compatriotas que aún viven bajo la línea de pobreza para permitirles superar esa condición, es inferior al 1%. del PIB. En otros países esta brecha supera al 50% e incluso al 100% de su ingreso nacional. Para Chile, así como para muchos otros países de nuestro continente, derrotar la pobreza está más al alcance que nunca. Y si constituye una causa justa, necesaria y factible, entonces nada ni nadie debe desviarnos de cumplirla.
El siglo de América Latina
América Latina puede estar muy orgullosa de su pasado y su presente, pero tienes todavía más motivos para mirar con optimismo y entusiasmo el futuro. Si hacemos las cosas bien, este siglo XXI será nuestro siglo, el siglo de América Latina. Y esta generación, la generación del bicentenario, más que ninguna otra, tiene no sólo el privilegio sino la oportunidad de tomar los pinceles y dibujar los trazos de ese futuro que siempre hemos soñado pero que tan esquivo nos ha sido en nuestros 200 años de vida independiente.
Podemos ser un continente que deja atrás el subdesarrollo, derrota la pobreza y crea verdaderas oportunidades de progreso material y espiritual para todos sus hijos e hijas, como esta tierra no ha conocido jamás. Por eso, estoy seguro que lo mejor para Chile y América Latina está todavía por venir.
Fuente: chileapunto.com
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