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sábado, 6 de agosto de 2011

Una infancia perdida


Un millón y medio de chicos de 5 a 17 años realizan actividades económicas o labores domésticas en la Argentina, obligados a contribuir con el sustento familiar. Esto no sólo los priva de disfrutar de ser niños sino que además compromete su educación, su salud y su futuro.
"Qué linda la nena como cuida a sus hermanitos", "mejor que esté cartoneando que vagueando en la calle", "trabajar de chico lo ayuda a estar mejor preparado para el futuro". Son frases que se escuchan y pasan desapercibidas todos los días, pero para algunos especialistas constituyen el cimiento cultural sobre el cual se erige el trabajo infantil en la Argentina.
Justamente estos mitos, que valoran como positiva la incorporación de los niños al mundo laboral, son los que según estas voces hacen que esta problemática sea tan difícil de erradicar, puertas adentro en el ámbito familiar y puertas afuera en la percepción social. Sin embargo, existe otra corriente de pensadores que sostienen que en contextos específicos y bajo determinados cuidados, el trabajo infantil es aceptable, y hasta puede ser beneficioso para el chico y su grupo familiar.
Nicolás tiene sólo 11 años, pero parece un adulto. Vive en la plaza de Tribunales con sus papás y sus tres hermanos más chicos, y tuvo que aprender a sobrevivir en la calle: durante el día junta diarios para después vender, mendiga por las esquinas y los fines de semana cuida autos en Recoleta. "Me hice 150 pesos con los autos y ahora me quiero comprar un Sega", dice Nicolás, mostrando un dejo de la poca inocencia que le queda.
Por las tarde va a una escuela de nivelación en Retiro y cuando tiene tiempo aprovecha para ir a algún ciber a jugar a los videojuegos. "Hoy fui dos veces y me gasté 22 pesos", cuenta este amante del fútbol, feliz con la gorrita nueva que le acaban de regalar los voluntarios de la Red Solidaria en sus recorridas por el frío. "La próxima me traés una campera que tengo frío", suplica Nicolás mientras se despiden.
"Los escenarios posibles no tienen que ser trabajo infantil o droga, trabajo infantil o situación de calle, trabajo infantil o desnutrición. Lo que se naturalizó es la falta de igualdad de oportunidades para todos los chicos. Romper con esta injusticia en temas de educación, salud y recreación es lo más complicado, y por eso es fundamental un abordaje integral de la temática", sostiene Pilar Rey Méndez, presidenta de la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (Conaeti).
No son cientos ni miles, sino que constituyen una masa de 1,5 millones de niños y adolescentes entre 5 y 17 años, que según el informe 2010 del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA) realizan algún tipo de trabajo. Este relevamiento se realiza en grandes centros urbanos de la Argentina y en este caso se basa en entrevistas a 6400 niños y adolescentes hasta 17 años. "Como no tenemos cifras poblacionales renovadas sacamos estimaciones en función de los datos de 2001 haciendo una proyección directa de esta muestra urbana al total país. Siendo el tema trabajo infantil podemos trabajar sobre la conjetura de que en las zonas rurales la propensión al trabajo es mayor", dice Ianina Tuñón, coordinadora del estudio. Estas nuevas cifras encienden la alarma sobre esta realidad que condena a casi 621.000 niños a realizar trabajo doméstico intensivo (esto quiere decir que tienen bajo su responsabilidad todas las tareas del hogar), a 783.000 a realizar tareas económicas (venta ambulante, ayuda en un comercio y mendicidad, entre otras) y a 126.000 a estar sometidos a ambos tipos de trabajo.
"No reniego de los datos cuantitativos y a nosotros nos sería muy útil tenerlos a nivel nacional porque estamos convencidos de que se redujo el trabajo infantil en los últimos años, y no lo podemos respaldar con cifras. Los estudios que se hacen sobre la base de cruces de datos nos parecen poco serios", sostiene Rey Méndez, haciendo un mea culpa de la ausencia de cifras oficiales actuales en este tema. De hecho, el último relevamiento nacional -la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes- data de 2004 e indicaba que eran 750.000 los chicos de 5 a 17 años que estaban en situación de trabajo infantil. Sobre la base de estimaciones del porcentaje de chicos que hacían tareas de trabajo doméstico, ese número se redondeó en 1,5 millones, la misma cifra que hoy arroja el estudio de la UCA.
