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jueves, 22 de abril de 2010
Opiniòn: Tiempo de temblores
El año había comenzado con el terrible sismo de Haití y con un saldo de devastación y dolor -más de 200.000 muertos- que nos heló la sangre.
En enero y en febrero, hubo intensos sismos en California y en México y un alud en Machu Picchu (y en toda la zona de Aguas Calientes y el Valle Sagrado de los Incas) con el triste final de varios fallecimientos, entre ellos el de una argentina.
El terremoto de Chile fue mil veces más potente que el de Haití, y no sólo se hizo sentir en algunas provincias argentinas y en zonas de la misma Capital, sino que el alerta se extendió desde Perú y Ecuador hasta Hawai, las Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, la Polinesia francesa y Japón. Parecía que una ola gigante del Pacífico iba a engullirnos a todos.
La Tierra temblaba. Como en el título de aquella película de Luchino Visconti ( La terra trema ).
El Apocalipsis, las profecías mayas acerca del año 2012 y los angustiantes anuncios de la Virgen de Fátima rondaban en nuestras atormentadas mentes. Como si todo eso hubiera sido poco, en la Antártida un gigantesco iceberg de dos kilómetros y medio de largo, en la plataforma Wilkins, se estaba desprendiendo, queriendo avanzar hacia las costas?
En Europa, en esos mismos días, el temporal Xynthia, procedente del Atlántico, había dejado 70 muertos, con lluvias y vientos de más de 150 kilómetros por hora. Vuelos cancelados, cortes de rutas, hogares sin electricidad, etcétera.
El 20 de marzo, nos enteramos de que toneladas de arena, provenientes de los desiertos de Mongolia, habían cubierto la ciudad de Pekín y otras zonas de China, con vientos de cien kilómetros por hora. A comienzos de este mes, otro importante temblor sacudió el sur de California y de México. El 6 de abril, en Río de Janeiro, un devastador temporal dejó como secuela más de 200 muertos, y hace pocos días, un fortísimo terremoto -en la ya golpeada China- significó una tragedia con miles de heridos y casi 600 muertos. A estos desastres, se agregó la reciente y mayúscula erupción del volcán de Islandia y, a raíz de esto, la gigantesca nube de cenizas que cubrió a Europa, con el consiguiente caos aéreo (cierre de aeropuertos, cancelación de miles de vuelos) y la advertencia de la OMS sobre los posibles peligros para la salud que va a implicar este nuevo estallido de la naturaleza.
¿Qué está ocurriendo con nuestro hermoso planeta azul? Nos sentimos atrapados en un tembladeral. El eje de la Tierra ya se movió algo. El calentamiento global, el derretimiento de los glaciares, el agujero en la capa de ozono, la tala de árboles y otros factores más están entre los causantes de estos fenómenos. Greenpeace y otras organizaciones nos alertan sobre los desastres que la mano del hombre comete y que pueden y deberían ser evitados por las autoridades.
Hace poco, y por inspiración de la World Wildlife Foundation, de Sydney, Australia, se pidió a través del gobierno porteño un apagón simbólico en edificios y monumentos -"La hora del planeta"- como un llamado de atención sobre los cambios de clima en la Tierra. Esta iniciativa, coordinada por la Fundación Vida Silvestre, se practicó no sólo en Buenos Aires, sino en todo el país y en más de 4000 ciudades del mundo.
Nosotros mismos hemos concurrido varias veces a otra convocatoria de una ONG argentina que se viene realizando desde hace varios años. Se trata de meditaciones masivas, de una hora de duración, que se organizan en el predio del Planetario de Buenos Aires por la paz, la integridad y por la salud de nuestra casa, la Tierra. Estas reuniones también se hacen de forma simultánea en otras ciudades de nuestro país y del mundo.
Cuando, leyendo los diarios y las informaciones por Internet, nos enteramos de que el 40% de la población de la Tierra vive aún sin agua potable, de que hay tanto hambre todavía, de que por esa razón mueren 17.000 niños por día (según declaraciones de Ban Ki-moon, secretario general de la ONU), de que sólo en 2008 hubo 31 guerras, de que se sigue torturando y matando a hermanos y hermanas a cada minuto que pasa y de que se talan bosques, se contamina el aire y el agua, y los intereses pisotean valores y principios, nos preguntamos: ¿cómo va a sobrevivir este planeta tan castigado?
En el siglo VI antes de Cristo, Lao Tse, en su Tao Te Ching, decía: "La Tierra es como una vasija tan sagrada que ante el mero acercamiento de lo profano se rompe en pedazos". Las imágenes del sismo en Chile nos mostraron de la manera más realista posible cómo se puede romper la Tierra, de verdad, en pedazos. Con toda la tragedia de un pueblo que actualmente está viviendo en una economía de guerra.
Homero también veía a la Tierra, Gaia, como una "madre de todo cuanto existe". Decía que todos nos alimentamos de su gran alacena. Ojalá hoy día todos se alimentaran de su alacena. La alacena se está vaciando (la estamos vaciando), y los poderosos que manejan las cosas hacen lo que quieren con ella, es decir, con la repartija que mejor les conviene.
En un libro que recopila sentencias de los mapuches de Neuquén (hecho por Bertha Koesller), leemos: "Vendrán hombres nuevos a los que el oro no les importará". Ojalá.
Todos en la Tierra estamos intercomunicados. Nuestras vidas están conectadas, entrelazadas, como la gota del mar a la que aludía la Madre Teresa de Calcuta. En los Estados Unidos, a esto mismo se refería un jefe seattle en el siglo XIX, al expresar: "Cuanto le ocurre a la Tierra también les ocurre a los hijos de la Tierra. El hombre no tejió la telaraña de la vida; él es tan sólo una hebra de ella. Todo cuanto le hace a la telaraña, se lo hace a sí mismo".
En una conferencia en Estocolmo, en 1972, Rajnesh (Osho) decía: "Hemos olvidado cómo ser buenos huéspedes, cómo andar con pies ligeros sobre la Tierra, como lo hacen las demás criaturas".
En concordancia con esto, Walt Whitman, en su Canto a mí mismo , afirmaba: "Creo que podría irme a vivir con los animales: son tan plácidos y serenos...".
Hoy es el día de nuestro planeta, pero, como en otras festividades dedicadas al padre, a la madre, al amigo, etc., y dadas las especiales circunstancias que estamos atravesando, ¿no sería imprescindible que el día del planeta fueran todos los días? ¿Cada hora, cada minuto?
¿Y recordarlo cada vez que se toma una decisión que puede dañar a otro o que puede erizar la piel de Gaia, su suelo, su subsuelo, sus mares, sus campos y sus montañas?
Quizás estemos en una cuenta regresiva en materia de devastación, pero hasta el último momento estamos a tiempo. Hay miradas optimistas y encontramos a quienes dicen que nuestro planeta conocerá una benéfica transformación si comenzamos por nosotros mismos.
Marie Curie fue preclara cuando escribió (en los años 30 del siglo pasado): "No podéis esperar crear un mundo mejor sin mejorar a los individuos. Todos y cada uno de nosotros debemos trabajar en este sentido, para mejorarnos a nosotros mismos y compartir, al mismo tiempo, una responsabilidad general por toda la humanidad".
Como en aquella famosa película francesa de Christian Jaque, si todos los hombres del mundo nos diéramos la mano, la historia sería otra.
Fuente: lanaciòn.com
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