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por Héctor Valle
Ha primado la democracia y ha vuelto a perder fuerza el elitismo.
Es lo que dictaminó el soberano, sin sombra alguna de dudas, el pasado domingo 31 de octubre en el Brasil. Es sabido: El Brasil siempre fue una gran nación, por su gente, indudablemente. Hoy es, además, por su determinación y desarrollo, una potencia en fase creciente a escala mundial.
La cuestión está en cómo conciliar las virtudes de lo humano con las mieles del desarrollo. Y esto se logra siempre que se posibilita que el soberano prospere, en toda la imaginable extensión que el término ofrece en una democracia crecientemente participativa, como la brasileña.
Así, el poder político debe ir tomando cuenta, de manera creciente, lo que en el Brasil históricamente estuvo manejado por el estamento burocrático, sea éste militar, diplomático o desde los diversos segmentos donde su poder se extiende en el control de la cosa pública.
Al Presidente Luiz Inácio Lula da Silva le cupo un logro superior: el de haber sido respetuoso de la democracia, en su alternancia, es decir, un demócrata a carta cabal.
Lula no echó mano de instrumentos para legitimar un posible tercer mandato, sino que dejó que las cosas ocurran y que un nuevo ciclo presidencial, con otros actores, propios o contrarios, tuviera lugar. Con ello y por ello, estamos seguros, será recordado por sobre toda otra conquista.
Es así que el Brasil pudo disipar, a influjos de los dos períodos de gobierno del Presidente Lula, la impresión respecto del sambenito de “imperialista” que incluso hoy algunos aun continúan endilgándole.
Sucede que, desde la inconfesada ignorancia con que se suelen analizar, no pocas veces en forma precipitada y epidérmica, las cuestiones del Brasil y sus niveles decisorios, fue común el confundir “imperialismo” con algo mucho más cercano a lo contingente y humano: “arrogancia”.
Porque es ilusorio tildar de “imperialista” a una nación que a través de 144 años ininterrumpidos vive en paz con todas las naciones con las cuales tiene fronteras en común. Recordemos que el Brasil tiene fronteras con otras 10 naciones.
En cuanto a la arrogancia, lamentablemente el pasado parece condenarlo. Al menos hasta los dos períodos de gobierno – el segundo, en especial - del sociólogo Cardoso.
Y es que sucedía lo que venimos afirmando: la democracia en el Brasil era un aspecto de la vida institucional, en tanto que lo cotidiano y permanente era la posesión del poder por parte de determinadas elites socioeconómicas y burocráticas. Las mismas elites que no pocas veces, como en el caso del anterior Presidente, determinaron quién debía representarles en el gobierno.
Y junto con aquellas elites, el estamento burocrático brasileño. El sector que, históricamente, dirigió los destinos de la nación norteña por siglos. Y que supo estar alineado al poder norteamericano, hasta el fin del mandato del señor Cardoso y su equipo de gobierno.
Tan afines supieron ser que no se ocuparon en invertir siquiera lo imprescindible en la expansión de áreas estratégicas harto sensibles, como la industria naval, por ejemplo.
Esto sin entrar en detalles, por exceder la finalidad de esta nota, respecto de la etapa tristemente “privatizadora” vivida por el Brasil, sufrida por todos en beneficio de un puñado.
Como decíamos, merced a la decidida acción del Presidente Lula y su Partido de los Trabajadores, bien como a los movimientos sociales más comprometidos es que se pudo disminuir el otrora incontestable poder del elitismo brasileño. Elitismo que no puede concebir que aquel el poder político le pueda dictar normas al estamento burocrático sobre cuáles son las líneas maestras a seguir.
Vale citar, en este sentido, parte de un artículo intitulado “El Brasil no es una isla”, publicado este domingo 31 de octubre, en el diario Correio Braziliense, cuyo autor es el historiador José Flavio Sombra Saraiva.
Dice Saraiva: “(…) La política externa de la isla-continente, política pública, si bien que se trata de un área de natural responsabilidad del asiento presidencial, evaluó el visitante, es resuelta por un pequeño grupo. Así, basta negociar con ellos, no con la polis.”