¿Esto quiere decir que la situación del trabajo infantil en la Argentina no se modificó en los últimos siete años? "No sabemos si actualmente son más los chicos que trabajan, pero sí que son más los que están en riesgo de trabajar, esto quiere decir que alguna vez trabajaron o que son posibles candidatos a hacerlo por primera vez. Esto se da por un deterioro general de las familias en el territorio, porque padecen situaciones de pobreza, maltrato, abuso, adicción a las drogas, falta de trabajo de sus padres y violencia. Son chicos que en general tienen padres con empleos en negro, en situaciones precarias, muchos de los cuales también pasaron su infancia trabajando", sostiene Soledad Gómez, responsable del Programa de Inclusión Social de la Asociación Conciencia.
La Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (CIDN) establece, en su artículo 32, que todos los niños tienen derecho a "estar protegidos contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación, o que sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social".
Este instrumento jurídico fue ratificado por la Argentina por la ley N° 23849 y tiene el mayor rango legal, desde que en 1994 la Argentina la incorporó a su Constitución Nacional en el inciso 22 del artículo 75.
En cuanto a la legislación nacional, la ley 26390 de prohibición del trabajo infantil y protección del trabajo adolescente fue promulgada en 2008. Su principal modificación es elevar la edad mínima de admisión al empleo a 16 años, prohibiendo su actividad laboral en todas sus formas, exista o no relación de empleo contractual, y sea éste remunerado o no.
En relación a la protección del trabajo adolescente, establece que no podrán realizar jornadas mayores a 8 horas diarias, que no podrán realizar trabajo nocturno, que tendrán descanso al mediodía y un mínimo de 15 días de vacaciones anuales pagas.
Más allá de la letra, lo cierto es que en un contexto económico en el que según cifras de SEL Consultores el desempleo se encuentra en el orden del 7% y el trabajo informal en el 34,1%, muchos de los hogares donde los ingresos no son suficientes ven como posible solución que los niños contribuyan con su aporte al sostenimiento del hogar. "En los sectores más postergados podemos decir que la situación de la infancia no mejoró. Porque más allá de algunas mejoras a nivel social son poblaciones muy dañadas, que necesitan de muchas generaciones para poder reconstruirse. Lo que sí notamos es que, lamentablemente, cada vez empiezan a trabajar desde más pequeños. Hace poco tuvimos que ingresar a chicos que tenían 5 años y cuidaban a los hermanitos", dice preocupada Marcela de la Fuente, coordinadora del Programa Proniño de la parroquia de Nuestra Señora de Itatí, en Virreyes oeste, provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, desde la Conaeti aseveran que la Asignación Universal por Hijo (AUH) ha sido una herramienta eficaz en la reducción del trabajo infantil. Actualmente la medida alcanza a más de 3,5 millones de niños y adolescentes en casi 1,9 millones de hogares, que en promedio reciben 415 pesos por mes cada uno. "No hay estudios que nos permitan demostrar una relación directa entre la AUH y la reducción del trabajo infantil, pero el aumento del 20% de la escolaridad claramente nos da la pauta de cómo ha impactado. Un chico en la escuela es una garantía de no trabajo y por eso es importante retenerlos en el sistema educativo", explica Rey Menéndez.
Gómez, de Conciencia, comparte el hecho de que la AUH haya podido colaborar de alguna manera en la prevención del trabajo infantil, pero dice: "Como contrapartida, a los docentes les cuesta mucho trabajar con chicos con sobreedad o que nunca fueron a la escuela. Lo que está faltando es el empoderamiento de las familias para que puedan tener un trabajo digno", afirma.

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Están por todas partes. Vendiendo artículos en el subte, limpiando vidrios y haciendo malabares en los semáforos, lustrando zapatos en las esquinas, cartoneando por las noches, ayudando en las cosechas, trabajando en talleres textiles o cuidando a sus hermanos menores y ocupándose de las tareas del hogar. Y si bien una parte de la sociedad ha tomado conciencia de su flagelo, a la hora de actuar queda superada por la impotencia de no saber qué hacer para devolverle la niñez a estos chicos atrapados por el fantasma de la subsistencia cotidiana y la precariedad de recursos.
Son chicos que se vieron obligados a cambiar libros y juguetes por malabares y estampitas. Algunos, incluso, son producto de terceras generaciones que cargaron los ingresos familiares en las manos de sus hijos menores dejándolos sin herramientas para construir un futuro digno.
Ana María Lozano pasó su infancia en el monte, cerca de la comunidad de Monterrico, Jujuy, casi al límite con Salta. Como sus padres vivían de la cosecha del tabaco, ella prácticamente se crío aprendiendo el oficio. Además, como era la mayor de 13 hermanos, era la encargada de cuidar a los más chicos, hacer las tareas del hogar, cocinar y lavar la ropa mientras sus padres trabajaban. "Mi hermana dice que mis papás nos hacían cosechar y encañar de muy chicos, pero yo no me acuerdo", dice Ana María, que hoy sigue encañando de diciembre a marzo, ya que con un promedio de 5 a 8 horas consigue cerca de 1300 pesos por mes. El destino parecía llamar de nuevo a su puerta, cuando a los 11 años su hija Tatiana empezó también a trabajar en la cosecha de tabaco. "A ella no le gustaba porque se ensuciaba, por el polvo y porque se ampollaba las manos. Yo también me lastimo, pero tengo que hacerlo y lo hago. Si no me encinto los dedos y ya", explica Ana María, que gracias a que conoció el Programa Porvenir de la Asociación Conciencia consiguió que su hija terminara el secundario y hoy esté estudiando para ser enfermera.
En nuestro país, los niños que trabajan participan de casi todo tipo de trabajo: agricultura, industria, minería, construcción, trabajo doméstico, comercio, servicios, explotación sexual y comercio de droga.
Gastón tiene 14 años y vive en Florencia Varela junto con sus padres y sus 3 hermanos. Hace más de un año que abandonó el 6° grado de la escuela primaria y la brocha gorda pasó a ser su mayor compañía. Todos los días, a las 8, empieza con su trabajo de pintor junto a su papá y su hermano mayor de 16, con una jornada laboral que termina cerca de las 20.
"No me gusta nada este trabajo y me canso mucho, pero lo hago por la plata. Preferiría trabajar de cualquier otra cosa, pero sólo sé de pintura y albañilería", dice este chico de pocas palabras. Su mamá trabaja de empleada doméstica en departamentos y sus dos hermanos más chicos van al colegio.
"Me pagan por trabajo terminado, pero saco alrededor de 700 pesos por mes. Parte va para los gastos de mi casa y el resto me lo quedo para mí", dice Gastón, que sueña con algún día poder volver al colegio.
En el ámbito rural, las cosechas de tabaco, algodón, cebolla y aceitunas son las que tienen mayor participación de niñas y niños. También cumplen tareas en la siembra y el desmalezamiento; recolección de frutas y verduras, recolección y desgrane del maíz, pastoreo y ordeño de animales.
"Somos conscientes de que el sector agrícola es el más resistido por una cuestión cultural. El pago a destajo, el hecho de que sean trabajos golondrina que generan el traslado de todo el grupo familiar y la falta de espacios de contención y recreación para los más chicos en las fincas hace que sea la modalidad más difícil de erradicar", cuenta Rey Menéndez.
En los sectores urbanos, los niños realizan tareas en pequeños comercios -camareros, ayudantes de cocina, reparto de alimentos a domicilio, meseros, limpieza de locales- y en la vía pública -reparto de volantes en la calle, venta de artículos, cuidado de autos en playones, limpieza de calzado y mendicidad, entre otros-. El estar en la calle los expone a amenazas como la oferta y producción de pornografía, la explotación sexual y el tráfico de estupefacientes.
"Hay que diferenciar cuando se trata de una estrategia familiar de supervivencia como vender estampitas o cuidar a sus hermanos de una situación de explotación, como sucede en los talleres textiles o con la trata", explica Bruno Domeniconi, director general de Gestión de Políticas y Programas del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la ciudad de Buenos Aires.
En relación con el trabajo doméstico, en un 90% son las niñas las que están expuestas a esta situación, que se puede dar en el seno de su propia familia porque cuida a sus hermanos mientras sus padres trabajan, o trabajar realizando tareas domésticas en otros hogares o cuidando a adultos mayores.
"Los chicos también tienen naturalizado el trabajo, pero sí encontramos en ellos un relato de dolor, de queja, de que eso no les gusta. Cuando uno indaga y tiene contacto con ellos ve que sufren porque tienen que cuidar a sus hermanos y no pueden ir al colegio, o les duele la espalda de trabajar", dice De la Fuente.