Este es, también, otro de los grandes avances de la democracia brasileña desde la Constitución de 1988. El de que paulatinamente tanto el sistema político, como el sector universitario y el sindical, comenzaran a permear las capas estamentales y a incidir en las instancias decisivas de la realidad del país.
Asimismo, la emergencia del señor Inácio Lula da Silva no fue una excepción sino una consecuencia política, social y, qué duda cabe, cultural. Puesto que con él llegaron los Marco Aurelio García y tantos otros hombres y mujeres de la política y de los medios universitarios y culturales (Gilberto Gil, la propia Marina Silva, etcétera) a tomar cartas en los asuntos decisorios de su nación.
Queda como trabajo de investigación el determinar cómo, en qué medida y desde cuánto, personas que, como Lula, pudieron ir accediendo gradual y afirmativamente a niveles decisorios que hoy por hoy los colocan a todos y cada uno de ellos, pero todos encolumnados a su nación, el Brasil, como ejemplo de democracia participativa que se abre y ofrece al mundo entero.
El Brasil muestra avances tanto en el acceso a un empleo y a condiciones dignas de existencia, como así también a que toda persona, sin distinción de etnia, religión o condición socioeconómica, puede aspirar a una dimensión existencial tan elevada como ella misma se lo proponga. Y esto sí que es algo trascendente.
Brasil es una nación del Sur que se proyecta al mundo, con visos de liderazgo creciente.
Y para liderar con visos de permanencia y credibilidad, se requiere de naciones que primero han sabido darse un baño de humildad y dignidad para con los suyos. Son pocos, cierto es, los que hoy pueden dar testimonio de tamaño ejemplo.
El Brasil, convengamos, es candidato a ello, desde su vastedad cultural bien como desde su propia y variopinta historia. La misma historia, en términos temporales, que el propio capitalismo. Y eso no es poca cosa. No si recordamos que las experiencias capitalistas más variadas permearon sus gentes, su cultura y su economía, en todas las épocas e imperios conocidos entre el año 1500 a la fecha.
Asimismo, esta victoria del Partido de los Trabajadores, junto con sus aliados, tiene otra significación por haberse conseguido con una ampliación no menor del electorado brasileño.
Es así que, de acuerdo a lo informado por el Tribunal Superior Electoral del Brasil, el electorado aumentó en un 7,8% en relación al registrado para la elección del año 2006.
Y a esto se le agrega que de acuerdo al resultado electoral, un 67 por ciento de los votantes son del arco de la izquierda.
Doble victoria, entonces, para celebrar. El modelo que continúa para ser profundizado y el electorado que cobra una mayor conciencia crítica.
Entendemos propio contextualizar nuestra reflexión teniendo a la región por escenario de fondo. Así, entendemos que la cuestión del liderazgo geopolítico es uno, pero la del liderazgo como Estado-Nación precisa de un baño de democracia participativa a tal punto efectivo que sus resultancias sean visibles hasta para el más descreído.
En suma, lo que precisa el mundo hoy no es la emergencia de nuevos y más temibles gendarmes, que de estos tiene y lamentablemente muy poderosos. No.
Se requiere de ejemplos como el que continúa transitando la hermana República Federativa del Brasil, que ya ha determinado continuar quitándose las rémoras de un poder indignamente detentado por un estamento que perdió de vista que la época del doble discurso y la letra hueca cesó. Y de esto debe tomar debida nota cada Estado-Parte de nuestra Sudamérica y aplicarlo para sí.
Bienvenida, pues, Presidenta Dilma Roussef, mujer aguerrida, defensora de su pueblo y señora en toda comarca.
Bienvenida sea al concierto de las naciones libres y hermanas de la América del Sur que la ven llegar al poder con indisimulable alegría y expectativas. Al que llegó a influjos de la gente de a pie. El mismo pueblo de los Lulas, las Marinas y los Darcy.
El deseo de todos, señora, es que Ud., junto a su equipo de gobierno y al Congreso de su Nación, ostente el poder, con su sello propio y de manera tan acertada y comprometida como lo lleva a cabo el Presidente Lula, un hermano; un sudamericano de ley.
Fuente: laondadigital.com
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