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La plataforma de la línea B del subte termina su recorrido en Alem. Todos los pasajeros del vagón descienden menos Facundo. El se queda, solo, sentado acomodando sus estampitas mientras aprovecha para devorar el chocolate que le acaban de regalar.
"Vengo todos los días a vender porque tengo que juntar 100 pesos para comprarme unas zapatillas que quiero. Todavía me falta un montón", dice este nene, al que todavía se le están terminando de acomodar los dientes.
Facundo vive en Florencio Varela, está en 3er. grado de la escuela y todos los días cuando cae la tarde se toma el tren junto a su mamá para trabajar en el subte. Es el mayor de 4 hermanos, su padre se las rebusca haciendo changas y su mamá está embarazada de 7 meses. "Tengo que seguir hasta las 10 de la noche y encontrarme con mi mamá en Federico Lacroze", dice Facundo con pocas ganas de continuar con su tarea.
Este testimonio pone de manifiesto una realidad que complejiza el fenómeno del trabajo infantil en la ciudad de Buenos Aires: el 97% de los chicos que realizan tareas en el subte y el 75% de los que lo hacen en la calle viven en el conurbano bonaerense, según el último relevamiento de las autoridades porteñas.
"Nosotros asistimos a las familias que viven en la ciudad, pero cuando son del conurbano es necesario que podamos trabajar articuladamente con los organismos que atienden estos temas en la provincia. Por ahora no estamos teniendo mucho éxito con eso", reconoce Domeniconi, a la vez que señala que según sus sondeos ha disminuido la cantidad de chicos que trabajan en el subte.
¿Qué pueden hacer los vecinos cuando ven a un chico trabajando? Llamar al 102. A partir de allí se toman los datos, se hace una ficha y se envía a un operador a analizar la situación. "Si el chico está solo, el Consejo puede disponer enviarlo a un hogar y si está con su familia se trabaja con ellos para poder ofrecerles todas las herramientas de política pública para que ese chico no tenga que trabajar. Si no va a la escuela porque no tiene vacante se le consigue una, si necesita atención médica se lo atiende y se le va dando un abordaje integral a su situación, en función de la nueva concepción del niño como sujeto de derechos", agrega Domeniconi.
Son las 22 y Juan Manuel, de 13 años, arrastra por la Av. Cerrito un carrito lleno de cartones rumbo a Constitución. "Ahora vamos a vender y nos volvemos para mi casa", dice este joven abrigado con un buzo azul y su capucha, para protegerse del frío.
Todos los días, junto a su padrino, llega en tren desde Florencio Varela alrededor de las 19 para recolectar lo que sea útil para hacer unos pesos. "A la mañana duermo y a la tarde voy a la escuela", agrega Juan Manuel, que está en 7° grado.
Una de las mayores preocupaciones del gobierno porteño en relación con la erradicación del trabajo infantil es la imposibilidad de poder competir con los ingresos que estas familias generan a través del trabajo infantil. "Lo que junta un chico en el subte es superior a cualquier asignación o plan social que se le pueda dar desde el Gobierno. Entonces siguen por esa vía porque les conviene", dice Domeniconi, planteando como desafío el seguir haciendo hincapié en la articulación con los organismos provinciales, en el sostenimiento de los programas sociales dirigidos a evitar el trabajo infantil y en la restitución de derechos cuando esta situación ya está instalada.

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No poder ser niños. Esa es la peor consecuencia que padecen los que se ven obligados a trabajar, cuando en realidad deberían estar jugando, descansando, pasando tiempo con sus familias o yendo a la escuela.
"Los padres no se dan cuenta de que estas actividades impiden el desarrollo de los chicos, ponen en riesgo su salud, su integridad física y les impide ir a la escuela. Es mentira que es mejor que el chico esté trabajando que en la calle. Si está trabajando se cansa. Como se cansa pierde atención en la escuela y empieza a faltar. Termina por dejar la escuela y se queda sin futuro, reproduciendo el círculo de pobreza", explica Gómez.
Las cifras del Barómetro de la UCA respaldan este proceso de pauperización educativa: indican que los chicos que trabajan tienen una propensión del 26,5% a dejar la escuela, del 9,1% a la inasistencia escolar y una del 15,4% al ausentismo.
"Cuesta mucho el sostenimiento de la escolaridad, sobre todo a partir de los 12 años que es cuando se da un quiebre. Esto genera que los chicos no logren la adquisición de conocimientos, no sepan leer ni escribir, ni tengan una lógica matemática que les permita resolver problemas. Entonces este niño va conformando una subjetividad con una baja autoestima, que lo pone en un lugar de no saber, de no poder y que le impide proyectar una vida digna. Se encuentra con muchas falencias para proyectarse", agrega De la Fuente, que desde la aplicación del Programa Proniño en Virreyes Oeste consiguieron un 80% de promoción de los alumnos, un 8% de erradicación del trabajo infantil y un importante porcentaje de disminución de horas de trabajo infantil y de mejora de sus condiciones laborales.
En relación con la salud está comprobado que muchos de los niños que trabajan se exponen a situaciones de riesgo, como accidentes y enfermedades. ."El trabajo en los locales se basa en la explotación y además es insalubre. En cuanto a la explotación sexual, muchas veces se da porque los chicos son adictos al paco y lo hacen para poder seguir consumiendo. A veces son los mismos padres los que lucran con los chicos. Son familias de bajos recursos económicos y de pocos recursos para la vida", sostiene Domeniconi.

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Algo hemos avanzado, pero todavía falta mucho por hacer. Esa es la conclusión a la que llegan los especialistas consultados. Entre los logros conseguidos en los últimos años se señalan la irrupción del trabajo infantil como problemática social, poder contar con una normativa a nivel nacional como es la ley 26390 y la incorporación del trabajo infantil en la agenda política.
"Un gran logro ha sido la visibilización del trabajo infantil. Antes sólo se veía a un chico que no iba a la escuela y ahora se entendió que intervienen una multiplicidad de causas, y por eso es imprescindible un abordaje integral. Antes el foco estaba puesto en el chico y hoy está puesto en el adulto. Porque para conseguir un cambio a largo plazo es necesario darle un trabajo digno a los padres. También se pasó de una mirada asistencial a una que busca darles herramientas para el desarrollo de sus potencialidades", dice Gómez, con aires de esperanza.
A su vez, todos coinciden en que los desafíos más importantes son darles opciones concretas de inserción laboral digna a los padres, desenmascarar el trabajo doméstico que como se realiza puertas adentro es muy difícil de controlar, generar espacios de cuidado y recreación para que los adultos que trabajan en las cosechas puedan dejar a sus hijos, sostener la escolaridad de los niños y adolescentes, y conseguir generar un cambio cultural en las percepciones de los padres, para que entiendan realmente el impacto que tiene el trabajo infantil en el futuro de sus hijos.
Desde Conciencia, Gómez dice que lo que más les cuesta modificar es el cambio cultural en las comunidades en relación con el trabajo infantil. "Cuando una familia que tenía a todos sus hijos en situación de trabajo infantil viene a pedirnos alternativas para salir adelante, es el punto de partida porque ya dieron el salto cultural. A partir de ahí sólo tenemos que insertarlos en el mercado laboral", expresa.
Esto lo consiguen mediante talleres sociolaborales y de alfabetización para adultos, en función de las necesidades del lugar. Las capacitaciones también incluyen información sobre cómo buscar trabajo o cómo presentarse a una entrevista y también los contactan con organizaciones que hacen microemprendimientos.
La sociedad, el sector social y el Gobierno están librando juntos, y por separado, diferentes batallas para combatir este flagelo, pero no alcanza. Mientras tanto, chicos y adolescentes como Nicolás, Facundo y Gastón siguen ganándose la vida trabajando a la vez que pierden su infancia en la calle.

LOS DESAFÍOS DEL NUEVO PLAN NACIONAL 2011-2015

Son diversas las aristas que hay que atender para poder brindar una respuesta efectiva al flagelo del trabajo infantil. Capacitación docente, concientización entre los agentes de la salud, capacitación en oficios para adultos, creación de espacios como la Red de Empresas contra el Trabajo Infantil, las comisiones provinciales e iniciativas articuladas con ONG, son sólo algunas de las estrategias que desde 2006 se llevaron adelante desde la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (Conaeti). Para poder lanzar el Plan Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil y de la Protección del Trabajo Adolescente 2011-2015, realizaron un profundo proceso de autoevaluación. "Estamos muy conformes con lo hecho hasta ahora. Junto con la Secretaría de Empleo, la de Seguridad Social y el Ministerio de Trabajo estamos poniendo el foco en el trabajo decente de los adultos para que los chicos no tengan que trabajar", enfatizó Rey Menéndez.
La salud es otra de las áreas donde se seguirá haciendo un gran esfuerzo. A través de un convenio de asistencia técnica con la Sociedad Argentina de Pediatría se concientizará a los agentes primarios de salud (el médico de la salita, la enfermera o la psicopedagoga en la escuela) en que ellos son los principales detectores del trabajo infantil.
Uno de los principales desafíos del nuevo plan es generar nueva información estadística. "Hemos decidido introducir la temática del trabajo infantil en todas las encuestas que se realizan de manera anual. Además, con el apoyo de la OIT, junto con el Observatorio de Trabajo Infantil y Adolescente estamos capacitando a las Copreti para que puedan llevar adelante estudios estadísticos rápidos, en función de las diferentes modalidades como pueden ser rural, doméstico y en basurales", expresó la funcionaria.

IMPACTO EN LOS NIÑOS: CONSECUENCIAS DEL TRABAJO INFANTIL

Deserción escolar, repitencia o baja en el rendimiento

.No disfrutan de momentos de juego, recreación y descanso

.Conforman una subjetividad con una baja autoestima

.Presentan cuadros de fatiga y pueden sufrir problemas de salud a causa de una continua exposición a riesgos físicos

.A nivel familiar se desdibujan o alteran los roles de los adultos y los chicos

.Se reproduce el círculo de pobreza familiar

EN LA SALUD SE EXPONEN A:

Irritabilidad y pérdida auditiva y ocular

.Problemas posturales y contracturas

.Deformaciones óseas por cargas excesivas

.Problemas respiratorios debido a la inhalación de productos tóxicos

.Problemas gastrointestinales

.Lesiones y muertes por accidentes

CÓMO COLABORAR

Asociación Conciencia
http://www.conciencia.orgar/

Proniño
http://www.pronino.com.ar/

Conaeti
www.trabajo.gov.ar/conaeti

Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes
www.buenosaires.gov.ar/areas/chicos/.



Fuente: lanación.com.ar

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